Recuerdo que cuando estudiaba en la universidad, estaba pensando en comprarme un Gameboy, lo cual nunca hice por falta de dinero. Cuando le comenté a un compañero de la escuela sobre mi «osadía», éste me recriminó, y me dijo de forma inquisitoria. – ¿Cómo que te vas a comprar un Gameboy? ¡Por favor! Ya eres un universitario, madura.
Entonces recordé cómo la corriente y lo «socialmente establecido» nos invita a aprender a amargarnos antes que la vida propia lo haga. Casi todas las especies juegan durante todo su ciclo vital. ¿Por qué nosotros no? Esa idea de dejar los juegos para «enfrentar la vida» es, a mi punto de vista, una falacia.
A mí no me gustan mucho los videojuegos, desde hace casi dos décadas que no tengo una consola, y en mi computadora son muy pocos los que están instalados. El FIFA ocupa parte de mi disco duro, pero no lo juego de forma muy frecuente.
Y no los juego porque no me gustan mucho y porque me atraen más otras actividades, no porque considere que sean malos o sea para personas muy inmaduras. Aunque durante un tiempo sí jugué videojuegos con mis amigos, nos juntábamos en casa de un amigo a jugar Smash Bros o Mario Kart. Son juegos que a ojos de muchos pueden parecer infantiles, pero fomentaban la convivencia. Era un pretexto para juntarme con la gente que estimo.
Seguramente para mi compañero el inquisidor, nosotros éramos jóvenes infantiloides gastando nuestro tiempo en lugar de «ponernos a buscar un trabajo». Nada de eso. A ninguno de nosotros nos hacía falta trabajo, y menos dejábamos de trabajar para jugar videojuegos.
Entiendo y aplaudo que los padres de familia restrinjan la cantidad de horas que los hijos juegan videojuegos, tienen que cumplir con los deberes de la casa y con sus tareas. Están en una etapa de formación en la cual el estudio es muy importante. Pero esto no significa que el videojuego sea malo (de hecho, varios de ellos son útiles para entrenar al cerebro y desarrollar ciertas habilidades), más bien su uso excesivo que priva al niño de realizar otras actividades.
Y luego entonces, me acordé del Pokemon Go.
Lo primero que vino a la mente al ver este fenómeno fue, que todos parecían zombies, todos jugando con su celular en la calle como si fueran qué, como si estuvieran alienados o poseídos.
Pero luego me puse a pensar, a mí no me gustan los Pokemon, ni les entiendo porque no tengo interés en ello. Si me interesara Pokemon, entendería mejor este fenómeno que ha invadido todo el mundo. La marca Pokemon, junto con una aplicación original basada en la realidad aumentada dieron en clavo. Pokemon Go rebasó a Tinder, Twitter e Instagram y está generando más búsquedas que el porno en Internet.
Los inquisidores regresaron para pedirles a los amantes y curiosos del Pokemon Go que se buscaran una vida propia y se pusieran a trabajar. Pero esa aseveración es arriesgada, llena de generalizaciones y prejuicios. Para jugar Pokemon Go se necesita un smartphone, el cual no es nada barato, y con excepción de los niños y muy jóvenes, podemos dar por sentado que los fanáticos del Pokemon Go se costearon su aparato trabajando.
Además, los críticos de los videojuegos, de los cuales muchos de ellos acostumbran a twittear y usar Facebook todo el rato en medio de una fiesta, olvidan una cosa. Los seres humanos necesitamos ratos de ocio, los necesitamos para nuestra paz mental.
Los necesitamos porque nuestro cerebro también se cansa, se cansa de trabajar, de racionalizar demasiado; y un videojuego, lejos del estrés cotidiano, puede ser una buena solución. Algunos componemos música, otros salen a tomar fotografías, y otros juegan Pokemon Go.
Y no tiene nada que ver con la madurez. Muchas personas profesionalmente exitosas juegan videojuegos. Después de un día lleno de juntas y viajes, se juntan con sus hijos para jugar, o ellos mismos por su cuenta agarran el Call of Duty, el FIFA, para entretenerse y desestresarse un rato. ¿Tiene algo de malo eso?
También conozco a «videojugadores» que son muy lectores, en cuyo estante puedes encontrar el FIFA junto con La República de Platón. No son actividades que se anulan entre sí, como muchas personas piensan: – Deja el Gameboy y agarra un libro.
Mientras los críticos emiten críticas lapidarias aislados en su celular mientras están en una fiesta con términos como «decadencia social», o «vacío existencial», también tenemos que hablar de los beneficios de este juego que supuestamente desconecta a los individuos de la realidad. Salir a la calle y caminar (sobre todo para quienes se quedan en su casa recluidos) es una buena noticia, más para quienes padecen depresión. Incluso puede ayudar a fomentar la convivencia entre personas, sobre todo cuando el individuo se encuentra con sus pares jugando al mismo juego.
Es fácil hacer una crítica de un juego cuya nueva tecnología se desconoce (realidad aumentada), así como la temática misma. Al principio lo hice y hablé de zombies. Me puse a pensar un poco más, y son personas jugando a un videojuego. Simple y llanamente eso. Y la gente tiene derecho a jugar videojuegos.
Cierto que Pokemon Go se ha convertido en un fenómeno tan grande, que a veces ya me tiene hasta la madre. Pero la gente tiene todo el derecho de tener sus actividades de ocio. Si una de estas consiste en buscar monitos en la calle, están en su derecho, y yo creo que deberíamos aprender de respetar eso y tolerar las actividades de las demás personas.