¿La felicidad, el amor y la moral como leyes que emanen de la constitución?
Mucho se ha hablado de la república amorosa que propone Andrés Manuel López Obrador, algunos se han burlado de él, y otros más han decidido darle el beneficio de la duda al ver el cambio dramático de un personaje irascible, polarizador, que critica de frente y no se calla nada, a una persona que viene a transmitir amor y felicidad. A mí me llama la atención tal vez más para mal que para bien. Tal vez las intenciones de López Obrador no sean malas (así como podemos hablar de las buenas intenciones de Calderón que terminaron en una escalada de violencia), pero el que el Estado quiera imponer una moral, se me hace poco más que preocupante.
El análisis que hace López Obrador no está equivocado, ciertamente vivimos en una etapa donde los valores escasean y se antepone el materialismo, el consumismo, la egolatría entre otros, por encima de valores mas humanitarios. Tal vez si Andrés Manuel López Obrador fuera un filósofo y viviera lejos del Estado, estaría haciendo bien, pero me precupa el que se quieran imponer valores por medio del Estado, desechando la oportunidad al ser humano de darle la libertad de encontrarlos. Y es que si una persona es envidiosa, materialista, o lo que sea, no lo convierte en un delincuente per sé, por lo tanto no puede ser juzgado por el Estado.
Algo que falta al mexicano es criterio propio, y eso es debido a la falta de educación y mediocridad intelectual, lo cual, efectivamente desembocan en esos antivalores que menciona López Obrador. Pero querer «imponer» una forma de pensar particular en general, por más válida que sea, me parece un error. Más bien López Obrador debería preocuparse por dotar a los mexicanos (en este caso niños y jóvenes) de herramientas para que se formen un criterio propio, y en base a esto, logren buscar sus valores morales y transmitirlos, sea por medio de la familia, entre ellos mismos. Que el mexicano tenga la libre elección de arroparse a la religión por un decir, o bien que busque los valores en un ámbito no religioso.
El Estado no es quien deba de ofrecer amor y felicidad a los ciudadanos, debe ofrecer las herramientas para que estos los puedan encontrar. En varias constituciones se dice que el ser humano tiene el derecho a la «búsqueda de la felicidad» y no a «la felicidad». Los conceptos de amor y felicidad varían de acuerdo a la persona, y por lo tanto no se puede imponer un concepto propio a un conjunto de personas. Es decir, si no comulgo con los valores de López Obrador, por más válidos y sustentados que puedan estar, entonces estoy fuera del Estado.
Cuando López Obrador empezó a hablar de valores, algunos analistas creyeron (tal vez con tino, tal vez no) que había leído al escritor ruso Tolstoi. A mí me suena un poco más a un sermón de misa, y su postura se me hace comparable con algunos actos de la Iglesia, la cual en muchos casos busca imponer sus normas y sus escalas de valores, nada más que si bien la Iglesia solo tiene el poder de la fe de sus seguidores, los ciudadanos tienen la opción de no seguirla si no comulgan con las creencias. El que el Estado las imponga ya es algo más peligroso, con algunos tintes fascistoides, donde ya no solo el Estado debe de tomar el control de la economía, sino que debe de ser el rector de la moral de una sociedad. A mi parecer también veo en una contradicción de AMLO al decir estar en un estado laico, donde supuestamente se respetan las creencias (ya sean morales o de cualquier índole mientras no se atente contra terceros) de los individuos.
Sinceramente, a mi nadie me va a decir como yo tengo que ser feliz, eso es un asunto personal, no federal. Y es cierto que parte de esto tiene que ver la mercadotecnia, pero yo no me la voy a creer, yo creo en mi mismo, y de los mandatarios, espero simplemente que se encarguen de llevar a la nación por buen rumbo, de lo demás, somos responsables los individuos. No necesitamos populistas mentales, ni redentores para lograr un verdadero cambio en el país.
Aquí pueden consultar los preceptos de su república amorosa.