“Casi todas las revoluciones comenzaron con los
poetas, y algunas de ellas con algunos cantores,
lo pagaron muy caro, pero valió la pena.”
Facundo Cabral
Son muchas veces en las que he pensado que, de haber un Dios, éste tiene un cierto humor negro, y da un poético sentido a nuestras vidas tejiendo ironías de las cuales somos víctimas ingenuas. No pude estar más de acuerdo con este pensamiento propio cuando, temprano por la mañana en el día de mi cumpleaños, escuché por la radio la noticia de la muerte de uno de mis cantautores favoritos, Facundo Cabral, a causa de un atentado absurdo.
Tuvo que ser el día 9 en que este argentino de nacimiento llegara al final de su vida, después de haber cantado por última vez No soy de aquí, ni soy de allá, canción con la que comenzó su carrera como cantante. Tuvo que ser justamente el día en que en su país se celebraban 195 años de la declaración de Independencia del reino español, en un trágico recordatorio de su origen; y tuvo que ser violentamente.
Rodolfo Enrique Facundo Cabral nació el 22 de mayo de 1937 en La Plata, provincia de Buenos Aires en Argentina, donde su vida estuvo vigilada de cerca por el sufrimiento y la desgracia, ingredientes que irónicamente lo motivaban a amar aún más la vida, pues consideraba que le había costado demasiado disfrutarla. En una entrevista en 2008 confesó: “Todos los días me siento en el sillón y doy gracias a la noche. Siempre le pregunto a Dios, ¿por qué a mí tanto me diste? Me diste miseria, hambre, felicidad, lucha, luces… Vi todo. Sé que hay cáncer, sífilis y primavera, y buñuelos de manzana”.
Relataba que siendo un niño se vio forzado a realizar un recorrido de 3 mil kilómetros para conseguir trabajo para poder mantener a su madre y sus seis hermanos, después de que fueron abandonados por su padre. En este andar dijo haber conseguido entrevistarse con el presidente Juan Perón y su esposa Eva Duarte, a quienes pidió le ayudaran a trabajar, motivando que Evita dijera: “¡Por fin uno que pide trabajo y no limosna!”.
Perdió a su esposa e hija de un año en un accidente aéreo en 1978, y a lo largo de su existencia padeció múltiples cánceres, e incluso perdió la vista. Mas siempre conservó el amor por la vida, hasta que también lo despojaron de ésta el sábado pasado, cuando unos sujetos aún no identificados balearon la SUV blanca en la que viajaba camino al aeropuerto de La Aurora en Guatemala, donde iba acompañado de su representante David Llanos, quien sufrió heridas graves, y el empresario artístico Henry Fariña, contra quien, al parecer, estaba dirigido el ataque. Cabe mencionar que la intención original de Cabral era la de tomar el transporte del hotel al aeropuerto, antes de que Fariña le ofreciera llevarlo.
Guatemala es uno de los países centroamericanos que ha sufrido un incremento alarmante en la violencia, donde grupos criminales merman la seguridad, los derechos humanos y la calidad de vida de los guatemaltecos. En un esfuerzo por disminuirla se creó la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), que declaró después del asesinato que se unió a la investigación para esclarecer el homicidio.
Pero poco es lo que se puede decir y hacer para paliar el dolor que deja la pérdida de un hombre que hizo una poesía de todas las calamidades que sufrió en su caminar, que luchó por llegar al lugar que ocupó en los corazones de quienes amaban su música y se motivaban con sus frases cargadas de inteligencia y significado, que clamaba: “Yo no soy la libertad, pero sí el que la provoca”.
¿Qué pasará ahora, cuando la violencia se lleva a aquellos que nos infunden esperanza? Cabral no era más importante que todos los demás que han muerto en esta vorágine de violencia, pero sí uno de los que esperábamos que viviera por siempre, y que si llegaba a irse, lo hiciera con la tranquilidad y la paz que se le negó siempre, pero de la que fue vocero, al grado de ser nombrado por la UNESCO en 2006 Mensajero de la Paz.
¿Qué haremos los que quedamos con esta pérdida? ¿Nos sumiremos en la apatía y nos cubriremos con la cobija del miedo, o recapacitaremos y seguiremos su ejemplo, reflexionando y haciendo poesía de la tragedia? ¿Cómo honraremos su memoria? ¿Continuando con los vicios que perpetúan el ciclo de violencia que al final nos alcanza, o erradicándolos tras un compromiso personal con la honestidad?
Descansa por fin en paz, Facundo Cabral.