Vivimos en un México donde los partidos están desacreditados, vivimos en una crisis política donde el ciudadano ha dejado de sentirse representado por aquellos que alguna mayoría (relativa o absoluta) votó. Peor aún, México es el país cuyo mayor porcentaje de ciudadanos ve a los partidos como corruptos (con el 92%). Estamos en un lío, en una crisis que por alguna razón no ha desembocado en algo más serio como podría ocurrir en otros países.
Bajo esa coyuntura aparecen los candidatos independientes gracias a la Reforma Política instrumentada por el Gobierno actual (que cabe decir que se llevó a cabo más bien por presión de la ciudadanía y no tanto por las»buenas intenciones» de los gobernantes). Figuras como «El Bronco» en Nuevo León, Manuel Clouthier en Sinaloa contendiendo por una diputación federal o Pedro Kumamoto por el distrito 10 de Zapopan, entre otras han irrumpido en el escenario político.
La figura de los candidatos independientes representa un avance en un país que más bien pareciera ir para atrás. Pero sería también irresponsable idealizar ésta figura como si bastara con ésta para cambiar a nuestra nación. Es cierto, el independiente tiene menos compromisos con intereses que están enquistados dentro de los partidos. El independiente no se tiene que ajustar a la clásica cultura política del PRI, ni a los ideales conservadores del PAN. Cierto también es que el independiente puede traer su propia agenda. Pero su carácter de independiente no garantiza que ésta figura sea ajena a la corrupción y no garantiza que hará un buen gobierno.
Así como el candidato independiente tiene menos intereses a los cuales atarse, tampoco tiene la fuerza de un partido que es muy importante para gobernar, sobre todo cuando se trata de candidatos a un puesto legislativo donde sí o sí tendrán que unirse a alguna u otra bancada a la hora de votar leyes, porque por sí mismos representan un sólo voto. Ciudadanos independientes como Pedro Kumamoto podrán hablar de lo malos que son los partidos y los políticos (afirmación algo falaz en tanto el problema no es la figura de los partidos sino los niveles de corrupción en que han caído) pero en caso de ganar la elección no sólo se convertirán en políticos, sino que tendrán que cabildear, negociar y tejer alianzas con ellos.
Hago memoria, y la primera vez que ganó la oposición una gobernatura lo hizo el PAN en tiempos de Carlos Salinas con Ruffo Appel. Ese triunfo fue importante y fue el inicio del fin del régimen priísta de ese entonces. Ahora el PAN es un mal chiste y el PRI ha retornado al poder tal y como era antes. En esos más de 20 años pasaron muchas cosas, pero la apertura democrática no garantizó nada por sí sola. De la misma forma como aplaudimos la entrada de los candidatos independientes, tampoco podemos idealizarlos y pensar que por sí mismos representarán un cambio. Los independientes pueden ser un factor de cambio sí, un cambio para el cual se necesitan varios factores.
Hay que recordar que los países más democráticos y funcionales siguen teniendo un sistema de partidos. No es ese sistema el problema, no es la figura del partido; el problema es el nivel de corrupción al que han llegado éstos. La irrupción de un candidato independiente puede ser tan buena como la creación de un nuevo partidos con ideales diferentes. El candidato diferente es un nuevo recurso, una nueva forma de hacer las cosas, pero para arreglar el lío en que nos hemos metido se necesita algo más. Los independientes también adolecen de defectos. El Bronco, por más ostente ser independiente estuvo 35 años en el PRI y conoce su cultura rancia de pe a pa; Kumamoto es seguramente un joven con ideales loables pero su misma figura de joven apartidista que no ha tenido contacto con la política lo convierte en una figura con poca experiencia.
Tan loable es la llegada de los independientes que vengan a refrescar de «ciudadanía» a la política, como aquellos que con ideales y nobles intenciones prefieren optar la ruta de integrarse a un partido (por más pocos sean, existen). No sólo necesitamos candidatos independientes, sino que la ciudadanía en general se involucre más desde su trinchera en el quehacer público. Aplaudo la llegada de estas figuras y sobre todo sus esfuerzos ante un instituto que les pone muchas piedras en el camino, pero tampoco idealizo, porque si creemos que con eso basta y nos quedamos de brazos cruzados, volveremos a contar la misma historia.