Falta un mes para el Mundial de Futbol. Y la verdad es que más allá de cuestiones políticas (no sólo las nuestras, sino las que se viven en Brasil) la gente ve a este evento como una gran fiesta. O más bien se nos invita a que lo veamos de tal forma. Son muchas las empresas que esperan obtener ganancias a través de este evento, y por ello hay que recordarle a la gente que se trata de eso, de una fiesta.
El hecho de que se lleve a cabo cada cuatro años (al igual que los Juegos Olímpicos) le da esa especie de magia. Pero también es cierto que alrededor de este evento existen muchos intereses (que estorban en cuanto corrompen el espíritu del juego) y problemas políticos que se buscan esconder.
Los brasileños recibieron la sede en un momento de apogeo económico. Ahora que su economía está más deprimida, se han dado cuenta de que organizar este evento es algo complicado, estadios atrasados, y sobre todo una multitudinaria manifestación e inconformidad a la que inclusive forman parte futbolistas míticos de esta nación como Romario.
En México las cosas no son tan diferentes. Incluso a nivel deportivo son peores. La Selección Mexicana hizo el ridículo en la eliminatoria ante equipos mucho más débiles por lo cual no merecía calificar al Mundial. Este problema no sólo tuvo que ver directamente con el pobre desempeño de los futbolistas y el cuerpo técnico. Tuvo que ver también con los intereses que hay detrás, que no son muy distintos a los que manejan el país. Incluso la forma de organizarse es parecida a la forma en que se hace política.
El problema es que en México el aficionado se conforma con muy poco. Al borde de la eliminación con un partido ante Honduras en el Azteca que iban ganando con trabajos, la gente cantaba el cielito lindo. ¡Una cosa es apoyar a la selección y otra ser masoquista! Hubo mucha molestia, sí, pero el mexicano olvida rápido, y aún con todo, sueña con que México trascienda en el mundial, la fe puede más que la razón. Que si los futbolistas no son tan buenos o no andan en su mejor momento: -Pero vamos a ir al estadio y vamos a gritar sí se puede y los futbolistas se van a partir el alma, ya verás!-.
Las televisoras y todos los involucrados saben que el pesimismo y la resignación se curan con fe y con spots. Por eso no es de extrañar que se realice un spot donde los seleccionados pidan perdón por haber «hecho sufrir» a los aficionados, como si el nivel de competencia de un país en un deporte se pudiera cambiar inusitadamente por medio de la fe. Y como el aficionado se conforma con tan poco, entonces no hay necesidad de mejorar el deporte que paradójicamente es por mucho, el más popular en el país y que a lo largo la historia no ha logrado trascender (excepto en divisiones menores y en las últimas olimpiadas). No importa que la selección nunca aspire a más de octavos, es suficiente para que la gente consuma y se exponga ante la publicidad en el mundial. A diferencia de países como Francia que castigan a su selección con la inasistencia cuando las cosas andan muy mal, los mexicanos siempre van a estar ahí, «apoyando en las buenas y en las malas», sin reconocer esa delgada línea que divide el fiel apoyo de una afición con la mediocridad de otra que se conforma, que no exige, pero que sueña.
Curiosamente esto es algo que se repite en temas más importantes como la sociedad y la política de nuestro país. El mexicano sueña, pero al mismo tiempo exige poco. Siente como si algo de afuera vendrá a cambiar súbitamente su realidad. Cuando la historia, tanto a nivel social como deportivo, nos ha mostrado que las naciones e instituciones cambian progresivamente en cuanto todos se empiezan a involucrar y a exigir.
Hay lugares donde se puede usar la fe, la religión, o se puede tener fe en un ser querido. Pero cuando un deporte no funciona bien a causa de la mala organización y la corrupción, la fe da para mucho. Entonces ese #QuieroCreer saldrá sobrando. E incluso en el poco probable caso (más no imposible) de que esta selección llegara a trascender, esto no sera mérito de las instituciones que están detrás del futbol, sino a pesar de ellas.