La otra vez leí una columna que escribió Pedro Kumamoto, quien ganara la diputación local por el distrito 10 de Zapopan como candidato independiente, donde externa con preocupación que los medios oficialistas repiten una y otra vez el discurso del desangelado papel que los independientes tuvieron en estas elecciones del 2016.
No sé, si como Kumamoto afirma, si haya alguna campaña oficialista a través de los medios para desacreditar a los independientes con base en los resultados de las elecciones, aunque a mi parecer, los candidatos independientes evidentemente no destacaron mucho este año. Pero un análisis más certero de ello nos lo daría entender que lo que la gente quiere son «outsiders de la política» y no necesariamente candidatos independientes per sé.
Las candidaturas independientes llamaron la atención porque es una puerta que se abre para los outsiders. Pero una candidatura independiente es eso, un candidato que opta contender sin la representación de un partido político, lo cual tiene ventajas (menos compromisos por cumplir o cuentas por pagar) y desventajas (menos apoyo en las cámaras y no tener institución alguna de respaldo). Es eso y nada más, es un gran oportunidad para los outsiders y quienes quieren romper con los vicios de la política actual, pero por sí misma, la candidatura independiente no garantiza nada.
Kumamoto fue un outsider en las elecciones pasadas. Ganó por eso, no por ser meramente un candidato independiente.
No teniendo experiencia alguna en la política formal (lo cual a veces, a ojos de muchos, puede ser considerado una virtud), siendo parte de una generación que está muy poco representada, miembro de Wikipolítica y activista de #YoSoy132, Kumamoto mostró las credenciales necesarias para ser un outsider y para convertirse en un fenómeno casi nacional, a pesar de aspirar simplemente a una diputación local, donde su condición de independiente a veces llega a ser un handicap a la hora de legislar. La candidatura independiente fue el conducto para llegar a la política formal, pero su perfil de outsider fue lo que hizo que los zapopanos del distrito 10 le dieran su voto.
El discurso se ha centrado en las candidaturas independientes y no en los outsiders. Un candidato independiente no es necesariamente un outsider, puede representar al sistema desde fuera: «El Bronco» es un claro ejemplo de ello (aunque supo venderse como outsider o diferente y por ello ganó), un empresario o líder sindical cercano a la clase política puede lanzarse como independiente para seguir alimentando los intereses de los mismos de siempre. Por otro lado, un outsider puede ser parte de un partido político. Un buen ejemplo de ello es Javier Corral, quien ganó la candidatura de Chihuahua por el PAN, y quien le ganó el discurso «ciudadano» al independiente Jose Luis Barraza.
Javier Corral, a pesar de ser panista, ha sido un rebelde. Se ha enfrentado directamente a poderes fácticos como Televisa, ha sido crítico con varios miembros de su partido (incluido Felipe Calderón), al punto que ha despertado simpatías en algunos simpatizantes de izquierda. La politóloga Denise Dresser lo apoyó abiertamente a pesar de ser muy crítica del PAN. Jose Luis Barraza, por su parte, fue presidente de Coparmex y presidió el Consejo Coordinador Empresarial de Aeroméxico. No es que el perfil de Barraza se vea tan cercano a la clase política, sino que el de Corral se percibe como más independiente y alternativo. También la personalidad un tanto altanera y valentona de Corral ayudó mucho.
Kumamoto (y a lo cual no hace referencia en su artículo) también debería estar congratulado de su éxito, porque a pesar de no ser «independiente» al igual que él, se presentan como quienes enfrentan a los vicios del sistema. Me atrevo a decir que hay más similitudes entre Kumamoto y Corral, que entre Kumamoto y «El Bronco».
No sobra decir que López Obrador, a pesar de sus negativos y su pasado priísta y perredista, es una suerte de outsider. Es el único de los «presidenciables» hasta ahora, que representa un quiebre con la forma actual de hacer las cosas (sea para bien o para mal).
La preferencia por los outsiders tiene sentido. Los Estados y los sistemas, como refiere el politólogo Francis Fukuyama, no duran para siempre. Pero hay unos que duran más que otros, unos duran unos pocos años, otros se convierten en imperios mundiales que fungen como tal durante decenas de años y hasta siglos. Los Estados son fundados tomando como base el contexto del momento de su fundación. Pero los contextos cambian con el tiempo (la cultura, la economía, por ejemplo), y cuando el Estado no se adapta a ellos, se empieza a mostrar una suerte de deterioro, lo cual no sólo es evidente en México (que nunca ha podido construir un estado sólido) sino en Estados Unidos y varios países de Europa. Ello hace a los outsiders relevantes.
Los outsiders pueden ayudar a eliminar o aminorar esa fricción entre el contexto actual y la forma de gobernar de un Estado. Pero también pueden representar un riesgo que acelere el deterioro.
El ensimismamiento de la clase política hace patente el deterioro del Estado en nuestro país, todas aquellas malas prácticas de los partidos que menciona Kumamoto en su artículo también son claro ejemplo. Por eso asumimos que un outsider tiene que llegar para romper con el estado actual de las cosas y adaptar al estado, o entidad que pretende gobernar, a la realidad actual y a las necesidades actuales de la población.
Pero ello no implica que en todos los casos un outsider sea el remedio; y también tendríamos que evaluar los alcances del outsider: una sociedad molesta con el estado actual de las cosas puede optar por outsiders con posiciones ideológicas extremistas como sucede en Europa, o con… Donald Trump, que a pesar de contender por el Partido Republicano, representa un quiebre (muchísimos pensamos que para mal), al igual que Bernie Sanders (con una postura más moderada que el primero), que contendió por el Partido Demócrata, poniendo en serio predicamento a Hillary Clinton, quien es ya la candidata oficial.
Ahora que es la «moda» promover candidaturas independientes, como lo hace Jorge Castañeda en estos momentos, no se debe de dejar del lado el perfil del outsider, y entender que eso es lo que la gente está buscando, y que es lo que se requiere en tanto el outsider no represente un quiebre que acelerere el deterioro de nuestro gobierno (como algunos pensamos de López Obrador).
El candidato que se proponga para el 2018 necesita representar un cambio de aires, un rompimiento con las malas prácticas y los vicios de la política mexicana, no debe de ser «lo mismo desde fuera», porque lo único que hará es deslegitimar la figura del independiente. Tampoco, aunque las posibilidades en el contexto actual sean muy escasas, podemos descartar el surgimiento de un outsider desde un partido, una suerte de Javier Corral que a pesar de estar afiliado al PAN, representa el rompimiento (o al menos eso parece) de la política tradicional.
Es necesario entender esto, porque de surgir un candidato independiente cuyo perfil no está muy lejos de la clase política tradicional, se habrá perdido una gran oportunidad.