Hace poco más de 10 años, entre a un «curso de superación personal» llamado Mexworks. Resultó que dicho curso, a pesar tener algunas dinámicas útiles, también tenía una estructura piramidal de reclutamiento donde a los miembros se les insistía hasta el cansancio enrolar a nuevos participantes. Utilizaba ciertos mecanismos de manipulación para hacer que funcionara y fuera rentable para quienes lo dirigían. No era una secta como tal, pero sí que tenía muchos elementos sectarios (varios cuyo origen están en la cienciología). Durante mi estancia en el curso, investigué en Internet sobre Mexworks y comencé a abrir los ojos. Podía más mi curiosidad que todo ese sinnúmero de sensaciones (positivas y negativas) que se tienen en el curso, y que hace que quienes participan en él, lo defiendan a capa y espada.
Al ver y vivir dicho, quedé sorprendido con la forma en que se podía jugar con la mente del ser humano y eso me llevó a despertar mi curiosidad sobre el tema; y gracias a ello fue que me empezaron a interesar las teorías de la conspiración. Si con un curso donde encierras varios días a varias personas en un salón puedes hacer que hagan cosas que en otro momento las avergonzaría, ¿qué no pueden hacer los gobiernos para manipularnos?
Di con esta página web (la cual sigue intacta desde ese tiempo) y me dije a mí mismo: ya entendí todo. Adquirí inmediatamente los libros de 1984 de Orwell y Un Mundo Feliz de Huxley para reforzar mi idea de que vivíamos en un brainwash masivo.
Pero muy pronto me di cuenta de que no era tan así.
Es decir, sí, los gobiernos engañan y mienten. De hecho, a diario estamos sujetos a diversos impulsos que tienen el fin de beneficiar a terceras personas. Tanto la marca que se quiere posicionar en tu mente para que la recuerdes, el político que persuade o medios que pretenden favorecer a un político o corriente ideológica. Son tantos impulsos que se hace muy indispensable el criterio propio para poderles dar su justa dimensión.
Y ciertamente, hay muchas cosas que no sabemos ni sabremos nunca. No conocemos todo lo que ocurre tras bambalinas, lo que ocurre en las conversaciones privadas de los congresos, de las juntas de políticos con empresarios, en los organismos internacionales.
«Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.» Abraham Lincoln.
Pero sería absurdo pensar que existe una estrategia mundial efectiva y bien delineada para lavarnos el cerebro. Durante ese curso, estaba en un cuarto cerrado donde se tenía prohibido utilizar el teléfono celular, habían numerosas reglas, había un gran control sobre los participantes. En los regímenes totalitarios donde hay un férreo control de la población es más factible pensar algo así, y lo es porque el castigo por disentir es muy alto (prisión o pena de muerte). Seguramente muchos norcoreanos son muy escépticos sobre el régimen que los gobierna, pero saben que rebelarse puede costar la vida (y la de sus seres queridos).
En nuestro caso no es así. En los países occidentales existe mucha mayor flexibilidad para disentir. Si bien hay muchas instancias que tratan de llevar nuestra forma de pensar por alguno que otro rumbo, es posible criticarlas y ponerlas sobre la mesa, lo cual impide un control absoluto.
La persuasión es, entonces, la forma más utilizada para promover alguna ideología o pensamiento (ya sea por convicción o interés). De hecho, nuestra cultura actual es resultado de varios intentos de persuasión, desde el derecho del voto a la mujer, la pena de muerte en algunas entidades, el aborto. Lo que se promueve puede ser benéfico para la sociedad o puede no serlo (o puede estar en discusión), se puede utilizar a los medios de comunicación, puede invertirse mucho dinero y sí, se puede obtener un resultado, pero el ser humano tiene la capacidad de disentir. Al final, el ser humano puede no tomar la mejor elección (que beneficia a algún grupo de interés), pero incluso ya puesta en marcha puede cuestionar sus efectos.
Para persuadir de forma acertada se necesita algo más que «unos pocos que controlan al mundo», para que eso suceda y puedan controlar siempre a todos, tendrían que tener legitimidad por medio de aquellos que lo controlan para sostenerse en el poder, y para ello se necesitaría un férreo control. En realidad el ejercicio de poder en el mundo moderno es más bien vago, y como afirma Moisés Naím, éste se está fragmentando. No sólo no podemos pensar en un orden mundial, más bien quienes detentan poder se han dado cuenta que este es más volátil y más difícil que mantener que antes.
Entonces podemos hablar de gobiernos que nos persuaden. Nos persuaden a pensar que López Obrador es un «Peligro para México», que Peña Nieto «mató a los estudiantes de Ayotzinapa», o que la privatización de los hidrocarburos es necesaria. Estos argumentos que pongo de ejemplo pueden ser válidos o no, o pueden tener solamente una validez parcial, pero son argumentos que se han repetido de forma incesante.
