El capitalismo y el socialismo han sido los eternos rivales dentro de la teoría económica desde hace algunos siglos, y su eterna enemistad se hizo más patente al entrar en el terreno de lo político durante la Guerra Fría con la vertiente más extrema del socialismo. Se consideran opuestas porque uno defiende la libertad económica sobre la igualdad y otro hace lo contrario.
Los términos se han ido moldeando con el tiempo. Por ejemplo, no es lo mismo un socialista soviético de mediados del siglo pasado a un socialista europeo de nuestros tiempos, pero en realidad la esencia se mantiene intacta. El capitalismo pugna por la libertad económica, y el socialismo busca crear un mundo más igual y más justo.
Entonces pensé. ¿Por qué capitalismo y socialismo deben de ser enemigos eternos?
Si partimos de esos valores esenciales, posiblemente podamos encontrar un punto de inflexión donde ambas corrientes puedan coincidir. Muchas de las políticas socialistas han quedado en descrédito, pero no así su esencia. No porque el comunismo soviético y el chavismo hayan mostrado su inviabilidad significa que aspirar a un mundo más justo y humano sea inviable.
Para tener un mundo más justo, donde la pobreza extrema pueda pasar a la historia, necesitamos no solamente redistribuir mejor la riqueza, tenemos que crear más riqueza. La historia nos ha enseñado que esta sólo se puede crear a través de la innovación y el desarrollo tecnológico, y también nos ha mostrado que la competencia entre empresas privadas ha sido el modelo más eficiente para hacerlo. Eso sí, sin ignorar el papel que puede tener el Estado en la investigación básica y como agente que pueda crear sinergia con las empresas e instituciones académicas.
De hecho, a pesar de muchas inconformidades y a pesar de los defectos del sistema económico que prevalece, erradicar la pobreza extrema es una posibilidad y muy posiblemente vivas para contarlo. Y uno de los agentes importantes en esa lucha (porque es quien genera la mayor parte del dinero que se dona o se recauda vía impuestos para la campaña de United Nations Millennium Development Goals, que lidera estos esfuerzos) es la propiedad privada.
Entonces, desde un punto de vista social, la competencia entre empresas privadas no es algo totalmente indeseable.
Las empresas, en tanto tienen la capacidad de crear riqueza, de alguna forma colaboran para el bienestar de los habitantes de nuestro planeta. Naturalmente no pueden ser los únicos agentes: Los gobiernos y las instituciones no gubernamentales deben de jugar un papel muy activo.
Por su parte, los gobiernos pueden implementar mecanismos de redistribución que no desincentiven la competitividad en el terreno privado, llegando un punto en que sea posible crear un ambiente propicio para la innovación y al mismo tiempo que los ciudadanos tengan garantizada una base sobre la cual partir, de tal forma que gobierno e iniciativa privada no se estorben entre sí, sino que se complementen.
Por ejemplo, un gobierno que pueda garantizar la salud y educación a sus gobernados, crea las condiciones para que la iniciativa privada pueda contar con mano de obra calificada, o bien, que dichas condiciones fomenten la innovación y el desarrollo de empresas por parte de nuevos emprendedores (así fomentando la creación de nuevas empresas en vez de que el capital se concentre en un pequeño conglomerado privado). Un gobierno, proveyendo educación y una mejor salud, con la iniciativa privada que crea empleos, pueden dar mayor posibilidad para que los pobres aspiren a una mayor movilidad social. De tal forma que las generaciones subsecuentes tengan un rol importante en la sociedad y no se queden rezagados.
En este escenario es donde el capitalismo y el socialismo pueden encontrar su punto de inflexión, donde la iniciativa privada cree la riqueza, y el gobierno se encargue de crear mecanismos para que más personas puedan aspirar a ella. En vez de redistribuir ésta directamente, los impuestos se deben utilizar para que una mayor parte de la población tenga más oportunidades.
Así podríamos aspirar a vivir en un mundo donde puedan coexistir el emprendurismo y la justicia social.
Y no hay que olvidar como es que las nuevas tecnologías cambian la dinámica la economía y la política. Ahora los ciudadanos podemos tener un poco más injerencia en el terreno de lo público y lo político gracias a Internet y las redes sociales. Del mismo modo tenemos mayor capacidad de «regular» a las empresas sin el brazo interventor del Estado al denunciar sus malas prácticas que pueden orillarlas a dejar sus nocivas prácticas a un lado al poner su prestigio en entredicho.
Pero para llegar a ello tenemos que acabar con los dogmas. Tenemos que aceptar que las políticas socialistas tradicionales que pugnan por un Estado fuerte han fracasado no sólo una, sino varias veces. Y por otro lado también debemos de aceptar que el mercado no puede hacer la tarea sólo y que el progreso nunca podrá ser producto de la simplista proposición de «desaparecer al Estado».