Juan Ramírez vive en México D.F. Es empleado en una empresa tecnológica que se ubica en Polanco. El vive en La (colonia) del Valle. Hace 30 minutos de su casa al trabajo en automóvil. Está desvelado porque el día anterior se enfiestó, no durmió mucho. Pero como sea, le tiene que hacer para no llegar muy tarde a trabajar. Se lava los dientes, se viste, mastica un chicle, para que al menos, desde el sentido del olfato, el jefe no sospeche que estuvo ingiriendo alcohol.
Llega a las 8 a su trabajo. Ve a sus compañeros y comienzan platicar de esa fiesta que tuvo ayer, que lo pondrá en apuros hasta que llegue la siguiente quincena. En ese lapso, hacen como que prenden sus computadoras mientras platican de ello, uno de ellos saca un bocadillo, y tratan de ser discretos para que el jefe no los vea, aunque siendo sinceros, al jefe también le gusta conversar por las mañanas.
Después de varios minutos de la plática inicial, que se puede extender por decenas, Juan Ramírez revisa su muro en Facebook para luego descubrir la carga de trabajo que tiene ese día. Alguien me contaba que las empresas que solicitaban que sus empleados supieran trabajar bajo presión, en muchos casos eran empresas desorganizadas porque la desorganización es lo que hace que sus empleados sean los que trabajen de esta forma. En el caso de la empresa donde labora Juan Ramírez, así sucede. Y la capacidad de reacción ante los vaivenes de mercado suele ser complicada, debido a que no tienen una metodología adecuada.
Juan Ramírez, estresado, comienza a organizar como le sea posible, todo el trabajo pendiente. En su empresa hicieron un recorte de personal y él ahora hace lo que tres personas hacían. En algunos casos necesita ayuda, pero el jefe no es accesible y su oficina se encuentra en la planta de arriba cuya puerta siempre está cerrada. Esa falta de comunicación retrasa su trabajo, el ambiente laboral no siempre es bueno, sobre todo porque la empresa no se ha preocupado por ello, entonces siempre hay rencillas, y una asombrosa falta de comunicación entre los empleados.
En su contrato se estipula que Juan Ramírez sale a las 6, pero no es así. Sale a las 8 si le va bien. No está bien visto que los empleados salgan a su hora porque «se tiene la creencia» de que no quieren trabajar. La carga de trabajo hace que no salga nunca a su hora, además que como es aspirante a un ascenso, busca quedarse hasta la noche para que su jefe vea que trabaja. Juan nunca ha propuesto alguna estrategia para reducir los tiempos en que se hace el trabajo, y se ha conformado con quedarse más tiempo haciendo lo que siempre hace, en lugar de eficientar su trabajo, para llegar a ser más productivo inclusive trabajando menos horas.
La desvelada de ayer hizo que Juan no estuviera «al cien» y a pesar de su esfuerzo (intercalado con algunos coffee breaks pa’ platicar chismes) cometió algunos errores que tuvo que enmendar en la marca. Acabó muy cansado ese día, llegó harto y cansado al siguiente, y al siguiente, al punto que se empezó a «nefastear» en su trabajo. Juan Ramírez es sumiso en su trabajo, pero la vena revolucionaria aparece en domingo por la tarde cuando se queja en las redes sociales de cuanto odia los lunes.
Juan Ramirez estudió psicología en la universidad. Después de toquetear con Freud y con Jung, decidió que quería ser un psicólogo de reputación, un investigador. Pero al salir de la carrera se encontró con que tenía que buscar trabajo y al estar saturadas las ofertas, encontró un trabajo de acomodador de papeles junior en la empresa de Polanco. Juan necesita dinero para costearse las largas fiestas en fin de semana, y las bebidas empedernidas mientras ve el partido de la Selección Nacional. Por eso es que busca el puesto de acomodador de papeles senior. Su trabajo no le gusta, pero le deja. Le alcanza para comprarse un smartphone y sentirse en onda en esas reuniones con sus amigos que consiste en 80% smartphone y 20% amigos.
Juan Ramírez es parte de la estadística que dice que los mexicanos somos de los más trabajadores del mundo.