Estos últimos días he visto a un Peña Nieto más diferente, un poco más suelto, y que acepta dar entrevistas en vez de no dar la cara y «esconderse en el baño» como lo venía haciendo. Cumplida su mitad del sexenio, Peña parece tratar de relanzar su Presidencia y lavarse de todas esas críticas que lo han manchado.
Peña habla de López Obrador, de los memes, de Donald Trump, de los conflictos de interés, que no tiene cáncer, que está más flaco por el ejercicio, que no tiene problemas con su mujer y que su matrimonio va muy bien, que las reformas, que las críticas, que entiende la frustración de la gente, que piensa vender el avión presidencial, que todo. Peña trata de presentarse como un Presidente vigoroso, positivo, alegre, abierto, jovial y a la vez trata de desmentir las acusaciones que pesan en su contra.
A priori pudo ser un acierto de su equipo de comunicación, la sociedad veía a un Presidente cerrado y arrinconado, pero esa «apertura» me parece más bien ficticia y simulada. En este ejercicio, Peña invita a Los Pinos a algunos periodistas para que lo entrevisten y para que simulen cuestionarlo. Pero esos periodistas son los mismos que lo han defendido: Federico Arreola, Adela Micha y Carlos Marín. No, no veremos a Carmen Aristegui, a Pedro Ferriz, a Denise Dresser, a Carlos Puig, ni siquiera a León Krauze (quien lo incomodó alguna vez al cuestionarlo por la corrupción) o a Denisse Maerker. Los hombres que entrevistan a Peña desmienten su estrategia.
Los entrevistadores hacen como que lo cuestionan, le preguntan sobre temas espinosos pero que ya han sido previamente acordados de tal forma que parezca que Peña está preparado para contestarlos. Incluso por momentos las entrevistas parecieran actuadas: La forma en que Peña Nieto camina hacia donde se encuentra Federico Arreola, que le permita a Carlos Marín traerse una guitarra de su casa y demás accesorios para decorar la sala de Los Pinos donde esa entrevista se llevará a cabo. Que el «Señor Presidente» invite a Los Pinos como si esa fuera una señal de apertura cuando parece ser reflejo más bien de «ese presidencialismo».
Parecía que ya habían entendendido que no entendían, pero parece más bien que hacen como que entienden lo que no entienden.
La simulación persiste, un «me abro pero no me abro», sólo con mis incondicionales, la democracia con los míos. A Peña le dijeron que fuera más abierto, pero sólo lo es en tanto no salga de su zona de confort y no se enfrente a la sociedad real. Porque esa apertura no tiene importancia si no significa nada, si no es una apertura real y no implica empatía alguna con sus gobernados, quienes los reprueban con más fiereza en las encuestas de popularidad.
Al igual que el Tercer Informe y los cambios en el Gabinete, vemos solamente cambios cosméticos, pero el fondo es el mismo, la forma de hacer política seguirá siendo la misma; y posiblemente aparezca otro error u otra noticia polémica que borre de tajo los pocos frutos que le pueda traer esta estrategia.