Hace unos días, el Reforma publicó este ejercicio que ya es muy común en México, el cual consiste en medir la popularidad del Presidente en turno. ¿Los resultados? Solamente el 30% de los ciudadanos aplaude su gestión, y sólo el 22% de los líderes de opinión lo hace.
Los números son contundentes, son los más bajos que un presidente ha obtenido desde que se hacen estas mediciones. Peor aún, son más bajos que los que llegó a tener Ernesto Zedillo después de la crisis económica de 1994. Y no, ni la recaptura del Chapo Guzmán ayudó a Peña Nieto a recuperar algo de su popularidad.
Noticia peor es que ese 30% se sostiene en parte por el extenso voto duro que tiene su partido, quienes conforman parte de las estructuras, y que siempre serán incondicionales. Por esto se explica que sea prácticamente imposible que un mandatario baje del 20% como ha sucedido con otros presidentes de otros países, tales como Dilma Roussef o Cristina Kirchner.
Entendido esto, la evaluación es contundente y determinante. Los ciudadanos no quieren al gobierno actual.
Pero el Gobierno Federal parece no entender lo que sucede, y peor aún, por qué sucede.
Me llamó la atención un video de José Antonio Meade, a quien considero uno de los funcionarios más decentes del gobierno de Peña Nieto (y por lo tanto, donde esperaría mayor objetividad). Parece haberse contagiado de esa visión distorsionada y desconectada de la realidad que padece prácticamente todo el gobierno.
Meade, titular de la SEDESOL, afirmó que «tenemos suerte de tener a Peña Nieto» como Presidente de la República. Que todas esas críticas son «porque nos gusta estar de mal humor y pensar que las cosas van mal».
https://www.youtube.com/watch?v=wWx0Gsy2FWE
Es decir, en el gobierno de Peña Nieto creen que están haciendo las cosas bien, parecen no dar crédito a esa ínfima popularidad. Se molestan porque los ciudadanos no los comprendemos ni valoramos «todo lo que están haciendo por México».
Muy posiblemente cuando Peña se va a acostar, empieza a meditar sobre las reformas y a decirse en su mente: – En mi gobierno implementamos reformas estructurales que los anteriores no pudieron porque mi partido no los dejó, yo tuve el oficio político, estoy modernizando Pemex, estoy modernizando la educación del país, hicimos cosas aquí, allá, acuyá, y la gente no lo agradece; sólo busca excusas para tirarme tierra.
Y entonces recurren a la teoría del complot. Que las críticas vienen de un plan orquestado. Basta leer a los «intelectuales orgánicos» como Ricardo Alemán o Pablo Hiriart para leer la mente de quienes nos gobiernan. Carlos Slim, Carmen Aristegui o López Obrador confabulados para derribar a un gobierno que pretende reformar al país.
Pero la realidad es que esto es lo menos. Si bien, dentro de cualquier gobierno existen intereses y quienes pretenden desde la oposición desinformar y manipular la opinión pública (algunos de estos personajes son visibles), lo cierto es que la gran mayoría del descrédito de este gobierno es producto de los errores propios más que de la «propaganda negra» de alguien más.
Y es aquí cuando hago hincapié en la forma en que están tan desconectados de la realidad, y también lo hago en la falta de empatía para con sus gobernados.
Y lo entiendo, varios de ellos fueron criados dentro de élites políticas desconectadas del resto de la población. No entienden a la sociedad, porque nunca les enseñaron a entenderla, siempre estuvieron un peldaño más arriba.
Esa cultura de las élites disociadas de las sociedad, es aquella que ha permitido el surgimiento de empresarios y políticos prepotentes escudados bajo sus güaruras, y también gente capaz de incidir en delitos que van desde la corrupción hasta el abuso sexual gracias a la capa de impunidad que los protege. Esa cultura así es, porque en parte, les enseñaron que eso era la regla y lo normal; con eso crecieron.
Parte del rechazo de la población a este gobierno no sólo tiene que ver con una balanza que acumula más errores que aciertos, sino con esa desconectividad. Los ciudadanos no nos sentimos de ninguna forma representados, a pesar que su tarea es gobernar en beneficio de la población. Con excepción de las ceremonias del Grito de la Independencia (y con problemas), Peña Nieto nunca se ha parado a dar un discurso frente a una multitud que no ha tenido que pasar por un filtro estricto (es decir, ciudadanos comunes que no tienen relación alguna con las estructuras de gobierno y partidistas).
Es imposible un cambio abrupto en la percepción que la gente tiene del gobierno. Primero, porque los ases bajo la manga (el Pacto por México, detención de personajes como Elba Esther Gordillo, o el «Chapo») al parecer ya se acabaron; y porque pedirle a un gobierno que sea sinceramente cercano con los ciudadanos, es como pedirle a un psicópata que tenga empatía y piedad por sus semejantes. Es decir, lo más probable es que la misma tesitura continúe hasta el fin del gobierno de Peña. Y bajo este entendido, lo más recomendable para su partido de cara al 2018, es que Peña mantenga un perfil cada vez más bajo (como ha venido sucediendo).
Esta es la realidad de un gobierno que ha sido reprobado por los ciudadanos, un gobierno que parece no entender el mensaje. Lamentablemente para Peña, los aciertos (que los hay) quedarán ensombrecidos por un cúmulo de defectos mayores tanto en cantidad como en calidad; pero sobre todo por esa enorme brecha que separa a su gobierno de la gente.