Solo he asistido al Estadio Azteca en dos ocasiones. La primera fue hace ya 20 años a un partido entre Atlante y Monterrey, justo en esa grada que ya no existe; la segunda vez fue a un concierto de U2 a nivel cancha. Las dos veces que entré al coloso recordé por qué le dicen coloso. El Azteca es una cosa inmensa, pareciera que las tribunas fueran infinitas, el mole de concreto es intimidante. Son muy pocos los estadios en el mundo que pueden hacer sentir la misma experiencia. Pero no sólo es su dimensión colosal, es su arquitectura -que para aquellos tiempos era algo majestuoso- , y sobre todo, su historia. El Azteca, junto con el Maracaná, son los únicos estadios que pueden presumir albergar dos finales de copas del mundo.
Lamentablemente, el estado actual del coloso dista mucho de ser esa maravilla que fue desde su concepción. Como se puede apreciar en la foto, el estadio ha dejado de ser fotogénico y ha sido víctima de la voracidad y la improvisación. Pero el tema de este artículo no son los cambios en sí, sino lo que reflejan, incluso lo que reflejan de nuestra sociedad.
Donde antes hubo simetría perfecta, tal como fue concebido por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, ahora hay un fuerte desequilibrio. Exceso de publicidad en las gradas, pero sobre todo, un invasivo techo que sustituye a las tribunas originales en conjunto con un muro, como si se tratara de un pequeño estadio o un centro comercial dentro de otro estado más grande.
A diferencia de las tendencias que se pueden observar en los estadios que se construyen en el mundo, concebidos para que el aficionado, independiente de su clase social, pueda observar un espectáculo cómodamente, las nuevas remodelaciones del Estadio Azteca logran lo contrario, quitan espacios a muchos aficionados para dárselos a unos pocos que tienen mucho dinero como para pagar una zona VIP. Ésto en un estadio donde ya había numerosos palcos y restaurantes.
El «nuevo» Estadio Azteca es una perfecta copia de las estructuras sociales en México. En la tribuna baja caben muy pocos, pero son quienes gozan de la mejor vista y pagan mucho por ella. Además, reciben servicios de primer nivel, restaurantes y meseros quienes llevan la comida al asiento donde se encuentren. La tribuna alta es mucho más grande, y ahí van confinados quienes no pueden pagar tanto dinero. Incluso en la parte más baja de la grada alta se habilitaron otra serie de palcos, para así «subir» aún más a la prole.
Si bien, en todos los estadios del mundo los aficionados están distribuidos de acuerdo al dinero que están dispuestos a pagar, siendo las partes más cercanas a la cancha las más caras, cualquier persona tiene la posibilidad de acceder a cualquier grada. Es decir, una persona de clase popular en México puede ahorrar un dinerito para ver a su equipo lo más cerca posible. Puede ahorrar el «chupe» del fin de semana y pagar 500 en lugar de 200 o 100 pesos. En Europa, a otros niveles, y con un poder adquisitivo más alto pueden hacer lo mismo, o pueden ahorrar dinero para comprar un bono que les de acceso a una grada con buena vista durante todo el año. Con la «remodelación» del Azteca no pasa eso, puesto que muchos de esos espacios han sido «privatizados». Son menos los que pueden acceder a las mejores zonas, y para ello tienen que pagar más.
Ni las gradas bajas del Santiago Bernabeu, ni las del Camp Nou, ni el Old Trafford, ni menos Wembley, están invadidas por zonas exclusivas que han dejado de ser plateas. Los asientos «exclusivos» tan sólo se limitan a una pequeña porción de las gradas al centro de la platea baja, donde muchas veces acuden invitados especiales o directivos del club. En esos estadios, todos los aficionados cuentan. En el Azteca si no eres un empresario prominente, hijo de un político, o estás bien parado, posiblemente te tendrás que conformar con la grada alta, porque abajo, cada vez hay menos lugares.
Lo que le han hecho al Azteca es un atentado, no sólo visual, sino social. Ahora que se habla mucho de la posibilidad de que México albergue junto con Estados Unidos y Canadá el Mundial del 2026, me pregunto si un estadio tan excluyente e improvisado, y menos agraciado visualmente como ahora lo es el Azteca, podría hablar bien de nuestro país. No me quiero imaginar la final de un mundial donde en la transmisión, más allá de la cancha, se vea un muro gris, tras del cual, se encuentren las élites y los políticos «prominentes».