Enrique Krauze sugiere que el Presidente se disculpe ante todos los mexicanos como acto de humildad. La propuesta del escritor es buena porque en realidad creo que es la única opción que tiene para recobrar legitimidad. El problema es si tendrá la capacidad para hacerlo, y acepte que se toquen intereses que se deben de tocar para que la disculpa sea creíble.
Veo difícil que lo haga por muchas razones. Primero, porque una de las normas del poderoso es no mostrarse débil, menos en gobernantes emanados del PRI. Al menos yo no recuerdo a algún Presidente priista que se haya disculpado. Algo un poco parecido a eso hizo López Portillo cuando nacionalizó la banca y lloró en el congreso, pero ya iba de salida y temía por el juicio que le haría la historia (la cual no se equivocó).
Si Peña Nieto se planteara eso vendrían muchas cosas a su cabeza. -¿Qué cara estaría dando ante mis opositores? Ante los partidos de oposición a los cuales tengo amansados en el Congreso, a los grupos radicales como la CETEG o la CNTE que hacen bloqueos y me quieren fuera de la presidencia. Pero sobre todo, sería sucumbir moralmente ante la mayoría de los ciudadanos que me rechazan, aceptar que ellos tenían la razón y que su desprecio estaba justificado.
Si Peña Nieto pidiera perdón, sabe que tendría que hacerlo honestamente, desde su corazón y no desde un teleprompter. Y si es honesto, tendría que aceptar que se le investigue por lo de la Casa Blanca (o que al menos lo transparente), tendría que disculparse por su insensibilidad en la masacre de Ayotzinapa; tendría que tocar intereses que le benefician o de los cuales forma parte, tendría que encarcelar a su tío Arturo Montiel. Porque una disculpa que no venga del corazón y no esté respaldada con acciones, será inverosímil, nadie le creerá.
En realidad esto es lo mejor que le puede suceder a México, el mejor de todos los escenarios, pero tal vez el más imposible. Sabe que ya no puede recurrir a la simulación, sabe que los mexicanos ya le tomaron la medida. Para que sea creíble, Peña Nieto tendrá que darles voz a muchos sectores que lo critican, tendrá que acercarse a la ciudadanía, hablar con ella, salir a escenarios no controlados con el riesgo de que la concurrencia le grite ¡Pendejo, pendejo! al unísono. Es decir, si de verdad lo hiciera, Peña Nieto podría lograr consolidar los avances democráticos que se llegaron a tener y no a acabar con ellos como ha hecho hasta ahorita. Pero tendría que optar entre un juicio más decente de la historia y no decepcionar a los intereses que beneficia ¡Un muy difícil dilema!
Es decir, que para mantenerse, tendría que romper con toda esa estructura. Él y su gabinete tendrían que trabajar más para los mexicanos, con lo cual su partido ya no sería negocio, sino tendría que cambiar de giro a un partido que trabaja más por la gente. Algo muy difícil de imaginar, y no sólo con el PRI.
Si Peña Nieto pide perdón, tendrá que aplicar medidas urgentes y dolorosas para sus intereses (y no decálogos insípidos), medidas que acabarán con cualquier intención de regresar al esquema de partido único, porque tendrá que formar coaliciones (y no pactos insípidos) y soltar algo de poder, ese poder que tanto anhelan los de su partido.
Si no lo hace, el encono seguirá creciendo, sus críticos (la mayoría de los mexicanos) ya no le creen y en lugar de escucharlo compran su «peñata» para romperla en las posadas. Y si el encono crece, esto terminará muy mal.
Lástima que la opción de pedir disculpas es muy improbable, porque sería una de las pocas cartas para dar un giro de 180 grados y retomar el camino. Lástima.