Hace algunos años como candidato, Enrique Peña Nieto explicaba como el PRI era un partido renovado lleno de jóvenes que contrastaban con ese «viejo PRI». Ahí, en el programa Tercer Grado, mencionó nombres como Javier Duarte, César Duarte y Roberto Borge. El nombre de Javier Duarte en esa lista de la «camada de priístas jóvenes» no era gratuito. El veracruzano tuvo un papel importante en el triunfo electoral de Peña Nieto, no sólo porque Duarte fue quien destapó a Peña, como comenta Raymundo Riva Palacio en una de sus columnas, sino por las carretadas de dinero que Javier Duarte «transfirió» a la campaña de Peña Nieto.
Hoy, Javier Duarte, junto con alguno que otro gobernador ejemplo de juventud para Peña Nieto, es candidato a pisar la cárcel.
En el PRI parece que se dieron cuenta de la escasez de legitimidad que su partido y el Presidente de la República emanado de éste tienen, saben que el 2018 está cerca, y por lo tanto saben que tendrán que hacer algunos sacrificios (sacrificar a algunos de los suyos) para poder recobrar cierta legitimidad.
Están ansiosos de que cuando aparezcan los encabezados de «Javier Duarte en prisión» en las primeras planas, gocen una eventual subida en las encuestas y mediciones de popularidad.
Tener al frente del PRI a un miembro joven como Enrique Ochoa Reza no es casualidad, había que inspirar frescura en un partido tan opaco. Una persona que hable directo y de frente, que se muestre jovial y dinámico -aunque el movimiento de manos no deja de recordar a la clásica oratoria priísta-. Con él al frente, quieren mostrar que son un partido renovado.
Por eso, es que con Enrique Ochoa Reza, se habían decidido a liderar el combate en contra de la corrupción invitando a los demás partidos a hacer lo mismo con sus propias «fichitas». Ciertamente, todos los partidos, el PRI, PAN, Morena, Movimiento Ciudadano o PRD tienen gente impresentable dentro de sus filas, y cierto es que la postura de los partidos con respecto a ellos no es firme, sino más bien complaciente.
El PRI condicionó a los demás partidos, lo cual desde un punto de vista pragmático es algo bueno. Los otros partidos tendrían que hacer lo propio si quieren desligarse de la imagen corrupta que gran parte de la sociedad tiene del PRI y de ellos. Si el PAN no hace lo propio con el Gobernador de Sonora, Guillermo Padrés, por poner un ejemplo, y lo cual implica desafiliarlo del partido, el mensaje que le darán a la sociedad es uno muy malo: -Hasta el PRI nos rebasó en materia de corrupción-, eso no es cualquier cosa.
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Pero el problema es el siguiente y trata de una falta de autoridad moral. ¿Qué tanto se le puede creer al PRI cuando el propio Presidente de la República está envuelto en casos de corrupción y conflictos de interés? ¿Qué tanto se puede creer que dejar caer la justicia sobre Javier Duarte es símbolo inequívoco de la renovación del PRI cuando éste desvió dinero del Estado de Veracruz para apoyar a Enrique Peña Nieto?. El mismo Ochoa Reza había negado su simpatía y afiliación priísta cuando quiso pertenecer al consejo general del IFE, siendo que estaba afiliado a este partido desde 1991.
Naturalmente no son pocos quienes esperan ver con muchas ansias a Javier Duarte en prisión, ni son pocos los que quieren que se haga justicia. Pero no hay que engañarnos, esto no se trata de una renovación del PRI sino de una estrategia con motivos electorales. De hecho, es selectiva, porque toca a Javier Duarte por ejemplo, pero no hace lo mismo con Humberto Moreira. Es la justicia quien debe de castigar a quienes infringen la ley y no el PRI, su presidente o Peña Nieto, porque caerían en los mismos arrebatos autoritarios de Donald Trump.
En realidad el PRI sigue siendo el mismo de siempre, y el arte de la simulación es una de las cosas que más caracterizan a este partido. Estamos pues, en otra puesta en escena, de esas que tanto gusta ejecutar al partido triculor.