¿Se acuerdan cuando Peña Nieto presentó un decálogo para la seguridad en respuesta a la presión social por los 43 estudiantes de Ayotzinapa? ¿Saben cuantos puntos de ese decálogo se han cumplido? Ninguno. Ni siquiera el más sencillo, cambiar el número de emergencias a 911 (porque pues todos vemos películas gringas ¿no?).
Y lo digo porque esta anécdota es un reflejo de su gobierno. Peña Nieto es el mandatario más impopular a mitad de sexenio, y posiblemente el juicio histórico lo coloque como uno de los peores presidentes de la historia moderna del país.
Peña Nieto ya se gastó casi todas las balas que tenía en su pistola, ya jugó todas las cartas. Desde un punto de vista político no había empezado tan mal, había logrado unir a las tres fuerzas políticas más importantes del país en el Pacto por México. Parecía que dentro de su gobierno al menos había oficio político (eso que tanto presumen lo de su partido).
Los que fuimos pesimistas al final tuvimos algo de razón, y es que un gobierno que se sostiene con las peores facciones del PRI (como el Estado de México e Hidalgo) no puede dar muchas razones como para celebrar. Al final en estos tres años, la corrupción (Casa Blanca), el autoritarismo (cese de Pedro Ferriz y Carmen Aristegui), la indiferencia y la inseguridad (Ayotzinapa) han sido una constante. Aciertos los hay, pero palidecen rápidamente ante los errores de este gobierno.
Mencionar un logro de Peña Nieto…
… entonces me doy cuenta que tengo que hacer un esfuerzo mental. Eso es una mala noticia, porque basta con ser un gobernador mediocre para que los ciudadanos recuerden uno, sólo uno. – Este gobernador es bien rata, pero puedo decir que limpió el centro de ambulantes, o este otro mandatario nos metió en una guerra sin salida, pero amplió la cobertura social universal.
Podría remitirme a las reformas, pero incluso dentro de los logros que pudiera tener dentro de éstas, uno puede encontrar peros sin ningún problema: – Se necesitaba una reforma a las telecomunicaciones, pero le dio preferencia a su amigo Azcárraga y entonces resulta que pudo ser mejor; o instrumentó una reforma energética necesaria, pero nadie le quiso entrar a la primera ronda porque muchos inversionistas critican la falta de Estado de derecho.
Y todo esto es una mala noticia para México, porque mientras a Peña le vaya mal, a México le irá mal (aunque claro, hay quienes desde su postura política desean que a Peña le vaya muy mal, sin importar las consecuencias que esto puede tener para el país).
A Peña le debería de ir bien. Eso nos conviene a todos.
Luego entonces, Peña Nieto incurre en un conflicto de interés, razón suficiente como para que en un país más desarrollado fuera procesado, y para tapar el ojo al macho se trae a su amigo Virgilio Andrade en lo que fue la máxima expresión del cinismo, la consecuencia inmediata es que ahora los ciudadanos no tenemos razones para confiar en él. Peña ha roto eso que es tan delicado. Peña está divorciado de la ciudadanía y posiblemente ya poco pueda hacer.
Tener un mandatario sin legitimidad es una mala noticia para México. Pero dicha pérdida de legitimidad se la ha ganado. No es tanto consecuencia de que quienes no simpaticen con su partido lo detesten; lo preocupante es que los cercanos a su mismo partido le siguen aplaudiendo a pesar de lo evidente. Posiblemente si el PRI no tuviera las estructuras que tiene, las encuestas de popularidad dejarían todavía peor parado a Peña. Un mandatario priísta nunca tendrá una popularidad del 10% o menos como ha sucedido en países como Argentina, precisamente por eso, porque su partido tiene los miembros y estructura suficientes para tener adeptos independientemente de la forma en que gobierna. Siempre habrá un acarreado, una persona en busca de un puesto, un priísta de corazón porque su partido lleva los colores de México; siempre habrá incondicional que esté en las buenas, en las malas, y en las muy malas.
Pero visto desde fuera, el gobierno de Peña Nieto ha sido bastante malo, y visto desde más fuera (desde el extranjero) la situación se complica. Los medios extranjeros han sido demasiado críticos con su gobierno y razones no les faltan. Los medios hablan de las Casas Blancas, de la fuga del Chapo, de Ayotzinapa, de la frivolidad del mandatario y su familia.
Hace 6 años hice la misma dinámica con Felipe Calderón (nótese que es evidente que en ese transcurso de tiempo mi redacción mejoró mucho, así que no se asusten) y fui muy crítico con él; pero al leer dicha columna para compararla con esta que estoy acabando de escribir, es de notar que la forma en que hago la crítica es completamente diferente: Calderón era alguien que podría dar mucho y no dio tanto, mientras que Peña Nieto podría dar poco y no dio absolutamente nada.
Sin haber sido un gran presidente, entiendo por qué la gente extraña a Felipe Calderón. La diferencia entre ambos mandatarios es abismal. Es más, creo que Calderón ha de estar agradecido con Peña porque el contraste le ayuda mucho al primero para que el juicio histórico sea más complaciente.
Así las cosas, no hay nada que celebrar. Por el contrario, es agobiante pensar que apenas vamos a la mitad.