Imagínense que unos «chavos prole» secuestraran a la familia de Peña Nieto y a su hija mayor, Paulina Peña, la desollaran. ¿Qué sentiría el mandatario si todos los mexicanos salieran a las calles con una pancarta que dice «ya supéralo»? Si algo así pasara, Enrique Peña Nieto no necesitaría salir a gritar «Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis ¡Justicia! No, él usaría toda la fuerza del Estado para dar en minutos con esos de delincuentes prole.
De ese tamaño es la insensibilidad del Presidente Peña Nieto cuando nos dice que superemos Ayotzinapa, cuando el gobierno todavía no ha presentado pruebas de que los normalistas están muertos (lo cual es lo más probable). Ayotzinapa es la más grande tragedia del México contemporáneo, tal vez sólo después de la matanza del 68 (es decir, en los últimos 46 años), y al Gobierno de Peña Nieto no le ha importado, es más, creo que ni siquiera dimensionan como es que éste hecho les afecta políticamente al cometer error tras error.
Si Peña Nieto se hubiera parado en Iguala el día después de la masacre a dar un mensaje a la nación y a tomar acciones determinantes (cosa que se espera de cualquier mandatario), no le estarían lloviendo tantas críticas. No le importó, incluso quiso pasarle la bolita al PRD (es problema de ellos y sus gobiernos) y ellos también contraatacaron. Si bien quienes estuvieron involucrados en el asesinato de los normalistas fueron el alcalde perredista y su esposa, ligados a Guerreros Unidos, el Presidente como Ejecutivo de la Nación, tenía una responsabilidad, responsabilidad que no asumió.
El gobierno de Peña Nieto sigue viviendo en una burbuja formada, como afirmó ayer Diego Petersen, por políticos que después de estudiar en la universidad, se sientan en sus cubículos a tomar decisiones en un país que no conocen. Como él mismo refirió poniendo de ejemplo a Pedro Aspe (padrino político de Luis Videgaray), quien «presumió» haber ido al Centro Histórico solamente dos veces en su vida. Ese desconocimiento brutal de la sociedad, del país que los gobiernan, es una de las causas por las cuales la gente se haya volcado en la calle. El gobierno no sabe como enmendar algo que en realidad no conoce. Nos quieren hablar desde su burbuja, desde «allá arriba» cuando su trabajo como servidores públicos los debería obligar a «venir abajo cada rato».
Esa insensibilidad es muestra de lo poco que le interesan los mexicanos a Peña Nieto: -Ah, pero esos normalistas son revoltosos, yo los vi en TV Azteca, y pues no son güeritos ni tienen plata. Peña Nieto cree que todo ese encono social que prevalece (expresándose de formas diferentes) en casi todas las diferentes clases sociales, proviene de una realidad alterna, de otro país diferente al que cree estar gobernando. Peña Nieto no puede caminar en la calle porque no le gusta, porque es algo extraño para él, aunque naturalmente se arriesgaría a recibir mentadas, insultos o hasta poner su vida en riesgo, por más sea segura la calle por donde camine.
Muchos de los políticos de su círculo estudian en las universidades más prestigiosas del mundo, y eso debería implicar una mayor razón para que salieran a la calle y conocieran el terreno donde van a gobernar, para que con sus conocimientos adquiridos en Harvard o Stanford, puedan aportar soluciones. Pero estos políticos sienten que gobernar es como ponerse a jugar Fifa. Y cuando se han dado cuenta que quien sostiene a su gobierno son aquellos a quienes ignoran, puede haber sido demasiado tarde. El «Ya supérenlo» es un claro ejemplo de lo desconectados que están de la gente a quien gobiernan. Gobiernan para ellos, se dan licitaciones entre los amigos, se reparten la riqueza como reyes. Y no se dan cuenta que su maldito puesto es de servidores públicos, quienes tienen más de 100 millones de jefes a los que tienen que rendir cuentas.
Lydia Cacho portando un pasamontañas termina siendo un símbolo de ello, de la lejanía del gobierno para con sus gobernantes: