
Aunque pueda parecer trivial al tratarse de periodismo deportivo, el escándalo entre José Ramón Fernández y David Faitelson revela algo fundamental y trascendente sobre las relaciones humanas.
Es importante desmenuzar lo ocurrido para entender qué sucede cuando alguien humilla a otra persona y pisotea su dignidad, así como el impacto profundo que esto puede tener, no solo entre dos individuos, sino en todas las relaciones que estos mantienen.
Durante su carrera, José Ramón llevó consigo a Faitelson como una especie de «patiño», humillándolo y burlándose constantemente de él aprovechando su posición de poder y reputación como periodista. Esto inició cuando Faitelson era aún muy joven, algo relevante porque se encontraba en una etapa especialmente vulnerable en la que internalizó esas conductas negativas.
Es cierto, como algunos afirman, que Faitelson «es alguien» gracias a José Ramón, pero esto jamás puede justificar las burlas y humillaciones sufridas. Algunos, de manera equivocada, aseguran que el maltrato fortalece el carácter; nada más lejos de la verdad, y Faitelson es prueba de ello. Existe una línea muy clara entre exigencia y humillación.
La carrera profesional de Faitelson creció bajo esa dinámica de abuso, al punto de que él mismo comenzó a replicar esas conductas hacia otros periodistas. Al público, ávido de espectáculo, le encantaba el circo y toleraba ese ambiente, lo cual lejos de penalizarse, elevaba los ratings. Pero estas situaciones nunca deberían provocar gracia alguna.
Naturalmente, Faitelson acumuló un profundo resentimiento, intensificado aún más cuando Joserra lo trató con displicencia al dejar el programa para irse a Televisa. Desde entonces, fue mostrando poco a poco cuán afectado estaba por aquello, hasta que finalmente explotó cuando Joserra lo calificó de «sicario» de la información.
Lo que hizo Faitelson al revelar que Joserra había sido despedido de TV Azteca debido a problemas con la cocaína es inadmisible desde cualquier perspectiva y representa un golpe bajo. Sin embargo, fue también una consecuencia directa de las humillaciones y maltratos recibidos; una bomba que acumuló presión hasta explotar (y pudo haber sido peor).
Es muy probable que hoy día haya periodistas que guardan rencor hacia Faitelson por su trato, y quizás ellos mismos estén descargando ese resentimiento con otras personas, colegas o incluso familiares. De igual manera, es posible que Joserra haya vivido situaciones difíciles en su vida que lo llevaron a comportarse así.
Este círculo vicioso es similar al del bullying escolar, donde muchos niños maltratan a otros porque están frustrados por problemas en sus hogares, trasladando ese dolor hacia sus víctimas, que a su vez podrían perpetuarlo.
Así sucede cuando humillas o maltratas a alguien: el daño no se queda ahí, en lo privado, sino que se extiende a otros de múltiples maneras. Ante esto, existe la opción madura y responsable de poner un alto, reconocer el dolor propio y, en lugar de proyectarlo en otros, buscar ayuda profesional, ir a terapia o canalizarlo en actividades creativas como el arte o la escritura. Incluso, una opción valiosa es combatir activamente estos patrones dañinos.