¿Por qué Carmen Aristegui es una de las periodistas más importantes del país? No lo es por sus pretensiones intelectuales (magnificadas por sus simpatizantes, en su mayoría de izquierda), lo es por este tipo de reportajes que nadie se atreve a hacer. No sólo hablamos de los ovarios que se necesitan para elaborarlos y lanzarlos al aire, sino también de la calidad de dichos reportajes, muy bien elaborados y fundamentados, como ocurrió con la Casa Blanca.
Y Carmen Aristegui se vengó.
Tal vez el propósito de dicho reportaje, donde muestra la corrupción en la que se involucró el sector público y la Iglesia mexicana con el fin de que Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera se pudieran casar, tenga que ver con una intención de venganza (recordando como salió carmen de MVS), o simplemente el propósito era hacer un reportaje, desde la perspectiva opositora de Carmen, y Proceso, con quien realizó esta investigación, aprovechando la coyuntura de la visita papal.
Es muy bien sabido que el Papa Francisco no simpatiza en lo absoluto con el Gobierno de Enrique Peña Nieto; no se puede tapar el sol con un dedo, ni siquiera con el «disco oficial» iniciativa de Angélica Rivera, quien congregó a varios artistas del medio para cantarle al Papa. Y si el Gobierno Federal deseaba crear con ese disco algún efecto en la población a su beneficio, se pueden ir olvidando de eso. El reportaje de Aristegui da en el clavo, llega en el momento indicado, asociando la visita del Papa con los actos de corrupción en que se vieron envueltos con parte de la Jerarquía Católica de nuestro país (de quienes se dice, se sienten incómodos con este Papa) con el fin de anular el matrimonio de Angélica con el «Guero» Castro, para que ésta se pudiera casar con Enrique Peña Nieto.
El propósito de este artículo no es hacer un juicio de la Iglesia, institución conformada por seres humanos imperfectos como los que constituyen cualquier otro tipo de organización. Lo que me preocupa es como un Gobierno (entonces estatal) y una ahora Primera Dama (en ese entonces estatal) pueden ser capaces de corromper hasta a las autoridades eclesiásticas auto-consideradas impolutas e infalibles, incluso si para esto se tiene que perjudicar a un tercero (el Padre Salinas).
Me preocupa cómo es que la corrupción puede penetrar en los tejidos de cualquier tipo de institución.
Y más preocupante es que «esos corruptores» sean quienes están al frente de esta nave llamada México. Corruptores con ideales completamente opuestos a los que pregona la misma Iglesia, tolerados por parte de la misma Iglesia Mexicana que parece haberse rezagado con respecto a los aires que parecen soplar en el Vaticano, y repudiados, como ya dije, por el Papa Francisco.
Peña, Angélica y los involucrados como Norberto Rivera tendrían que responder a la sociedad. No se trata de si se está de acuerdo con la institución del matrimonio (a la cual de alguna forma se pasaron por el arco del triunfo), como de manera tramposa Federico Arreola cuestiona a Aristegui, sino de preocuparnos por la capacidad de corromper todo lo que se encuentra a su paso para satisfacer sus necesidades. El Gobierno de Peña se burló dos veces de los católicos: primero, al utilizar a la Iglesia como instrumento para su beneficio, y segundo, al presentarse como aquellos dadivosos que se presentan como legítimos intermediarios de un Papa que no los quiere, componiendo discos oficiales (amén del Estado Laico que tanto pregona su partido, el PRI) con artistas de bajo nivel para tratar de recobrar un poco de toda legitimidad que han perdido a pulso.
México vive ante un Gobierno que lacera tanto a las instituciones que representa y que forman parte de éste, como a las instituciones ajenas pero que tienen peso en la vida pública de nuestro país. No sólo es el Estado de derecho, son las instituciones que utiliza para su beneficio, ya sea a parte de la Jerarquía Católica de nuestro país, o ya sea a los medios de comunicación, para que los presentadores de algún programa hagan promoción encubierta.
Y ante un Gobierno que cada vez representa menos a sus ciudadanos y se sirve más a sí mismo, los ciudadanos tenemos que buscar mecanismos para contener su hambre de poder.