No importa si se hablan de gobiernos democráticos o autoritarios. Al Presidente se le percibe como la persona que está frente al timón de la nación. En un gobierno democrático, al mandatario se le elige, y se asume que existen los suficientes contrapesos como para que no tenga un poder absoluto, pero no deja de verse como quien va a la vanguardia de eso que llamamos nación.
Bajo esta premisa, empiezo a entender por qué me cuesta trabajo asimilar que Enrique Peña Nieto es nuestro presidente. Desde antes que llegara al poder, le comentaba a una amiga que me iba a costar trabajo entender que Peña iba a ser nuestro Presidente. No solo se cumplió mi preocupación, sino que después de 7 meses, no sé como vaya a cambiar dicha percepción.
En lo particular, no soy de los que encanta hacer mofa todo el rato de los presidentes, por respeto a la figura presidencial. Pero me es imposible tenerle respeto a Enrique Peña Nieto como persona, y es que no me ha dado los argumentos como para respetarlo. Es cierto, que lleva poco en el poder y hasta ahora no se puede hacer una evaluación fidedigna de su gestión. Pero yo no percibo a Peña Nieto como quien está al frente del país.
Después de esa tenebrosa asamblea del PRI donde llegaban las formas tradicionales, verticales, y la alineación total (alienación no muy lejos tampoco), pensábamos que se le iba a hablar a Peña Nieto de «disculpe Señor Presidente». La cuestión paradójica es que mientras gran parte del poder en México recaía en el mandatario en los gobiernos priístas, pareciera que ahora es a la inversa. En muchos medios se refieren al oriundo de Atlacomulco como «Peña», «Peña Nieto», «EPN inclusive» y no tanto como «El Presidente». Cosa más común incluso con Felipe Calderón dentro de un panismo que se trataba de alejar de la magnanimidad presidencial de antaño.
Es algo bien sabido la limitación intelectual de Peña Nieto, también debido a ello deducimos que no toma muchas de las decisiones que se espera tome un Presidente. Dejando a un lado los eufemismos, lo percibimos como títere. Entonces el respeto se pierde. Porque no cumple con el perfil que uno espera de un Presidente (independientemente de si sea bueno, malo o inepto).
Se podrá decir que se perdió el respeto porque llegó al poder con serios cuestionamientos, acusaciones de imposición. Pero con Salinas de Gortari sucedió lo mismo (incluso en proporciones mayores) y a pesar de ser criticado, adquirió respeto. Incluso aunque en la actualidad se le percibe a Salinas como una némesis de México, existe cierto respeto hacia él, debido a lo que Peña no tiene: Inteligencia:
Peña Nieto se ungió como el galán que conquistaría a las féminas, so pretexto de que experimentaran un orgasmo sin ayuda de sus maridos. Pero en realidad no lo vemos hablar mucho, y no se le ve línea. Con Calderón podíamos ver a un hombre que mostraba sus propias convicciones (estuviéramos o no, de acuerdo con ellas). Pareciera que Peña Nieto es más bien un vocero, alguien que anuncia, alguien que dice. Porque su poca capacidad intelectual, y su nula capacidad de improvisación, no permite que exprese las cosas con el suficiente sustento como para convencernos de que «el lo planeó, es su propuesta». Además de que no se quiere arriesgar el «Proyecto Peña Nieto» sobre todo en un momento donde se discuten reformas como la energética.
La duda es ¿Qué tendría que pasar para que asimile que él es el Presidente? Incluso cuando acierte corre el riesgo de que se piense que él no fue el artífice de tal éxito, sino más bien, los que están detrás.
Y sí, hablaré mañana de la reforma energética petarda. Déjenme prepararme.