Vamos a poner esto en contexto. Las estructuras sociales son dinámicas, no son estáticas. Es decir, éstas van mutando con el tiempo: las instituciones, las familias, los roles que tienen las personas dentro de una sociedad van cambiando progresivamente. Por ejemplo, el papel de la mujer del siglo XXI no es el mismo que el del siglo XIX, y tampoco es el mismo el papel que desempeña en Occidente comparado con el que desempeña en Medio Oriente. Las familias, de la misma forma, han sufrido cambios y su estructura no es exactamente igual en todos los rincones del mundo.
Una de las características más importantes de los últimos siglos, sobre todo de los dos últimos, es el papel cada vez más relevante de la mujer y algunos grupos minoritarios dentro de la sociedad. Muchos de estos cambios se deben en parte en su insistencia pero también en coyunturas como la Segunda Guerra Mundial y la participación de la mujer en la vida laboral. A la fecha, si bien la mujer tiene un papel más relevante en la sociedad, todavía no se ha logrado llegar a un estado donde ambos géneros se encuentren en igualdad de condiciones. Todavía podemos percibir algunas diferencias donde el hombre tiene ciertas ventajas y privilegios inherentes a su género.
Entonces pienso, qué bueno que las mujeres están ganando más espacios dentro de la sociedad, qué bueno que los homosexuales de la misma forma estén cada vez más integrados a la sociedad y tengan el derecho de contraer matrimonio como las parejas heterosexuales, qué bueno que rompamos tabúes y dejemos de pensar que las estructuras sociales son monolíticas e inamovibles.
Pero…
Yo como persona que cree en la democracia y en la libertad de expresión, no estoy de acuerdo con esta «onda» de establecer que es lo políticamente correcto y qué no, sobre todo por las formas en que eso se hace.
Con el afán de buscar esa igualdad y acabar con la discriminación hacia las minorías sexuales, se quiere implementar un dogma. Como si ese dogma fuera una verdad absoluta. Es el dogma de lo «políticamente correcto».
Sin caer en la exageración de algunos grupos conservadores que afirman que «quieren imponer una dictadura totalitaria», esta nueva cultura de lo «políticamente correcto» más que ser demócrata o liberal, es dogmática y puede poner en entredicho la libertad de expresión.
Y es paradójico, porque quienes nos definimos más bien como liberales, se supone, aspiramos a conducirnos por medio de la razón y no por medio del dogma.
La teoría de género tiene, a mi parecer, algunos puntos válidos y otros que no lo son tanto y son muy discutibles. Entiendo que esta teoría tiene varias vertientes, y como teoría, es válida impulsarla o confrontarla.. Pero no es algo muy democrático querer imponer una visión como la verdad absoluta de las cosas, como algunos pretenden hacer.
Los teóricos del género han ya catalogado algunas conductas que son discriminatorias en contra de las mujeres y las minorías sexuales. El problema es que para ello corren el riesgo de crear tabúes y normas morales muy rígidas, y en eso se parecen mucho a ese conservadurismo rancio que tanto denuncian.
Hay un caso que me llamó mucho la atención, el de Nicolás Alvarado, quien tuvo que dejar la dirección de TV UNAM por hacer las siguientes declaraciones en un artículo suyo donde explicaba por qué a él no le gustaba Juan Gabriel:
Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas.
La «policía de lo políticamente correcto» determinó que Nicolás Alvarado había discriminado a los gays. Yo por más que quise, no encontré ninguna discriminación en ese artículo ni en esa frase.
Hacer mofa de la condición de una persona no implica necesariamente un acto de discriminación. Si yo tengo sobrepeso y mis amigos me dicen «Quiubo panzón», ¿me están discriminando? No, en lo absoluto. Si yo voy constantemente al gimnasio, y mis compas me dicen -Miren quien llegó, el mameluco-, tampoco me están discriminando. De la misma forma, Nicolás Alvarado se mofó de su condición de la forma en que los propios gays llegan a hacerlo. Conozco gente homosexual que se hecha carrilla entre sí, usando frases como #NoEraPuñal -mofándose del célebre penal que nos dejó fuera del mundial- o algunos de ellos incluso gritaban el «puto» en el estadio -porque consideran que esa palabra no tiene necesariamente una connotación discriminatoria en contra de los gays-.
¿Pero qué pasa?
Que la policía de lo políticamente correcto quiere prohibir y censurar ese tipo de expresiones, porque dicen, que redefiniendo el lenguaje vamos a acabar con la discriminación hacia las mujeres y las minorías. Dicen que hay expertos que han llegado a esa conclusión.
Que no, no es informando o concientizando a la gente la forma para promover la equidad de género o los derechos de las minorías, sino prohibiendo y censurando.