Te puedes dar cuenta de que muchas personas toman como válidos dichos argumentos, pero no todos, y algunos otros se muestran escépticos. Esto es porque tenemos libre albedrío (que a veces algunos conspiracionistas parecen negar), y muestra también de que es muy difícil manipular a toda la población en su conjunto.
Entonces quienes lo hacen sólo pueden aspirar a convencer a cierto número de personas que generen la suficiente masa crítica para obtener un beneficio. Por ejemplo, convencer de una mentira al 30% de la población de tal forma que x o y candidato no pueda obtener mayoría absoluta o pueda pasar una ley.
Es decir, los «manipuladores» saben que se enfrentan a un grupo de individuos lo suficientemente complejos y bajo circunstancias tan complejas, que la premisa «estímulo – respuesta» termina siendo poco precisa e ineficiente.
En realidad tenemos a muchas personas (políticos, medios) tratando de convencernos de muchas cosas. Incluso posturas antagónicas pueden ser falaces las dos: Juan puede decir que Pedro es la encarnación de Satanás, y Pedro decirse un ángel santo. Este tipo de falacias son muy comunes dado que los individuos muchas veces toman alguna postura y se aferran a ella. Es más cómodo hacerlo así.
Y la realidad es que para encontrar la verdad, o algo parecido a ella, tenemos que investigar. Pero ¡sorpresa! Muchas personas no tienen el tiempo de hacerlo, y a muchas otras les da pereza.
Es más fácil crear teorías de la conspiración, y sobre todo, es más divertido.
Es más fácil afirmar que el mundo está manipulado por unos pocos, por una orden, por los Illuminati quienes supuestamente tienen el control absoluto, que entender la complejidad de nuestro mundo.
Las teorías de la conspiración son eso, argumentos que no tienen sustento empírico. Los conspiracionistas tratan de tapar huecos de información sobre algún tema hilando temas donde en realidad no hay relación alguna: Si no entiendo bien como se forma un huracán, si no confío en las autoridades porque mienten cada rato (un hecho), y si escuché por ahí «quesque» se puede manipular el clima con químicos, entonces la conclusión es que el huracán es una fabricación deliberada. Aunque ese argumento sea fácilmente rebatible, aunque información sobre huracanes abunde en Internet.
Por eso a veces ni siquiera son huecos, es pereza.
Entonces es más fácil encontrar divertidas relaciones: Que la captura del Chapo se utilizó como cortina de humo para ocultar la depreciación del peso.
Es más fácil que leer algún artículo de algún economista que explique por qué nuestra moneda se está depreciando. Que nos digan que el peso se depreció al igual que muchas monedas en el mundo por la devuación del Yuan o porque los gringos subieron sus tasas de interés, se escucha menos atractivo que una atractiva historia donde el Gobierno quiere empobrecer a su población ocultándola de la verdad a través de cortinas de humo.
Y ciertamente, nuestra historia (ésto es básico) muestra una relación muy desgastada entre Gobierno y gobernados. Quienes crean dicho argumento del Chapo y el dólar, toman sí, como base las devaluaciones que han derivado en crisis económicas y donde el Gobierno ha tenido responsabilidad.
Pero cada situación es diferente. Aquí por ejemplo, partiendo del hecho de que el Gobierno ya no puede devaluar por decreto, sino que la relación peso – dólar se establece automáticamente por el mercado.
Pereza para investigar + desconfianza = la fórmula perfecta para crear este tipo de teorías.
No, no estoy insinuando que creas todo lo que dicen las autoridades, por el contrario. Pero para «desconfiar» se necesita información y argumentos, no suposiciones. De hecho, paradójicamente, algunas teorías de la conspiración se promueven para beneficiar a algún grupo de interés. Ejemplo, cuando sectores de la izquierda trataron de colocar el mensaje de que el Presidente Peña Nieto mandó a matar a los estudiantes de Ayotzinapa, o cuando el mismo Peña Nieto sugirió que el tema de la casa blanca era una mentira creada por grupos de interés focalizados que lo querían afectar (y algunos de los columnistas oficialistas comenzaron inmediatamente a sugerir a Carlos Slim y López Obrador como los artífices de la conspiración en su contra).
Dicen que las sociedades más preparadas son más difíciles de manipular, técnicamente es cierto. De la misma forma, la gente más informada tiende menos a creer teorías de la conspiración porque son más proclives a investigar del tema sobre el que guardan escepticismo.
Ciertamente, no sabemos todo lo que ocurre en el mundo, pero pensar que vivimos bajo una gran teoría conspirativa sólo nos llevará a ser más paranoicos y a tener menos herramientas de dilucidar qué es lo que está pasando. Entendido todo esto, te darás cuenta de que los conspiracionistas tienen menos capacidad de cambiar la realidad, aunque crean que es lo contrario, y que ellos se dieron cuenta de la manipulación a la que todos, dicen, somos sujetos.