He decidido en esta ocasión no defender mi postura, me ha parecido más urgente evidenciar la radicalización y el odio al cual hemos llegado producto de la discusión sobre el matrimonio igualitario:
Democracia es confrontación, eso me queda claro. Sería ingenuo esperar que todos estemos de acuerdo con todo. Las democracias existen para que quienes tengamos diferencias las podamos confrontar.
Pero también un rasgo propio de una sociedad avanzada, debería ser que estas confrontaciones se lleven a cabo sin perder la civilidad, donde lo que se ponga en el campo de batalla sean los argumentos, para que las discusiones ayuden a construir y no destruyan. Cuando hablo de la marcha del Frente Nacional de la Familia y todo lo que le rodea (simpatizantes y opositores) llego a la conclusión de que esta confrontación no está a la altura. Descalificaciones abundan, desinformación también, y son los menos quienes discuten argumentos.
En el artículo pasado hice una crítica al Frente Nacional de la Familia (FNF), crítica que siempre sostendré porque mis argumentos están basados en información que ellos mismos emitieron. Cuando apareció esta campaña, me llamó la atención el título de «No te metas con mis hijos», ya no llamaban al amor como hasta hace poco afirmaban, esto se convertía en un combate. Sus opositores respondieron en consecuencia, y el discurso se terminó polarizando más que nunca. El FNF repartió volantes con información falsa como «tus hijos podrán tener sexo con los adultos y no lo vas a poder impedir». Así también, opositores crearon algunos volantes apócrifos para deslegitimar más a este movimiento. Los argumentos quedaron en un segundo plano y las descalificaciones entre ambos bandos afloraron, los mochos del Ku Klux Klan contra los manipulados por el Lobby Gay. Los argumentos desaparecieron del campo de batalla, con excepción de la superficial e inocua batalla de entre «mis derechos» vs «familia natural», todo lo demás se redujo a ataques personales, y en el menos peor de los casos, a teorías de la conspiración.
Por azares del destino, he tenido oportunidad de convivir tanto con personas conservadoras como progresistas liberales. Posiblemente, gracias a eso, puedo darme cuenta de las terribles generalizaciones que ambos bandos hacen. Yo en lo particular creo que estas posturas tienen que ver muy poco con la integridad de las personas que las defienden y sí un mucho con la educación y experiencia de vida que han tenido. Yo me eduqué en escuelas conservadoras (aunque no me haya quedado mucho de ellas), muchos de mis amigos en cambio son liberales, pero también tengo amigos conservadores. Y si ambos son mis amigos es porque los considero buenas personas.
Ni todas las personas conservadoras son iguales, ni los liberales lo son. La postura es producto de un proceso muy complejo que incluye la educación recibida, el entorno en que se desenvuelven, la historia de vida, e incluso el temperamento que está determinado en cierta medida por nuestros genes. No creo que ni que quienes apoyan a la comunidad LGBT ni los defensores de la familia tradicional tengan la intención de «chingar al otro», ni tengan la intención de controlar o depravar a los demás. Posturas maniqueas donde cada bando se coloca un velo de superioridad moral abonan muy poco al debate. Lo que hay son modelos, modelos que funcionan y modelos que no tanto, modelos que pueden ser mejorados o no, lo que está o debería estar en discusión es eso.
Yo tengo amigos conservadores que son muy buenas personas y se preocupan mucho por el prójimo, por más increíble que parezca, algunos de ellos tienen amigos gays. De igual forma tengo amigos gays muy rectos, que tienen valores, y que tienen relaciones sólidas con una pareja. Muchos de ellos están lejos de las etiquetas que a cada rato les quieren imprimir. Los estimo a los dos y no los juzgo, porque antes que cualquier diferencia está el amor a las personas. Por lo tanto, puedo decir que hacer un juicio sobre la integridad de aquellas personas es algo falaz.
Peor aún es perder amigos por estas diferencias, persona que se eliminan del Facebook, se ridiculizan y se censuran.
Entiendo que un debate así genere mucha pasión, por un lado, un colectivo que ha sido históricamente marginado clama por la expansión de sus derechos. Por el otro, un sector teme que un cambio en la estructura pueda traer consecuencias negativas. Entiendo que existen grupos de presión que influyen en ambas posturas y que en ocasiones hacen política con ellas, aunque no creo que esto suceda al nivel conspirativo que algunos le quieren otorgar. Que eso suceda es algo normal, por el tamaño de aquello que se está discutiendo, y por el tamaño de aquello que hay en juego.
Cuando invito a la cordura, no estoy pidiendo que abandones tu postura. Por el contrario, estás en tu derecho a defenderla, pero hazlo desde los argumentos, debate, ten discusiones acaloradas, grita, impulsa lo que crees, promuévelo, pon en tela de juicio los argumentos de quienes no piensan como tú, destruye esos argumentos si quieres sin piedad. Pero te invito a que respetes la integridad de la persona con la que estás discutiendo.
Te invito a ponerte en los zapatos del otro, no para dejarte convencer fácilmente, sino para que entiendas sus razones, y te des cuenta que ese enemigo no tiene la intención de atacarte ni hacerte daño. Así entenderás que son los argumentos los que deben de entrar en conflicto y no a las personas.
Te invito el día de hoy, a dejar de un lado el odio y llamar al respeto. Si la gente quiere marchar en el Frente Nacional por la Familia, que le des el derecho de hacerlo. Si la gente quiere por su parte, ir a la marcha por la igualdad el día de mañana, que también se lo des. Si no concuerdas con su postura, puedes discutir con él, puedes invitarlo a un café para hablar de sus diferencias.
Podemos tener diferencias, es completamente natural y hasta deseable para la sociedad. Pero no dejemos que dichas diferencias nos agravien ni nos destruyan, menos que rompan lazos familiares y afectivos.
Debemos estar a la altura de nosotros mismos.