Las cosas han cambiado mucho en 20 años. Yo asistí a una escuela del Opus Dei, y recuerdo muy bien que términos como homosexual, joto, o puto, eran considerados un insulto. Pero no porque se considerara eso un insulto hacia la comunidad gay; sino por el contrario, era reprobable decirle a otro compañero que tenía preferencia por las personas del mismo sexo. Un insulto de ese tipo te podía costar un reporte, el cual tus padres tenían que firmar de regreso; o bien, podía ameritar una suspensión.
De igual forma, recuerdo que alguna vez los profesores nos entregaron circulares (de esas que tenías que entregar a tus padres para el siguiente día entregar el talón firmado al profesor) porque se iba a llevar a cabo una marcha en contra de los homosexuales. No era como ahora, que la marcha es estrictamente contra el matrimonio gay o la adopción, sino contra su condición per se. No era, respeto tu preferencia sexual pero no estoy de acuerdo con el matrimonio o la adopción. Era, no te respeto por tu preferencia sexual.
Los círculos conservadores en ese entonces eran todavía más conservadores. En la actualidad no es extraño escuchar a un conservador decir: -No estoy en desacuerdo en las sociedades de convivencia, o -No estoy a favor del matrimonio del mismo sexo, pero no tengo nada en contra de ellos, incluso tengo amigos gais. De 20 años a la fecha han mostrado una mayor apertura.
Ahora que Peña Nieto propuso legalizar los matrimonios del mismo sexo y anunció cambios en la constitución, lo que más me llamó la atención no fue la noticia en sí, sino el poco ruido de los sectores más conservadores de la sociedad. En un país tan católico y mariano, yo esperaba una reacción directamente proporcional. No la hubo, o al menos no la he visto.
Es decir, las autoridades no se han encontrado con mucha resistencia. Cuando el matrimonio igualitario amenazaba con legalizarse en Guadalajara (lo cual evidentemente sucedió), la organización Jalisco es Uno por los Niños realizó una marcha multitudinaria. Fueron muchos pero no tantos, no lo que uno podría esperar para una ciudad tradicionalmente conservadora como Guadalajara. Después, cuando las autoridades legalizaron el matrimonio, la misma organización convocó a otra marcha. Ni siquiera pudieron llenar la Plaza de la Liberación (cuyo tamaño es aproximadamente la mitad del Zócalo de la CDMX).
Me pregunté, ¿Y esa es la resistencia? ¿Tan pequeña? Incluso en otros países más «liberales» como Francia e Italia, la resistencia a estos cambios ha sido mayor.
Creo que es sano que esas resistencias existan con el fin de que las transiciones, es decir, los cambios de valores o paradigmas dentro de una sociedad, sean más tersas, razonadas, y no abruptas (no me refiero necesariamente que se deba postergar una decisión así, sino que se deba someter a debate, se analicen sus pros y contras, y se delibere para buscar la mejor manera de adoptar dicho cambio).
Los conservadores, así como los liberales, tienen un papel importante dentro su comunidad; porque la contraposición de las dos corrientes ideológicas propicia un sano equilibrio dentro de la sociedad.
Las instituciones que hemos creado, como la familia, que tiene sus propios valores y principios, son las que dan cohesión a una sociedad. Un cambio de forma abrupta puede alterar esa cohesión. En cambio, cuando éste es razonado y se somete a un debate, puede incluirse dentro de ese tejido sin alterarlo, fortaleciéndolo más bien. Es decir, hablando del matrimonio gay, no sólo tendríamos que hablar de «mi derecho», sino deberíamos someterlo a escrutinio para incluirlo de tal forma que adopten los valores y responsabilidades que implica tener una familia. Es decir, que cumplan con esa función y no se quede en un «logro por la obtención de un derecho».
Pero en México, ahora que se harán cambios en la constitución, los círculos conservadores han brillado por su ausencia. Y me sorprende.
