Ramiro trabaja de lunes a viernes en un trabajo que no le gusta. Como muchos otros, no tiene un objetivo en su vida, no tiene sueños ni anhelos, y como necesitaba ganar dinero, buscó lo que encontró. Ciertamente, con el estado de la economía, hay emprendedores o soñadores que en algún momento de sus vidas, tienen que hacer cosas que no les gusta. Pero en el caso de Ramiro, es una persona que simplemente no sabe que hacer con su vida, a pesar de que tiene que mantener a una esposa encerrada en su casa víctima de una halitosis que ni el perfume más refinado de Francia puede ocultar, así como dos hijos, que se la pasan jugando a eso del Xbox.
¿Ejercicio? Para Ramiro no existe esa palabra. Después de su aburrido trabajo, compró un refresco tamaño familiar, botanas y papas para él solo. Estaba angustiado porque México se jugaría su pase al mundial ante Costa Rica. Ramiro se postra en el sillón dispuesto a ver tan emocionante partido, con su tazón lleno de papas con limón, salsa picante, y quien sabe que más, en su panza, que le acarrea una obesidad mórbida. Son 50 kilos de sobrepeso, pero el cree verse como un «gordito bonachón», así que no hay tanto problema.
La esposa histérica termina por sentarse en el otro sillón a preguntarle los pormenores del partido de un deporte que ignora. -Ramiro ¿Por qué demonios el árbitro pita algo cuando el Chicharito recibió solo la pelota hasta adelante?- Ramiro, de tan solo 45 años responde -¡A ver vieja! ¿Cuántas veces no te he tratado de explicar que es el fuera de lugar?-. Mientras eso sucede, y lo cual se repite todos los fines de semana, con los partidos del América, con el futbol americano, con programas como Sabadazo, o la película de la tarde, en otro cuarto se encuentran sus dos obesos hijos. ¡Están jugando futbol!, pero en una consola de videojuegos. Sin hablar mucho entre ellos dos, se disponen a jugar una ¡reta de fifas! Los dos de alguna manera sueñan o les gustaría ser futbolistas, pero ¡no juegan futbol con los pies, sino con el control remoto!.
Ramiro está tranquilo con la situación porque los niños no lo van a molestar. Ya es demasiado con la esposa preguntona, como para que los infantes hagan cuestionamientos sobre el reglamento del futbol. Ignora que en la Reforma Hacendaria, sus litros de coca serán gravados con más impuestos. De hecho ni se dará cuenta, porque su adicción a la Coca Cola, hace que en su caso, esta tenga una demanda totalmente inelástica e incluso deje de comprar productos básicos para seguir consumiéndola.
Ramiro tose mucho (fuma), no lee, y cuando maneja en su automóvil, le mienta la madre a quien se le cruce enfrente. Se queja del gobierno, todo el día critica a Peña Nieto aunque bien a bien no conoce sus políticas, a López Obrador le llama parásito, y critica a esos jóvenes que se juntan para oponerse a una ley, que van a entregar una propuesta al congreso, o se enoja porque construirán una ciclovía. Espera mucho de los demás, espera que todos le resuelvan todos sus problemas, y de hecho, cree que el gobierno debe tener el monopolio del quehacer público.
¿Cuánto ejercicio hace Ramiro? Absolutamente nada. Incluso busca caminar lo menos posible porque su sobrepeso le provocó un malestar en la pierna izquierda. Menos uno esperará que tome una maestría, que se esté capacitando, como si eso del destino existiera. Los amigos de Ramiro son parecidos a él, se juntan a ver «el fut», a mentar madres al árbitro, y debatir desde una perspectiva filosófica influenciada en el Deviatán de Hobbes o en los Diálogos de Platón, sobre el por qué no funciona bien la selección mexicana de futbol.
Un día, su esposa, con su tremebundo sobrepeso, sube las escaleras de su casa para encontrarse con el intempestivo y doloroso hecho de que Ramiro ha muerto por un infarto debido a su obesidad mórbida. Su esposa se pregunta por qué le tuvo que pasar a él. Se recuesta en su cadáver y se pone a llorar. Sus hijos obesos lloran abrazados, ¿Quién les comprará el nuevo xbox? ¿Quién les traerá helados, refrescos, botanas? Mientras afuera en la calle se oyen los pedaleos de las bicicletas estrenadas en su nuevo espacio público, la esposa observa la huella de sus pies impresas en la alfombra a causa del tiempo prolongado de su estancia en el sillón, y se da cuenta que esa será la única huella que deje.
Mientras tanto, la pantalla de la TV se apaga por el intensivo uso, aunque el audio se conserva y se alcanza a escuchar al comentarista Christian Martinolli: -No puede ser, infame, Nueva Zelanda nos ha echado del mundial, ¿De qué se van a disfrazar? Esto es un fracasototote, es una infamia, una vergüenza, el Chicharito fracasó-