Se venden las reformas estructurales de una manera, empezando por el nombre, al asumir que algo es estructural se trata de decir como si fuera un cambio radical (aunque no lo dicen así porque la palabra radicalismo está más asociado a la izquierda), de esta manera se venden como la panacea del desarrollo, agregando que «urgen» y que son las «reformas que México necesita». En lo particular yo no estoy en contra de las reformas, algunos de los planteamientos son acertados y otros a mi gusto se tendrían que revisar, porque si estas se quieren aplicar como «recetas» caeríamos en un error, y tenemos que ver que se apliquen de alguna forma que beneficien a todos y no a unos cuantos. Ciertamente muchas leyes ya están obsoletas en México, por ejemplo las leyes laborales que fueron creadas para una realidad que no existe ya, ahora se plantea acertadamente la flexibilización, y es que en una sociedad que cada vez se acerca más al conocimiento, se necesita más flexibilidad. Igual así no estoy de acuerdo con aquellas partes que podrían perjudicar a los empleados.
Con la reforma energética yo siempre me he pronunciado por una liberalización (o privatización) parcial de Pemex, donde el estado siga teniendo su control, algo así como con Petrobras. Si no funciona, tan fácil como volver a nacionalizar. En la reforma fiscal se habla de reducir el ISR para aumentar la competitividad de las empresas, no se me hace mal, y de una vez que eliminen el IETU; pero primero habría que integrar a estos dos sectores que hacen que la recaudación en México sea muy mala, las corporaciones mexicanas que no pagan impuestos y gozan de privilegios fiscales y el sector informal. El problema con las reformas no es que sean malas, en general no lo son, sino que siguen siendo recetas, y la experiencia que hemos tenido con «las recetas» en Latinoamérica no ha sido muy buena. Por esto se entiende el crecimiento de China o Brasil y el estancamiento de México, porque estos países no han aplicado recetas, sino que las reformas se han aplicado a la realidad en la que viven.
Tampoco creo que sean la panacea del desarrollo, como si cambiar algunas leyes solamente fueran a disparar a nuestra nación hacia el dicho desarrollo. Con las reformas en tiempo de Salinas (que fueron todavía más estructurales) hubo alguna mejoría sí, pero nada más. Tampoco hay que esperar demasiado con las que se proponen. Creo que el desarrollo de México debe de venir desde abajo y la clave para mí es la educación, ¿de qué sirven las reformas si muchos mexicanos no van a estar preparados para competir?. Es totalmente necesaria una reestructuración completa de la educación, porque lamentablemente esta parece ser mala a propósito (pa que los jodidos sigan siendo jodidos). Si no logramos cambiar nuestra cultura, no habrá reforma que se encargue de hacer el trabajo. Y voy a poner el ejemplo con las elecciones (pareciera no venir al caso pero sí), donde vemos que un país eminentemente corrupto pesa más que cualquier reforma al proceso electoral:
Las elecciones en México son unas de las más vigiladas y blindadas en el mundo (por todas esas experiencias que hemos tenido en las últimas décadas), se han hecho reformas para «protegerlas más», pero ¿qué pasa?, que nuestra cultura corruptil, acentuada en el PRI hace que aún con esto puedan robarse la Presidencia de la República, y si no pueden hacerlo en las urnas, entonces lo harán por medio de la compra de votos, y si luego se sanciona esta práctica, buscarán otra y así consecutivamente. Igual las reformas cambiarán el escenario donde se juega, pero las intenciones son las mismas, y para cambiar esta cultura, no hay de otra más que reformar totalmente la educación.
Simplemente, el cambio está en las nuevas generaciones, y si no las educamos, las preparamos, más países seguirán comiéndonos el mandado.