Un amigo me decía, -imagínate a esas personas que fueron a manifestarse «en contra de los gays», ¿Qué pensarán cuando en 20 años, el matrimonio gay sea algo normal y aceptado por la sociedad?, la misma historia se repite con el conservadurismo, se opusieron a los matrimonios raciales y hasta a la abolición de la esclavitud-. Con esto, mi amigo daba por sentado que ser conservador es algo inútil y hasta ignorante. De igual forma me mostraba estudios que dicen que los liberales tienden a tener un IQ un poco más alto para reforzar su teoría de que los conservadores son ignorantes, así lo dejaban en claro -decía él- los videos de las marchas donde un joven no sabía siquiera que era la pederastía.
Pensar que el conservadurismo no tiene utilidad alguna en la sociedad es un argumento absurdo. En realidad, caen en eso mismo que él o ellos mismos acusan, que los conservadores viven en una burbuja.
Por más imperfecto sea nuestro mundo, nadie puede negar que a partir de la Revoluciones Francesa e Industrial el mundo tuvo un impulso sin precedentes tanto en lo económico como en lo político. Los occidentales nos acostumbramos a vivir en democracia, y ese jaloneo eterno entre conservadores y liberales logró configurar sociedades más estables que las que hubiéramos podido crear por medio de regímenes autocráticos.
A los conservadores se les recuerda su postura reaccionaria con respecto a la esclavitud y hasta con los derechos de la mujer. Pero por otro lado, y así lo afirman varios de los politólogos más reconocidos como Francis Fukuyama y Anthony Giddens, el welfare state (es decir, el estado de bienestar compuesto de seguros de desempleo, pensiones, sanidad gratuita y demás) se lo debemos al conservadurismo, quienes ante la presión de algunos liberales, y sobre todo, la izquierda de ese entonces, decidieron crear este sistema para evitar que sus gobernados se decantaran por el comunismo. Gracias al jaloneo se obtuvo el mejor de los tres escenarios. De los otros dos, uno constaba de un capitalismo donde los ciudadanos estuvieran completamente desprotegidos, y el otro de un comunismo totalitario.
El argumento de que todos los «cambios» y los nuevos derechos son productos de los liberales es un tanto superficial. Es cierto, los liberales defendieron todas esas agendas progresistas que ahora son consideradas como derechos fundamentales: la abolición de la esclavitud, el derecho del voto a la mujer, el matrimonio interracial, o ahora el matrimonio igualitario. Pero en muchos casos, su oposición a esos cambios lograron que se llevaran a cabo de mejor forma.
Ahora que se habla de familia tradicional y valores tradicionales, hay que recalcar que la cohesión y fortaleza que tiene una sociedad está dada por un conjunto de valores y creencias propias. Por más «válidos» sean los nuevos valores que pretenden sustituir a los primeros, y aunque ya «hayan funcionado en otro lado», un cambio drástico podría poner en riesgo esa cohesión.
Por ejemplo, imaginemos que mañana se publican estudios bien desarrollados donde comprueban sin ningún sesgo ideológico que el postulado de los teóricos de género, que afirma que al afirmar que no hay diferencias psicológicas determinado por el sexo, es completamente válido, y por lo tanto, en la Asamblea General de la ONU todos los países acuerdan en instaurar desde ya en sus países baños unisex, que quien quiera pueda cambiar de género, que todas las escuelas sean gender-free, y que ahora son familias y no una familia.
Crearíamos un desmadre. ¿Por qué? Porque romperíamos súbitamente con el orden de las cosas para implementar uno nuevo, lo cual produciría un shock cultural de proporciones inéditas. Y eso no es necesariamente porque este planteamiento esté mal, ya que según este hipotético caso, está comprobado que la teoría de género es la perfecta solución para acabar con la discriminación. Sino porque no estamos dando siquiera tiempo a la sociedad de adaptarse a una nueva realidad.
Imagínate que de pronto toda la estructura educativa cambia, ya habíamos creado instituciones que tomaban en cuenta el modelo anterior ¿qué es lo que va a pasar? ¿Qué impacto va a tener en un niño que de pronto le digan que todo lo que habían aprendido es falso?
Posiblemente no tengamos muchos casos a la mano si hablamos de cambios culturales en el mundo contemporáneo, pero sí puedo ilustrar mi argumento con uno económico.
¿Te suena el Consenso de Washington? Por medio de este consenso se instó a los países de América Latina a adoptar medidas económicas liberales después de que su modelo de sustitución de importaciones pereciera víctima de sus propias contradicciones. Para muchos economistas las medidas parecían sensatas y lógicas, pero los resultados estuvieron lejos de ser los esperados. Este consenso nunca entendió la realidad particular de cada país y promovió las medidas como si se trataran de una receta. Las consecuencias las conocemos todos, en respuesta, el cono sudamericano viró a la izquierda y emergieron demagogos como Hugo Chávez y Evo Morales. Países como Venezuela se encuentran en una crisis tanto económica como política.
Y de hecho, cuando hablamos de la teoría de género, hablamos de una teoría -como casi todas las teorías de cualquier cosa- que puede tener fines nobles, pero que tiene a mi parecer, varios errores en su planteamiento y en las formas con las que intenta llegar a ese fin, porque al menos en varias de sus vertientes, presume antecedentes marxistas (sobre todo el feminismo radical) que invitan más a la confrontación y dan por sentado que cualquier diferencia entre hombre y mujer es malo o indeseable. En realidad, el conservadurismo en un largo plazo puede abonar a que algunos cambios que muchos claman, como la equidad entre el hombre o la mujer o el matrimonio igualitario, se lleven a cabo de una forma más tersa y progresiva de tal manera que no genere un fuerte impacto en la sociedad, sino por el contrario.
Posiblemente, gracias al conservadurismo -al igual como ocurrió con el welfare state-, se opte por una versión más moderada como vía para llegar a ese escenario. Tal vez el conservadurismo no quiera ceder un ápice ni tampoco los liberales, como ahora se palpa en sendos discursos, pero posiblemente en algún momento ambas posturas tendrán que ceder un poco. Para algunos puede parecer algo difícil de esperar por el atrincheramiento de ambas partes, y porque en cierta medida, más que los hijos o los derechos, detrás hay una batalla más bien ideológica.
La sociedad cambia, las estructuras también, así también lo hacen las formas de organización (incluida la familia), pero eso no implica que los cambios no deban de someterse a juicio y deba asumirse que como «es cambio» es entonces algo positivo. Como lo sugiere la historia moderna, tanto liberales y conservadores tienen un papel importante en la historia y en la reorganización de las estructuras.
En realidad ser liberal o conservador no es algo malo y menos aún se puede hacer un juicio de valor. Con excepción de los regímenes mas represivos y autoritarios, de alguna forma ambas posturas nos han acompañado en nuestra historia, y ello tiene una muy justificada razón. Tanto así que hasta nuestros genes inciden para adoptar una de ambas posturas ideológicas.