Es entendible que el Presidente invite a los niños trikis a Los Pinos para reconocerlos, es entendible todavía que el Presidente se comunique con aquel que ha ganado una medalla de oro en las Olimpiadas, o bien, a una selección que ha hecho un logro importante en un Mundial de Futbol. Hasta cierto punto estos actos se pueden entender como una forma de cohesión social con el fin de enaltecer el patriotismo poniendo como ejemplo a personas que tienen éxito y logran trascender. Claro que luego habrá que preguntarnos que tanto los que están en el gobierno, siguen el ejemplo que quieren inculcar.
Pero de ahí a la solemnidad con la que se quiso abanderar a la Selección Mexicana que participará en el Mundial, hay un trecho. No es tanto el qué (me imagino que no somos el único país donde se hace eso) sino el como. Giovanni Dos Santos al lado de Osorio Chong, Oribe Peralta al lado de Peña Nieto. Gran parte del gabinete presente en una muy solemne y pomposa despedida a una Selección Mexicana cuya constante ha sido la mediocridad, que va muy de acorde con los mediocres (en el mejor de los casos) resultados del gobierno.
La escena irrita, porque la molestia de los ciudadanos para con su gobierno es mucha, debido a que no dan resultados, y debido a que con actos mediáticos tratan de tapar la realidad. Irrita porque en vez de ver respuestas concretas a las preguntas de Alfonso Cuarón, contrataron a Kevin Spacey para que Peña y su gabinete se tomaran una selfie. Irrita porque deberían estar muy preocupados buscando soluciones ante un estado de las cosas que ni con las reformas prometidas han logrado apaciguar. Irrita porque éste gobierno ha ignorado olímpicamente a los ciudadanos, pero pretenden acercarse artificialmente a ella con algo que algunos se sienten identificados, el futbol.
Peña Nieto con una impecable dicción, sabiendo jugar con los tonos de voz, pero sin lograr ocultar el hecho de que las palabras no salen de él, con una mirada perdida y falsa, exaltó a una selección sin los merecimientos para estar en una Copa del Mundo por lo mostrado en las eliminatorias. No sólo eso, utilizó la misma corbata que los seleccionados portaran como para dar el mensaje de que es parte del equipo (no me imagino a Peña jugando de medio, pero tal vez hasta Oribe Peralta podría desempeñarse mejor que algunos de los miembros de su gabinete que han quedado a deber) . Al final se tomó una selfie, que de acorde a las formas de este Gobierno, se hizo con una cámara profesional y no con un celular.
Tal vez la escena no hubiera sido tan molesta si se hubiera tratado de un Presidente con mayor legitimidad y credibilidad, o tal vez no hubiera sido tan molesta si se estuviera abanderando a una selección ganadora, con fuertes posibilidades de hacer historia y avanzar a las finales. Y posiblemente no lo hubiera sido si el acto no hubiera sido tan solemne, como si se tratara de un tema de importancia nacional para el Gobierno (puede que posiblemnente sí lo sea si tomamos en cuenta que la aprobación de las leyes secundarias de las Reformas irán empalmadas con las fechas en que la Selección Mexicana juega).
Pareciera que los gobernantes no han entendido que la sociedad ya no es la de hace veinte años, y por eso siguen haciendo espectáculos mediáticos como siempre los han hecho. Los mexicanos, sobre todo la clase media, somos más analíticos y exigentes (aunque falta muchísimo) y nos importan más los resultados que el show, que el circo, que el pan y circo.
Y lo resalto, el futbol al final es un espectáculo, donde sí, equipos representan a sus naciones, y donde los aficionados festejan a los suyos. Pero recordémoslo, es un espectáculo.
Y México no va a ganar la Copa del Mundo como asegura Peña Nieto que sucederá, y si la selección pierde no pasará nada, ni se modificarán los niveles de aprobación del Presidente.