Y retiemble el eeeeeh puto en las gradas.
El país vive momentos de júbilo, no, no te confundas, la economía no ha repuntado, ni la corrupción ha desaparecido, ni la inseguridad ha sido erradicado. Se trata de un grupo de 11 futbolistas junto con los suplentes y su peculiar entrenador, que representando a nuestro país, han vencido a su similar de Croacia, ese equipo que viste a cuadros tal cual mantel de día de campo, como el que se dio la selección en el segundo tiempo.
Hace mucho no veía a los mexicanos tan unidos por una sola causa. No es que en temas políticos todos deban de opinar o pensar lo mismo, pero sí pueden tener el mismo fin de ver bien a su país. Eso que ni los partidos políticos ni la sociedad por iniciativa propia, la hizo un equipo de futbol que representa a México en un mundial, y a sus dueños, y los intereses que hay detrás. En la apariencia pareció que los aficionados quieren demasiado a su país y gastan todos sus ahorros para estar ahí con su selección que hasta hace pocos días, estaba muy por debajo de las expectativas, y que ahora al menos ya merecieron ser apoyados.
No está mal apoyar a la selección, celebrar los goles de Oribe Peralta, el Chicharito, los desplantes del peculiar «Piojo» Herrera. El problema viene cuando ese amor se muestra solamente al equipo de futbol y no al equipo en su conjunto. De esta forma se termina convirtiendo en un falso nacionalismo, simbólico, que se apoya en tres pilares cuyos otros dos son el grito y la defensa del petróleo.
¿Qué pasaría si la energía para gritarle «puto» a los porteros del equipo rival se utilizara además para hacer de este país una sociedad mejor? ¿Qué pasaría si esa crítica permanente al estilo de juego de la selección se convirtiera en una sana autocrítica?
Cuando llegué al aeropuerto de la Ciudad de México (sólo a mí se me ocurre empalmar mi vuelo con el horario del partido del cual sólo pude disfrutar el primer tiempo) una de cada cuatro personas vestía una camisa verde alusiva a la selección. Algunos incluso tenían la cara pintada. Se veía una cohesión, una unión que generalmente no se ve durante cuatro años. Personas de distintas clases sociales, que en días comunes suelen rechazarse, compartían una misma pasión. El tricolor, y la esperanza (cumplida) de ver a su selección en los octavos de final.
Al sentarme en el restaurant donde comí antes de abordar el avión, otra persona compartió mesa conmigo para poder ver el partido. Platicamos de ello e incluso me terminó invitando a un evento en el cual participaría él en mi ciudad, Guadalajara. Ese patrón se repetía a mi alrededor. Un deporte podía unir a los mexicanos. ¿Por qué no podemos hacer eso por nosotros mismos?
Al final el fútbol es un espectáculo, te proporciona grandes júbilos, pero son efímeros y tienen poca duración. Al menos se podría esperar que este efímero sentimiento de gloria sirviera como aliciente para cambiar las cosas, y no para evadirlas como sucede en muchos casos.
Al final del día, los indicadores del país siguen siendo magros, los problemas existen. Y como alguna vez dijo algún comentarista de Televisa (sí, de Televisa), el mérito es de ellos y los ganadores son ellos. Este fenómeno de la gran afición que apoya orgullosamente en un mundial, es una muestra de que los mexicanos podrían unirse por un bien común. Pero pareciera que no tenemos los incentivos para mantener ese júbilo los 365 días del año, y así como el aficionado hace profundas críticas sobre el funcionamiento del cuadro titular, deberíamos hacerla también sobre el funcionamiento de nosotros como sociedad.