Dicen que la primera impresión jamás se olvida. Lo primero que ve un extranjero al llegar a un país es su aeropuerto, y el primer juicio que dicho extranjero hará de ese país tiene que ver con éste. Por eso es que en general los aeropuertos tienden a estar bien cuidados y uno se puede encontrar obras llamativas en un país que no ha alcanzado el desarrollo.
El actual aeropuerto de México, además de estar saturado, está obsoleto. Es un vil parche, y a excepción de segunda terminal encargada al arquitecto Francisco Serrano que se ve bien a secas, la capital no puede presumir de un gran aeropuerto. No, no está a la altura siquiera de la Ciudad de México.
La propuesta del Gobierno Federal para construir un nuevo aeropuerto en sensata y completamente lógica. Pagarle a Norman Foster (uno de los arquitectos más importantes del mundo, y por cierto, especialista en aeropuertos) quien con Fernando Romero, estará encargado del diseño del nuevo aeropuerto no es un contrasentido. México merece un aeropuerto que se encuentre a la altura.
López Obrador no está de acuerdo y para eso pretende proponer una solución, que no es digna siquiera de un alumno de primaria.
En un punto tiene razón, y tiene que ver con la corrupción. Seguramente con el nuevo aeropuerto, algunos funcionarios están sacando baba por la boca con el «negociazo» que van a hacer, y más en este gobierno de casas blancas y corrupción. Pero el problema no es el proyecto del aeropuerto, que puede tener sus defectos y críticas, sino que más bien que tanto opositores como ciudadanos deberíamos hacer un frente para vigilar que esta obra no sirva para que algunos funcionarios se jubilen con todas las comodidades que otorga el erario público.
El proyecto de López Obrador es una burla a la inteligencia de los mexicanos.
AMLO afirma que es un despropósito cerrar dos aeropuertos (el actual y el de Santa Lucía, que hasta la fecha sólo ha servido para propósitos militares) por interferencia en el espacio aéreo. Para eso, él y sus «expertos» proponen construir una nueva pista en el aeropuerto de Santa Lucía. De esa forma el actual AICM serviría sólo para viajes nacionales, y el de Santa Lucía para vuelos internacionales.
¿Saben que significa eso para los que no vivimos en el DF y tenemos que hacer escala en la ciudad, lo que ocurre muy seguido, o para los extranjeros que viajan a otra ciudad que no es el DF y no hay conexiones directas desde su ciudad de origen?
Eso significa viajar 48 kilómetros de carretera de un punto a otro. Es decir, si hoy quiero ir de Guadalajara a Washington en Aeroméxico, hago escala en el DF donde tengo que esperar de dos a tres horas y de ahí viajo a la capital estadounidense (lo cual ya no es de lo más cómodo). Con la propuesta de AMLO tendría que llegar al aeropuerto actual y de ahí desplazarme 48 kilómetros (un viaje de una hora si bien me va), con lo cual pierdo mucho tiempo, dinero, y además termino más agotado.
Eso incluso podría hacer desistir a algunos extranjeros de viajar a nuestro país. No quiero pensar el ridículo que haríamos cuando en el extranjero se enteren que «así son las cosas» para viajar.
López Obrador naturalmente tiene el propósito de exponerse y hacer campaña rumbo al 2018. La propuesta está demasiado improvisada, no hay siquiera un estudio técnico detrás. Toda la propuesta (él afirma que se ahorrará el 70% del dinero) está hecha con base en suposiciones, porque un anteproyecto serio costaría millones de dólares (que sabemos no los tiene).
Y si lo que se debería de proponer es evitar la corrupción dentro del nuevo aeropuerto, de una vez deberíamos proponer quitarle el registro a López Obrador para que no pueda participar en el 2018, porque lo que está haciendo, es una forma de corrupción.