Y sería irresponsable decir que todo es culpa del lobby gay, o de los «intereses oscuros». Porque de la misma forma que la comunidad gay tiene sus mecanismos para ejercer influencia y sacar adelante una agenda, los sectores conservadores también la tienen, también tienen su agenda propia, muchas veces por medio de Iglesias y escuelas a las cuales existen las élites, donde inculcan su credo y sus valores. En una sociedad democrática, los sectores conservadores también gozan libertad de expresión y pueden ejercer su influencia. Tienen sus páginas web y sus Fan Pages de Facebook, pero parece que la gente no muestra mucho interés.
Pareciera que los conservadores llevan las de perder en el discurso. De hecho parece que este sector conservador (a diferencia de hace 20 años que era mayoría) es más bien pequeño y minoritario.
Por ejemplo, según Mural (Reforma), en Guadalajara todavía son mayoría quienes están en contra de los matrimonios igualitarios, aunque en las clases más educadas la resistencia ante el matrimonio igualitario es menor:
Pero tendríamos que remitirnos también a lo cualitativo. Es decir, quienes no están de acuerdo ¿qué tanto no están de acuerdo? Posiblemente muchos de quienes se oponen no lo hacen de una forma categórica.
Es decir, su negativa no es lo suficientemente fuerte como para salir a la calle a manifestarse. Muchos de aquellos que aseguraron estar en contra, posiblemente no pierdan el sueño si el matrimonio entre personas del mismo sexo se aprueba. Eso, agregando el hecho de que como ciudadanos tendemos a ser pasivos y no luchamos mucho por lo que creemos, explica por qué la resistencia es tan endeble.
En un país como Francia donde la gente está más preparada (tanto los liberales como conservadores tienden a ser más letrados y sus argumentos son más sólidos) y es más activa socialmente, se entiende que se organicen manifestaciones en pro y en contra que aglutinan a cientos de miles de personas, llenen plazas y presionen gobiernos. En México eso no sucede. Incluso las marchas a favor del matrimonio del mismo sexo tampoco se caracterizaron por ser masivas, cuando ya es poco menos de la mitad quien se muestra a favor.
Los humanos tendemos a rechazar lo raro o lo poco frecuente, sobre todo aquello que no conocemos. Cuando entonces, ser gay ya no es algo «tan raro» (en términos de frecuencia), aprendemos a ser más tolerantes. Esto también explica por qué hay más gente que no siente aversión, y por qué una convocatoria para manifestarse en contra del matrimonio gay (aunque su postura sea «en contra») ya no les resulta tan atractiva. Incluso las razones para oponerse, en muchos casos, son otras. Ya no es «esos jotos desviados», sino «respeto a los gays pero un niño necesita una mamá y un papá».
Los conservadores tienen, o deberían de tener, un papel que no están asumiendo, o lo están haciendo de una forma muy timorata; como si mostraran una fuerte incapacidad para poder comunicarse con el grueso de la sociedad (siendo que la sociedad mexicana no se destaca por ser una muy liberal), y como si sólo se tratara de aglutinar a los suyos, a quienes asisten frecuentemente a la Iglesia o que son parte de instituciones conservadoras.
La comunidad gay (o el lobby gay, o como le quieras llamar) ha tenido la capacidad de persuadir a algunos de quienes no pensaban como ellos, se metieron hasta la cocina. Los círculos conservadores, a quienes en teoría no les falta dinero y recursos, no lo han hecho, y no han logrado conectar con el grueso de la sociedad. Posiblemente necesiten elevar el nivel del discurso o adaptarlo a las nuevas generaciones, posiblemente tengan que hacerlo de una forma menos sectaria (por ejemplo, sus argumentos son relacionados en la gran mayoría de los casos, con la religión), posiblemente necesiten mejorar la forma en que se comunican, o necesiten romper paradigmas y poner a prueba sus argumentos. Y contrario a lo uno podría pensar, incluso sin ser conservador, creo que los conservadores tienen algo valioso que aportar, porque dentro de una democracia, y sobre todo, dentro de una sociedad madura, su existencia es necesaria y no es prescindible.