Imagina que un día vas a un bar con tus amigos (vamos a suponer que se llama el Candela). Por alguna razón sales muy pasado de copas, tal vez tu novia te cortó, o simplemente no te importó y tomaste todo el alcohol que había a tu alcance. Sales muy borracho de ese bar, apenas puedes caminar, literalmente haces el ridículo, y como el bar se ubica en una avenida donde los peatones abundan, alguien toma su smartphone, te graba, tú le mientas la madre por grabarte y lo tratas de agredir físicamente, el individuo desde el anonimato sube el video con el hashtag #LordCandela.
Te haces famoso y no para bien, tu video circula por medio de las redes sociales. Opinólogos y expertos hablan en la radio, televisión, y prensa escrita sobre el comportamiento agresivo de la gente que no mide su consumo con el alcohol. El siguiente lunes, tu jefe te dice que por políticas de la empresa debes de dejar tu puesto. Aún cuando eras un buen empleado. No habla bien de la marca tener a un individuo que no sabe comportarse y se muestra muy agresivo, aunque no sea tu costumbre ponerte ebrio, o incluso «haya sido tu primera vez». Naturalmente tu vida cambia, tu reputación se ve afectada.
No es como que el comportamiento en el que incurriste sea algo que se deba aplaudir, aunque naturalmente es algo que han hecho muchas personas alguna vez en su vida. Pero tú tuviste la mala suerte de ser grabado por un individuo que nunca dio la cara, y quien se convirtió en una especie de «activista social» al difundirte en malas condiciones.
Con el avance de la tecnología, nuestra privacidad se reduce cuando estamos en lugares públicos. Algunas personas aplauden esto, porque dichas tecnologías ayudan a captar en flagrancia a algún individuo que esté haciendo algo ilegal, algún político sobornando a alguien, algún tránsito recibiendo una mordida. Pero también por otro lado, exhibir a personas que llevan a cabo conductas desagradables, chistosas o humillantes (no siempre moralmente reprobables), o que son humilladas, y que antes quedarían como anécdota entre el pequeño grupo que se encuentra presente, ahora se vuelve un tema de interés público: cientos, miles, o millones de personas pueden quedar expuestas ante los contenidos que se han viralizado.
Habrá quienes (dependiendo del acto y las circunstancias) aprovechen el momentum; y en vez de caer en una depresión profunda, hagan dinero con su imagen, vendan camisetas de ellos mismos, o acepten un contrato con cierta marca de galletas. Pero hay quienes (la mayoría) no pueden darse ese lujo, porque el contenido del video es muy desagradable, o porque estaban siendo humillados por otras personas.
Ahora hablemos del bullying. La mayoría de los ahora adultos fuimos víctimas del bullying al menos alguna vez (que en ese tiempo no existía ni ese término ni menos llegaba el ejército del Conapred a tu escuela cuando te daban un coscorrón). Con un smartphone y las redes sociales, el problema se puede extender.
Ahora no sólo se trata de que tus «compañeros» se junten en bolita para burlarse de ti. Ahora se trata de que esos mismos compañeros puedan grabarte y compartir esa vez que te humillaban en sus redes sociales. Puede que castiguen severamente a quien te exhibió, pero posiblemente ya es demasiado tarde y tu video ya se replicó en Youtube. Todo el mundo comparte esa vez que te bajaron los calzones en frente de toda la clase.
El smartphone se ha convertido en un arma de doble filo. Por un lado es muy útil para denunciar abusos, de la autoridad o de terceras personas. Pero por otro lado, la privacidad de las personas que se encuentran en un espacio público se reduce.
Porque no todo el que carga un teléfono inteligente es una persona bienintencionada. Muchas personas tratarán de sacar provecho. Algunos posiblemente quieran ganar seguidores en sus redes, likes, clics en ads, o simplemente se les hizo gracioso subirlo. Otros posiblemente tengan un razón más «oscura» o tengan algún interés específico en exhibir a alguna persona.
Incluso hay quienes siendo responsables de un acto, graban a la autoridad (en pleno ejercicio de la ley) con su teléfono esperando que de esa manera se les pueda hacer «justicia». Porque el teléfono celular se ha convertido en un arma que le da una suerte de voz a aquellas personas que no la tienen; como este individuo quien después de chocar en estado de ebriedad, utiliza su teléfono celular para denunciar un supuesto abuso de autoridad.
https://www.youtube.com/watch?v=8sOJVutbGo4
Imagen: thenextweb.com