A veces hay conceptos que se confunden, se mal entienden, no se respetan en su concepción original, o bien, se interpretan de forma tramposa. Uno de esos es la denominación de Estado Laico. Esta denominación que es atribuida a naciones avanzadas y no tan avanzadas como la nuestra tiene el propósito de garantizar la libertad religiosa (o de no profesar religión alguna) al separar al Estado de las iglesias. Es decir, ninguna Iglesia no debería inmiscuirse en los asuntos del Estado porque de esta forma la libertad de religión se pondría en riesgo.
Con la visita del Papa Francisco he notado dos cosas que debo de mencionar con respecto a dicho término. La primera tiene que ver con el papel que juega el Gobierno, y la segunda tiene que ver más bien con el papel de quienes se proclaman críticos:
Vamos con lo primero. ¿Están respetando el Estado Laico nuestros gobernantes?. En mi parecer no lo están haciendo. Una cosa es que reciban al Papa, que se cierren algunas calles para que pueda saludar a los fieles, que pueda dar misas, discursos y todo lo demás. Otra cosa es que nuestros gobernantes se cuelguen de la imagen papal para ganar legitimidad. Es decir, nuestros gobernantes se están aprovechando de las creencias de la gente con el fin de obtener un beneficio político, incluso muchos de ellos han besado el anillo al Papa (lejos de rebasar los límites del Estado Laico, que evidentemente lo hace, tendríamos que hablar de la congruencia de dichos gobernantes), para después ser tácitamente cuestionados por el mismo Papa.
Lo segundo tiene que ver con quienes bajo el supuesto amparo del Estado Laico buscan denostar a los fieles. De hecho, como mencioné, el propósito es el opuesto, que cada persona tenga la libertad de ejercer o no ejercer la religión que desee. Ellos han tergiversado su significado al pensar que el Estado Laico trata sobre el anticlericalismo y un ataque frontal a la religión cuando no es así. De hecho caen en lo mismo que dicen combatir, su propósito es imponer una visión particular sobre las demás.
Con el paso del tiempo, el número de católicos ha venido en descenso (aunque no de forma franca). Naturalmente ahora somos más quienes guardamos una postura más escéptica con la religión. Pero creo que para ser críticos también tenemos que informarnos bien y desarrollar argumentos con más validez que aquellos que sólo buscan llevar la contra y son emitidos desde el odio, el instinto o las generalizaciones. El nivel de debate es realmente pobre y en vez de que sirva para llegar a conclusiones que nos puedan traer sabiduría, sólo logramos crear una sociedad más polarizada.
Entiendo que el Papa Francisco sea una figura que despierta pasiones incluso entre algunos no creyentes por su carácter reformista. Pero hay quienes se oponen a la visita del Papa y a la vez piden que haga declaraciones que por sí mismas se podrían llegar a considerar una vulneración al Estado Laico. Por ejemplo, que el Papa hable sobre Ayotzinapa, que critique a Peña Nieto o que condene el matrimonio de Peña Nieto y Angélica Rivera, consumado entre muchas irregularidades.
Es decir, aceptan que el Estado Laico se vulnere, solamente cuando esto implique un beneficio para sus preferencias políticas. Si el Papa pronuncia «Ayotzinapa» se convierte en héroe, si el Papa es acompañado por Peña Nieto, entonces el país está en franco riesgo de convertirse en una dictadura confesional.
En realidad, el Papa ha hecho críticas de forma tácita al Gobierno, pero cuidando las formas de tal manera que ello no implique una vulneración al Estado Laico. El Papa ha hablado de la corrupción, del narcotráfico, del materialismo, pero ha tenido cuidado de no involucrarse políticamente en esos temas. El Papa se ha dado cuenta del recibimiento artificial y pomposo que recibió por parte del Gobierno, y ha notado que los gobernantes, en su clásico afán de simular, tratan de mostrarle un México que no existe pero que no pueden ocultar. Al Papa se le observa más cómodo en los escenarios más naturales y abiertos.
Hay escenas que no gustan a los quejosos (por ejemplo, una foto del Papa con Eruviel, reclamando por qué no hay alguna con los padres de los estudiantes de Ayotzinapa), y parte tiene que ver con la ignorancia del contexto o con la falta capacidad o voluntad para entender que el Vaticano y el Papa también se sujetan a la formas diplomáticas y hacen política. Se oponen a que venga a México porque no creen en la Iglesia, pero al mismo tiempo le exigen una muy alta calidad moral.
Al final, quienes no han sido respetuosos del Estado Laico son algunos de nuestros gobernantes, el Papa ha sido prudente en ese sentido. Lamentablemente esta visita ha servido para mostrar la intolerancia que todavía pernea en nuestra nación. Tanto quienes han aprovechado la ocasión para sentirse intelectualmente superiores a los fieles a los que señalan como borregos, o como también aquel grito de «que se mueran los jotos» que se alcanzó a filtrar en la transmisión cuando el Papa hablaba en el estadio de Tuxtla Gutiérrez.
La visita de un Papa que ha hablado mucho de moral, de ética, y casi nada de política, nos ha mostrado como somos, que tenemos un Gobierno mediocre e incoherente ideológicamente, y que no, no estamos preparados para debatir, ni para tolerar al no creyente, o al que sí lo es.