¿Hay algo de malo en disfrutar de un partido de futbol? No lo creo. ¿Habrá algo de malo en sentir júbilo por la visita del Papa a México? Tampoco lo creo. Entonces ¿No tendrá algo de malo que el gobierno actual intente mejorar su imagen en base a lo que más apasiona a los mexicanos que es la visita del Papa a México y que a éste le regale una playera de la Selección Nacional como el símbolo de lo mexicano? La respuesta seguramente la tendrán en sus cabezas.
Enrique Peña Nieto no es posiblemente alguien que se pueda considerar ejemplar de las enseñanzas de la doctrina católica. A pesar de que alguno que otro obispo perdido de la Iglesia Católica como Robles Ortega hacen aseveraciones como «La pasión que usted ha manifestado por servir a México, es la misma pasión que nos mueve desde nuestra identidad de pastores”, Peña con un historial de infidelidades aceptado por el mismo, busca tratar de elevar aunque sea un poco, sus magros números de popularidad, invitando al Papa Francisco a México. Un Papa que por cierto, parecería representar en muchos casos lo diametralmente opuesto de lo que Peña Nieto representa (empezando por la austeridad) -Si no puedo mover a México, al menos puedo mover al Papa-.
Pero hay que ir más allá. El futbol es algo que apasiona a los mexicanos. No, no importa que la selección actual no prometa mucho y que haya calificado injustamente al mundial. Al final es un acto de fe de los seguidores depositado en su selección con alguna esperanza de que logren trascender: -El futbol es sorpresivo-. -los nuestros se crecen ante los grandes-. Por eso el pomposo abanderamiento de la Selección Nacional la semana pasada donde les pidió a los seleccionados que trajeran la Copa del Mundo (algo sumamente imposible inclusive estadísticamente hablando con el 0.1%).
Por eso en su visita al Vaticano, Peña Nieto le regala al Papa Francisco un jersey de la Selección Mexicana (junto con una Virgen de Guadalupe con tez caucásica) y aprovecha para invitarlo a México. El Gobierno de Peña es incapaz de crear políticas públicas que coadyuven en sucesos y personas que puedan levantar el orgullo nacional, entonces utiliza los simbolismos conocidos hasta el hartazgo como el jersey del representativo nacional de futbol. Peña Nieto es incapaz de enderezar al país, mejorar la economía y cumplir sus promesas electorales, pero puede hacer algo más fácil, traer al Papa Francisco.
Estos actos, estos simbolismos, son parte de una cultura de la simulación, donde se trata de vender un hermoso y atractivo empaque que cubre a un sumamente deficiente producto. El problema es que el gobierno de Peña Nieto parece empecinado a simular cada vez más para hacer frente a los problemas cada vez más graves. Si la guerra contra la inseguridad no funciona, preferirá tomarse una selfie con Rambo a diseñar políticas públicas más eficientes. Si los índices de educación caen, entonces ¿Invitará al Profesor Jirafales a Los Pinos? O a la misma Carmen Salinas, nombrada embajadora por parte del SNTE.
Parece que no se han dado cuenta que su cultura de la simulación ya no funciona tan bien como antes. Y esa apuesta podría hacer que en un no muy largo plazo, más que retener el poder, tengan que hacerse a un lado.