En mi recámara tengo una colección de más de 100 cd’s. Serían más a no ser porque ahora con Spotify ya no tengo que estar comprando discos. Antes tenía la costumbre de bajar música y si el disco me gustaba, me lo compraba. Ahora no, bajo muy poco y este servicio de streaming hace el resto. Sucede que entre esa colección muy pocos álbumes son de grupos mexicanos. Es más, de los no muchos discos que tengo en español la mayoría no son mexicanos, más bien están repartidos entre varias nacionalidades.
-¡Cerebro antipatriota, primero nos criticas por que le exigimos a Cuarón que reparta su Óscar entre todos los mexicanos, y ahora resulta que no oyes música mexicana! ¿Dónde está tu país maldito? ¿Por qué no apoyas al talento nacional?-.
Yo cuando escucho música, lo hago porque esa música me gusta, y no me importa si es de Estados Unidos, Inglaterra, Timbuktú o México. Si los grupos mexicanos quieren tener relevancia a nivel internacional, no deben de esperar a que todos los mexicanos les hagamos el favor de escucharlos. Por el contrario, estaríamos fomentando de cierta forma la mediocridad.
¿Qué hay músicos mexicanos talentosos? Sí, los hay muchos, hay muchas bandas muy buenas, grupos que muchos no conocen, otros que fueron estudiar a Berklee. Bandas que son ignoradas por los mismos nacionalmente nacionalistas pero que tienen éxito en el extranjero (véase el caso de Rodrigo y Gabriela). Pero si en México hay 20 grupos buenos, y en Inglaterra por un decir 200, entonces es natural que tenga 9 discos británicos y uno mexicano.
Pareciera que a incluso a los músicos se le exige un compromiso con su país, y no es así. Carlos Santana siempre se ha asumido como ciudadano del mundo y ha afirmado no tener nacionalidad (ni mexicano, ni estadounidense) a pesar de ser de Autlán Jalisco y haber podido desarrollarse en Estados Unidos. Los chauvinistas seguramente empezarán a jugar con su apellido al hacerlo pasar de Santana a Santa Anna, de comparar los solos de su Europa con la cesión de territorios a los estadounidenses.
Otra cosa es que en México pareciera que los músicos deben acostumbrarse a ponerle «detalles mexicanos» a su música, para recordar a ese país que «tanto le debe». Cierto, hay grupos que añaden folklor mexicano a su música con muy buenos resultados como Café Tacvba, pero si uno analiza el escenario musical, vemos que llega un momento en que los músicos parecen tentados a hacerlo y no tienen por qué. Si yo quiero escuchar música vernácula puedo comprar el disco de Alejandro Fernández y no necesito comprar un disco de metal con los guitarristas con trajes de charro.
Ese nacionalismo mal entendido y acomplejado donde hay que resaltar al país ante la escasez de triunfos también invade a la música. Cierto que la nacionalidad y la cultura pueden llegar a influenciar la música (algo relativamente notorio entre EEUU e Inglaterra, o la música tendiente a lo alegre de los países cercanos al Ecuador y la melancolía de los septentrionales), pero otra cosa es pretender que hay un compromiso donde el músico le tiene que poner siempre lo mexicano a sus composiciones.
A veces se llega a criticar a bandas que adquieren un estilo en boga de otro país: -Suena muy británico, es un Massive Attack región 4, guácatelas-. Pero yo no he visto que en Inglaterra hayan criticado a Muse por tener influencias de músicos como Rachmaninov (ruso) o Wagner (alemán). Ni he visto que critiquen a las bandas de metal nórdicas como Opeth por un genero que se empezó a cocinar en Inglaterra y tuvo su apogeo en Estados Unidos. La música debería ser vista como algo internacional y globalizado, que sí, puede estar influenciada por la región de origen de los músicos, pero no por la razón de sentir que le deben algo a su país, sino porque les gusta.