No entiendo esa obsesión por parte de nuestros connacionales de festejar y enorgullecerse de que en México tenemos al más rico del mundo, y que los que le siguen a Carlos Slim también aparecen en la lista de Forbes. En el top 50 México tiene varios millonetas que salen en la lista al igual que Rusia, ¿Por qué digo esto?, porque estos dos países comparten una trágica experiencia de apertura deficiente a un supuesto libre mercado donde la corrupción y los intereses florecieron, y en lugar de generar beneficios, la riqueza se concentró en unos pocos. Es cierto, existen varios estadounidenses en la lista, pero Estados Unidos es una potencia mundial con empresas altamente competitivas; pero también existen varios jeques árabes que se enriquecieron por el petroleo. Es decir, muchos de los millonarios que aparecen en esta lista, no lo son porque hayan creado una gran innovación, o porque el ofrecer productos de primera calidad haya hecho que sus empresas los hayan enriquecido.
El problema es que el tener al millonario más grande del mundo en términos prácticos no es un beneficio para el país. Si bien Slim se ha molestado en llevar a cabo proyectos como la remodelación del Centro Histórico de la Ciudad de México, y Paseo de la Reforma de la misma ciudad, su «riqueza» en realidad su posición como millonario no marca una diferencia. Es cierto, Carlos Slim tiene varias empresas, genera muchos empleos, pero ante su ausencia, otras empresas posiblemente más eficientes generarían todavía más empleos y en un ambiente de perfecta competencia los precios serían más bajos. Entonces ¿Por qué estar orgullosos de Carlos Slim?. Nadie niega que tiene un gran olfato para los negocios, esa es una cualidad suya, pero muchos mexicanos lo «adoran» porque dicen, pone el nombre de México en alto.
Me pregunto si ser el más rico del mundo pone el nombre de tu país en lo más alto, cuando su realidad no representa la del 99% de los mexicanos, y ni siquiera el representa el «buen ejemplo» de como hacerse rico en base a innovación y esfuerzo (haciendo hincapié en la primera palabra). En Estados Unidos se podían sentir orgullosos porque la aparición de nombres como Rockefeller, o Bill Gates representaban el progreso económico del país (aunque en los últimos años esto también empieza ponerse en tela de juicio, con los especuladores), pero Carlos Slim no representa progreso alguno, más bien representa todo lo contrario, como las instituciones favorecen a algunos pocos en perjuicio de la mayoría. Como la gente privilegiada no paga impuestos, mientras que a los pequeños empresarios, quienes son los que mantienen a este país son asediados constantemente por Hacienda, buscándoles el más mínimo centavo.
Dirán algunos que soy un envidioso. Y en realidad no, porque la riqueza de Carlos Slim sería demasiado para mí. Sabemos que más que riqueza, lo que en realidad buscan gente como Slim, Azcárraga o Salinas Pliego es poder, eso es su móvil, el dinero les sobra. El sentirse como reyes dentro de una monarquía de facto es lo que satisface su apetito, y buscan «colaborar con la sociedad» en su posición de reyes midas. Nos dan pequeñas migajas de su riqueza y poder para hacernos creer que están apoyándonos y quieren lo mejor para nosotros, quieren lo mejor para México, cuando en realidad quieren lo mejor para ellos. Ellos pueden vivir en un micromundo prácticamente fuera de las instituciones que nos regulan, porque tienen los recursos para hacerlo.
¿Ese es el tipo de millonarios que deberíamos admirar? ¿O más bien deberíamos a admirar a aquellos que acumulan fortunas por su inventiva, su innovación y su aportación económica real al país?
Enorgullecerse de nuestros «curiosos» millonarios se me hace algo irrisorio, es como con al admirar al «Chicharito» ya todos los mexicanos nos convertiríamos en unos grandes futbolistas.