En realidad lo único que estamos haciendo es crear una nueva camada de tabúes morales. Es decir, queremos llegar a «la igualdad» aboliendo cualquier expresión que según algunos criterios que muchas veces no están sujetos a debate, promueven la desigualdad. ¿Te suena marxista? No, no es coincidencia, se trata en efecto de un marxismo cultural. Basta escarbar para encontrar las raíces de estas propuestas. Basta ver a los sociólogos expertos en teoría del conflicto -corriente netamente marxista- y a las corrientes feministas radicales cuya ideología reside en el marxismo.
Y así como el marxismo en lo económico fracasó estrepitosamente la imponer un estado completamente igualitario que se resquebrajó por su contradicción con la naturaleza humana, no podemos esperar algo muy diferente al tratar de «imponer la igualdad». Porque aunque el gobierno junto con su «policía de lo políticamente correcto» prohíba usar algunos términos, eso no hará que la gente cambie de parecer. Y a esa disonancia entre lo que se piensa y lo que se dice se le llama hipocresía.
Tan sólo lograremos «formar» individuos hipócritas y doblemoralinos que en el discurso se muestren como respetuosos y tolerantes con las minorías, pero que en lo privado hablen pestes; así como sucede con los conservadores de doble moral que van a misa todos los domingos y muestran al público una familia recta y de valores cuando en lo privado tienen amantes, son corruptos y golpean a su esposa.
Las minorías entonces se encontrarán con personas que hacen como que los tratan bien, para que estas últimas no corran el riesgo de recibir una sanción informal o formal.
Sigo…
Si a mí, por ejemplo, no me gusta el lenguaje incluyente porque considero que distorsiona y le quita elegancia y practicidad al idioma -qué todxs nosotrxs escribamos así hace que me sangren los ojos- entonces ya soy etiquetado por la policía de lo políticamente correcto como machista cuando no lo soy. Si considero que el lenguaje incluyente puede más bien reforzar la idea de que hay una discriminación implícita en la frase «todos nosotros» con mujeres presentes, entonces es que no he salido de las cavernas. Es decir, no sólo se trata de desear la equidad de género, sino de desearla a su manera, con sus formas y signos, los cuales, para algunos, no pueden estar sujetos a debate.
Este video es icónico, un grupo llamado Social Justice Warriors que dice defender las causas más nobles como el multiculturalismo, el feminismo y la libertad de expresión, criticó y censuró a un profesor porque no estaba de acuerdo en usar pronombres transgénero. Este movimiento incluso se mostró agresivo con los medios y quienes no pensaban como ellos:
También basta voltear a la historia reciente. Todos los avances que se han dado en cuestión de derechos no se dieron por la implementación de una «policía de lo políticamente correcto», los negros no ganaron derechos al solicitar la prohibición de términos y expresiones, sino por el contrario lograron ganarse el respeto de muchos, lo cual derivó en la abolición de leyes que restringían varios de sus derechos y los segregaban de los blancos. Las mujeres dieron un salto cuántico en materia de derechos cuando los hombres fueron a pelear en la Segunda Guerra Mundial y ocuparon temporalmente los puestos de trabajo de los hombres, puestos que se negaron a abandonar cuando los soldados regresaron a su país.
Además, pensar en prohibir o en sancionar expresiones o señalar a aquellos que no se adhieren a lo que consideran la «teoría definitiva» es un contrasentido total y en realidad va incluso en contra de las libertades que aseguran buscar, pongo un ejemplo claro: Algunos grupos feministas radicales -Ojo, hago énfasis en lo radical porque no todo el feminismo es así, de hecho hay corrientes que considero benévolas y necesarias- consideran que las mujeres ya no deben mostrarse como tiernas sino que deben «masculinizarse» porque esa «pose tierna» es un constructo social patriarcal. En realidad, más que liberar a la mujer, están reafirmando esa discriminación que ellas mismas denuncian.
Muchos queremos una sociedad libre basada en la razón y el sentido común. Muchos creemos en las libertades y en los derechos de aquellos grupos que por su raza, preferencia sexual o religión han sido segregados. Yo como demócrata, deseo un mundo donde tanto religiosos, gays, negros, blancos, altos y chaparros, tengan el derecho de expresarse y a crear su proyecto de vida sin que alguien los restrinja. Si una madre quiere inscribir a sus hijos en una escuela religiosa, que pueda hacerlo; si esa madre prefiere mejor inscribir a su hijo en una escuela de género neutro como Egalia, escuela pionera en Suecia, que de la misma forma tenga el derecho de hacerlo. Lo que no estoy de acuerdo es que con el afán de «promover la igualdad» algunos pretendan prohibir o restringir la libertad de expresión. La peor forma de acabar con tabúes y paradigmas rancios, es mediante la conversión por otros, que aunque propios de una ideología diferente, comparten muchas caractarísticas similares.