En México, la comentocracia burguesa nos ha vendido una retórica de libre mercado, que en realidad de libre mercado tiene poco. No es raro escuchar a Emilio Azcárraga o a Salinas Pliego hablar de los beneficios del libre mercado y de la globalización, al tiempo que muchas de sus empresas no se hicieron ni al amparo del libre mercado, ni en una sociedad global. En este mismo tenor, la comentocracia izquierdista también ha errado, al afirmar que el neoliberalismo ha sido el culpable de todos nuestros males. Pero si alguno lee a los pensadores o economistas que sostuvieron este ideal económico, como Milton Friedman o Friedrich Hayek, verá que en realidad no ven con buenos ojos a los monopolios creados al amparo del estado. Como esa Televisa declarada por Azcárraga Milmo, como soldado del PRI. En realidad entonces nunca hemos tenido una economía neoliberal, más bien ha sido un corporativismo vertical que se ha tratado de adaptar a las nuevas olas económicas, pero sin perder su esencia.
El liberalismo económico, o neoliberalismo, busca una intervención mínima del estado en la economía, y un mercado libre que se autorregule. Este supuesto se rompe cuando una empresa privada, que fue creada con el cobijo del estado entonces gobernado por Miguel Alemán (y cuyos descendientes directos e indirectos llegaron a tener trabajo en esta empresa, como Raúl Velasco, conductor) tiene la capacidad y el permiso de involucrarse directamente en una campaña política (la de Enrique Peña Nieto) e incidir en el resultado. La misma empresa, concebida para crear televisión, tiene también la capacidad de decidir quien es el nuevo director técnico de una selección mexicana venida abajo, en parte por un ambiente de la corrupción del que ellos mismos son parte. Pueden también colocar su telebancada, es decir, se pueden erigir como cuarto poder, no sólo por su influencia mediática (decreciente por cierto), sino por sus cotos de poder.
Mientas la comentocracia burguesa habla de un país con un mercado «más dinámico que antes», afuera nos ven como el país de los monopolios, de las altas concentraciones económicas y poder en manos de unos pocos. Es cierto que en el mercado siempre habrá cierta tendencia al surgimiento de monopolios, y también el lobbying es algo que está a la orden del día. Pero un país como México, con los altos niveles de corrupción en medio de medidas políticas ineficientes, estos traban la economía a un punto mucho mayor que otros países. Un ejemplo que ilustra la diferencia fue la controvertida Ley SOPA para presuntamente combatir la piratería. Algunas empresas estadounidenses cabildearon, pero su mercado más abierto y dinámico que el nuestro, dio para que otras a su vez, cabildearan en contra de esta ley. Y nótese que tomo una referencia de un país que por más fuerte y hegemónico que sea, no es el mejor ejemplo de honestidad y combate a la corrupción.
Parte de la apertura al mercado no ha funcionado porque esta aparente apertura se ha dado con un esquema donde se mantienen varios de los rasgos corporativos de antaño, ya sean monopolios públicos o privados. Las concentraciones tanto económicas como de poder llegan a ser insultantes, y más que achacar al «neoliberalismo» la profunda desigualdad, habría que achacarlo a este corporativismo que de ninguna manera se ha ido, y que la oposición no ha sabido (y a veces querido) combatir. Paradójicamente la izquierda ha sido más insistente en el fin de la condición monopólica de estas empresas para tener un mercado más libre. Mientras que la derecha ha propuesto en la retórica la necesidad de un mercado libre, al tiempo que no lo ha terminado de promover en la práctica.
El combate a los monopolios es totalmente necesario, hará más dinámica la economía, creará más empleos, y el consumidor tendrá productos más baratos y de mejor calidad. A su vez, las empresas no podrán poseer por sí mismas tanto poder, y sus mecanismos para incidir en las políticas públicas tendrán que ser más bien a través de las cámaras de comercio u organizaciones empresariales, lo cual es mucho más sano. Cuando se agradece a Televisa por la iniciativa del Teletón (proyecto, que de alguna manera tiene buenos resultados en la sociedad, con todo lo que se diga), también se olvida que lo que deja de pasar por la condición monopólica de esta empresa, es mucho más grande que los resultados de esta iniciativa que tiene más de 10 años. Condonaciones de deudas que equivalen a varios «CRIT», y un deterioro de la vida democrática que podría generar más asociaciones civiles autónomas e iniciativas como las que ellos promueven.
La solución no se encuentra ni en la nacionalización o la expropiación que sólo dejarán vacíos de poder que deberán de ser llenados por algo no necesariamente mejor a lo anterior. La solución estriba en la creación de mecanismos para promover el libre mercado, y la creación de reglas que no permitan a estas empresas trabajar desde una condición monopólica, y mucho menos, intervenir en políticas públicas en su beneficio, y en perjuicio de la sociedad.