La anunciada muerte de Steve Jobs fue algo así como la muerte de Jesucristo y su regreso al cielo. Para los adoradores de Apple, la crucificción se dió cuando hace varios años lo despidieron de Apple. Resucitó al tercer día y dotó a la humanidad de iMacs iPods, iPhones y iPads. Luego se fue cuando todos ya sabíamos que se iba a ir, y nombró a Tim Cook algo así como el San Pedro, el que seguiría su legado. Sus productos se volvieron objeto de adoración y entre su partida, sus fieles en estado depresivo colocaron velas virtuales en sus dispositivos para despedir al creador de estas tecnologías. Aunque a diferencia de Jesucristo, Steve Jobs no hacía milagros, más bien el los ideaba y los que los ejecutaban eran sus ingenieros, pero él se llevaba todos los créditos, y el era adorado.
No niego la calidad de los productos Apple, si tuviera el dinero de sobra pensaría en comprar una iMac para trabajar (que en su precio no viene solo la calidad sino el costo de la marca), mi teléfono es un iPhone, el cual me ha funcionado muy bien, y he usado iPods para escuchar música. Pero también es cierto que la interesante mercadotecnia utilizada por este emporio que empieza con una manzana monocromática mordida (cuando tenía muchos colores no funcionaba) ha hecho que sus productos sean objeto de culto más que de necesidad. Es una especie de consumismo elevado al nivel de una religión, donde sus fieles seguidores creen que todo lo que tiene «esa manzanita mordida» es garantía de que tienen lo mejor en sus manos, aún cuando en realidad no sea así.
Debido a eso, a que el diferendo de Apple está en el hecho de ser una «marca exclusiva» no hacen mucha gala de las características técnicas del hardware de sus productos (tal vez si lo hacen más con las iMac porque en una computadora de escritorio es algo totalmente necesario), cuando anuncian en la clásica Keynote un iPhone, se limitan a decir que tiene una cámara HD de no sé cuantos megapixeles, que tiene pantalla retina, y a lo más, que tiene un procesador de doble nucleo. A diferencia de su competidor más cercano Android (en sus varias modalidades, porque este sistema está instalado en dispositivos de varias empresas) que se enfocan mucho en las características del hardware. Saben que al consumidor promedio no le interesa tanto esas características, sino como es que un iPhone va a satisfacer sus necesidades y que por medio de la experiencia (y no datos técnicos) se den cuenta de que tienen la última tecnología a la mano, y sobre todo, que son parte de algo.
Para mucha gente tener un iPod o iMac es símbolo de status. Pero no solo eso, es como ser parte de una cuasireligión, parte de un movimiento, de una cultura. Es la adoración a un ente de cierta forma abstracto. Su «Jesucristo» se ha ido, pero Apple seguirá ahí, tal vez no por toda la eternidad, sino que desaparecerá cuando la empresa ya no sea económicamente rentable. Al igual que la Iglesia, muchos críticos le encuentran defectos a esta nueva religión, no, no es la pederastía lo que se critica, es más bien el trabajo esclavo en las fábricas chinas.
La adoración a la manzana mordida es algo que muerde pasiones, como en el viejo testamento de la Biblia, la manzana de Adán y Eva representa la tentación. Pero ¿Quién no ha sucumbido alguna vez a la tentación de tener algo de Apple?, no importa si cuesta $3,000, $8,000, $14,000 o $50,000 pesos, lo vale la pena si se es parte de la nueva religión. Y si, también acá hay doble moral, porque muchos de sus fieles, fallan al 5to mandamiento de la ley de Apple: No harás Jailbreak a ninguno de nuestros productos.