¿Y dónde está la banderita de Siria, de los muertos de Ayotzinapa? Era predecible, sabía que tarde o temprano iba a escuchar ese tipo de reclamos. Había despertado el día de ayer, estaba consternado porque lo primero que vi en mi muro de Facebook en el celular fue el atentado perpetrado por los mismos: DAESH (no ISIS), o ISIS si le quieres llamar así al Estado Islámico. Me molestó, porque estaba consternado y este tipo de personas insistían en «que no tenía derecho a hacerlo». Personas que publican este tipo de tweets para parecer inteligentes o tratar de separarse de «la masa», como si yo no tuviera el derecho a sentirme mal por lo ocurrido.
No dilucidan la amenaza que esto significa para el mundo global. Es falaz pensar que no nos importe lo que pasa en Siria, ver las ciudades principales de aquel país completamente destruidas me genera un vacío en el estómago. Pensar que el ser humano puede llegar a tanto porque no puede conciliar sus diferencias, porque está cegado al fanatismo.
Y si los atentados belgas nos impactan más, no es porque seamos “hipócritas”, es por la proximidad, es un instinto de supervivencia. Es porque la amenaza se ve más cercana cuando las víctimas del atentado se encuentran en un país occidental, y más en la ciudad donde residen los poderes de la Unión Europea.
No sólo se trata de lamentar lo ocurrido, de reprobar esta barbarie, este acto inhumano que sólo podría ser entendido por medio de una enfermedad psíquica patológica, o por un fanatismo tan impregnado a la mente que atrofiado su capacidad de razonar (parece ser esto último). Se trata de ver las repercusiones que esto puede tener a largo plazo. Este tipo de atentados pueden ser una amenaza a la democracia liberal puesto que, ante el miedo, los ciudadanos pueden clamar por figuras más autoritarias que les proporcionen un mayor sentido de seguridad. Ahí está la extrema derecha haciéndose un espacio en Europa. Partidos xenófobos y nacionalistas ocupando cada vez más escaños en los congresos de sus propios países.
Este acto terrorista le viene como anillo al dedo a Donald Trump, quien no tardó en reaccionar:
Obama, and all others, have been so weak, and so politically correct, that terror groups are forming and getting stronger! Shame.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 22 de marzo de 2016
Los demagogos encuentran en estos actos una gran oportunidad para ganar simpatías. Porque ciertamente, es técnicamente imposible que DAESH logre extender el «Estado Islámico» por el mundo. Pero lo que sí puede hacer es orillar a los países occidentales a buscar gobiernos más anti democráticos para combatirlos. Quienes salen perdiendo más son los árabes y los refugiados, quienes huyeron de los propios terroristas. – Hay que correrlos, hay que deportarlos, hay que construirles muros, son terroristas en potencia, discrimínalos.
No sólo se trata del resentimiento que tienen contra Occidente, porque ciertamente los occidentales «no nos hemos portado muy bien» con ellos a través de la historia. Se trata también de un repudio visceral a nuestros valores que son incompatibles con su dogma. Es decir, su deseo es imponer su dogma a través del mundo. Porque el dogma es un poder, y es un poder mucho más sofocante y represivo que el que puede ejercer un gobierno occidental o un cúmulo de empresas transnacionales.
Cuando lo primero que formulan estos «críticos» al ver un atentado de estas dimensiones, es el argumento ideal para reprochar a quienes manifiestan sus condolencias (a veces en una expresión de cinismo, afirman que la gente se indigna por moda), están ignorando todas las repercusiones que tienen este tipo de atentados, ignoran que nuestra vida, y nuestra forma de organización social y política, por más imperfecta que sea, pende de ciertos equilibrios (de poderes) los cuales están siendo trastocados por el Estado Islámico.
No sólo no ignoramos lo que pasa en Siria, por el contrario, tememos que algo así pudiera llegar a pasar en Occidente. Tan no lo ignoramos que muchas personas en Europa acogieron con los brazos abiertos a los refugiados, porque lograron ser empáticos con ellos.
El grado de solidaridad no es selectivo, más bien está supeditado a la proximidad como mecanismo de supervivencia. También es falso que no nos hayamos solidarizado con los estudiantes de Ayotzinapa. Estos «críticos» de igual forma nunca hablan sobre los cristianos que son ultimados por el Estado Islámico y también son «más solidarios» con unas cosas que con otras. Esperar que el ser humano se consterne exactamente de la misma forma por un acto ocurrido en una u otra parte del mundo, cuando estamos divididos en culturas, las cuales tienen diferentes órdenes morales, es algo descabellado. Es casi como pedir a un señor que sufra igual con la muerte de su esposa, que con la muerte de una mujer tailandesa cuya noticia apareció en la segunda plana de un diario digital extranjero.