A lo largo de todo este sexenio siempre me he preguntado qué hay dentro de la cabeza de Peña Nieto. ¿Qué piensa? ¿Cuáles son sus sentimientos?
Es difícil saberlo, más difícil que con otros presidentes. Concordarán conmigo en que Peña parece acartonado, un personaje alienado, como si no tuviera personalidad, como si algo faltara, como si estuviera siguiendo un guión.
Ese acartonamiento es una máscara, una máscara que siempre lleva puesta. Todo lo que habla, comunica, y todos los movimientos de manos tienen un propósito (que este a veces no se cumpla, es otra cosa) que no es el de expresarse como es él tal cual.
Lo que en realidad piensa y siente no se muestra al público, es un misterio.
Y lo es más cuando se trata de un hombre sumamente golpeado durante el sexenio. Su nivel de aprobación lo dice, la forma en que ha sido ridiculizado en las redes también. Todos los periodicazos, las críticas (sean justas o injustas), todo ha caído sobre él sin piedad.
¿Y cómo reacciona Peña Nieto ante esto? ¿Qué es lo que piensa?
Imaginemos el domingo pasado. Justo cuando tenía presupuestado ver la clausura olímpica con su familia (es una suposición mía), se entera que a las 10, Carmen Aristegui divulgará una investigación sobre él. ¿Qué habrá pensado en ese momento? ¿La ansiedad le corrió por las venas y esperó la hora indicada, tal cual estudiante con muy malas notas que espera a que su padre llegue del trabajo? ¿Cómo lo manejó psicológicamente?
¿Cómo maneja todas las críticas como persona? ¿Qué piensa sobre el hecho de que el juicio histórico será implacable sobre él y que será más recordado por sus pifias y los agravios que por sus logros? ¿Le angustia mucho?
Por otro lado, cabe la posibilidad de que Peña Nieto, por su posición y su educación dentro de una élite política, se sienta superior a toda «la prole», y que este sentimiento de superioridad actúa como mecanismo de defensa: «Más del 70% me odia, pero yo soy presidente, yo tengo poder, tengo dinero, y soy parte de una de las élites políticas más importantes de México. Me la pelan».
Pero es que imagina el desgaste. Ya de entrada, ser presidente es muy desgastante. Ahora súmale a eso el desprecio de la sociedad, los periodicazos y las notas que lo exhiben como corrupto (casa blanca) o ignorante (el plagio de la tesis), aunado al número de críticas que llegan desde los medios internacionales.
¿Cómo es la reacción de su familia? ¿Qué platican en la mesa? ¿Qué sienten sus hijos, sobre todo los suyos, al ver todos los ataques que recibe su padre?
Peña Nieto sabe que terminando su gestión no podrá salir a la calle, será un gran riesgo. Tendrán que pasar unos años para que quede relegado a un segundo plano mientras la población se concentra en otras realidades. ¿Qué piensa de eso? ¿Qué piensa sobre el desprecio de la población? ¿Qué piensa sobre el hecho de que quedará marcado por las mayorías?
Todo eso es una incógnita, cómo lidia psicológicamente Peña Nieto con la adversidad es una incógnita. La única manifestación la podemos ver en su estado físico, más demacrado y ojeroso que al principio de su sexenio, sumado a dos operaciones que podrían llegar a tener relación con su estado de ánimo.
Incluso algunos se atrevían a decir que no terminaría el sexenio, que se quebraría. Ello no ha ocurrido. Golpe tras golpe, sigue de pie, como aquel episodio de Los Simpsons donde Homero se convierte en un boxeador que tiene que recibir golpes hasta que el oponente se canse de darlos para «noquearlo» con tan sólo un empujón.
¿Cómo se mantiene de pie? ¿Tiene un temple de hierro? ¿Le suministran alguna droga ilegal o alguna sustancia?
Escándalo tras escándalo, sin dar la cara por el escándalo en cuestión, aparece como si nada, ya sea al lado de unos niños, firmando algún documento o inaugurando una obra. No importa que ese día se haya enterado de la severa crítica de la academia mexicana por el asunto de su tesis, que los empresarios llenos de cólera por su ineficacia le pidan que «le eche güevos al asunto de la CNTE», que la Iglesia lo condene, que todos los sectores se lancen en su contra. Un presidente con una legitimidad aceptable puede enfrentarse a ciertos sectores en tanto tiene el respaldo de otros. Peña ni siquiera tiene eso, incluso muchos de quienes están con él, lo están por interés, porque buscan un beneficio político o alguna carrera, no porque crean en él no en su proyecto. O porque el PRI les construyó la carretera, o les dio su monedero de Soriana hace algunos años.
Alejandra Lagunes y todo su equipo de comunicación digital hacen el esfuerzo para presentar a Peña como un «producto que vende», no es culpa de la comunicóloga a la cual talento no le falta, tiene un producto muy difícil de vender: un producto que no expresa nada y no se conecta con nadie. Por ejemplo, el famoso #calcetagate hubiera sido una muy buena puntada para un presidente que tiene cierto grado de aceptación, y que fue objeto de burla por «ponerse mal las calcetas». Pero en el caso de Peña, la «puntada» resultó ser contraproducente e incluso generó indignación. Burlas, una tras otra. Me imagino que manejar las cuentas digitales de la Presidencia de la República ha de ser un trabajo muy frustrante para Alejandra y su equipo.
Peña se esconde en sí mismo, al verdadero Peña nadie lo conoce, todo lo que vemos es una puesta en escena, un hombre que no puede salirse del guión, que es lo suficientemente disciplinado para apegarse a él, porque si una cualidad tiene el de Atlacomulco, es el de la disciplina. Seguramente su tenacidad también, porque en su lugar muchas personas ya se habrían quebrado.
Posiblemente nunca sepamos que hubo en su cabeza. Lo más probable, es que, al terminar su mandato, saldrá inmediatamente de las cámaras y tratará pasar lo más inadvertido posible. Veo difícil que de declaraciones, y menos que se ponga de «opinador en Twitter» como lo hacen Vicente Fox y Felipe Calderón.
Nuestra única esperanza es que algún colaborador cercano se anime a escribir un libro, o al menos un artículo, de aquello que vivió con Peña Nieto, y revele algunas anécdotas que no conocíamos. Pero lo más probable es que nos quedemos con las ganas.
Y lo más cercano a ello que quisiéramos saber sean deducciones y suposiciones nuestras.