En el tercer capítulo de la temporada 2 de El Juego del Calamar, después de que en el primer juego los participantes que perdieron fueran asesinados, se les da a los participantes restantes la opción de retirarse con 24 millones de wones (poco más de 300,000 pesos mexicanos).
Para ello, la mayoría debe votar por salirse del juego, o bien, seguir jugando con el riesgo de ser aniquilados. Si se retiran, saldrán con una cantidad de dinero que tal vez no sea suficiente para arreglar las miserables vidas que tienen allá afuera. O pueden quedarse a arriesgar sus vidas con la promesa de que irán acumulando más dinero conforme se vayan eliminando.
Aunque a la mayoría se les da la «libertad» de votar, el orden de incentivos preestablecido garantizaría que el juego llegue a su final ya que los incentivos para quedarse para una mayoría son mayores a los que tienen para irse. Los organizadores no tienen ningún incentivo para que los jugadores salgan antes ya que por más personas cuenten lo vivido en el mundo real irán levantando más sospechas en las autoridades y la población. (Como no he terminado la serie, supondré que este resultado se cumple)
El arreglo de incentivos que han establecido los organizadores es una trampa. La decisión de quedarse para los participantes es irracional dado que están haciendo un cálculo basado en el corto plazo ignorando lo que puede ocurrir en el largo.
Los jugadores, a diferencia de los organizadores, no tienen la capacidad de prever qué ocurrirá en ocasiones posteriores porque no tienen la experiencia al respecto que los organizadores (y el jugador 456 quien, al parecer, no tiene mucha capacidad de convocatoria) tienen. Es decir, existe una asimetría de información al respecto que los organizadores aprovechan en perjuicio de los participantes a quienes afirman una y otra vez que tienen capacidad de decidir.
Muchos de ellos asumen que la mayoría en una siguiente ocasión decidirá retirarse, pero el orden de incentivos se mantiene dado que el monto prometido a ganar es cada vez mayor. En cada juego, la probabilidad de sobrevivir es mayor a la probabilidad de morir, no así al sumar los resultados de todos los juegos en conjunto.
La pregunta en cuestión aquí es: ¿Podemos afirmar que una persona está votando en libertad en tanto que los organizadores ya han establecido cierto arreglo de incentivos que les garantiza que ocurra el resultado que les interesa?
¿Qué tan libres somos cuando vamos a votar? Por lo general, los políticos establecen un sistema de incentivos para orientar nuestro voto de tal o cual forma. ¿Cómo medimos esa libertad?
Supondría que, por más impredecible sea el resultado para el poder político, el ciudadano votaría más libremente ¿no? Es decir, en ciudadano vota de forma libre en tanto el poder político no puede asegurar que el resultado que desea vaya a ocurrir.
Sin embargo, también es cierto que el resultado una elección puede ser muy predecible para el poder político dado que la gente está genuinamente contenta con su forma de gobernar sin necesidad de que el gobierno en turno haga un gran esfuerzo propagandístico.
O tal vez podríamos medir esa libertad en la capacidad de maniobra que tiene el poder político para orientar el voto de alguna u otra manera y que habría ocurrido de forma distinta si no existiese asimetría de información y los votantes no fueran sugestionados deliberadamente por el poder político. En el caso del Juego del Calamar, esa capacidad de maniobra es absoluta, saben que la receta funciona y si la repiten una y otra vez el resultado será el mismo.
En el caso de las democracias funcionales, la capacidad de maniobra no es nunca absoluta pero existe de tal forma que el resultado podría ser diferente si los políticos pueden echar mano de la propaganda y los recursos que tienen a la mano. En las democracias disfuncionales, donde los gobiernos utilizan más recursos públicos y programas sociales, la capacidad de maniobra, sin ser absoluta, es mayor de tal grado que decimos que la elección fue, cuando menos, inequitativa. Conforme el gobierno es más autoritario, como ocurre con la Rusia de Putin, la capacidad de maniobra es casi absoluta y, aunque la gente va a votar sin que alguien le ponga una pistola en la cabeza, el poder ya sabe cuál va a ser el resultado sin que, en muchas ocasiones, haya necesidad de orquestar un fraude en las urnas.
Dado que los políticos siempre tienen incentivos para orientar el voto a su favor, y dado que de ello resulta que harán todo lo posible por lograrlo, ¿qué tanta libertad real dejarán a los votantes con el uso de nuevas tecnologías predictivas como la Inteligencia Artificial y demás tecnologías?
Esa es una gran cuestión, porque una democracia debería presuponer elecciones libres. En la práctica, esa libertad nunca es completamente absoluta dado que siempre habrá gente que hubiese votado de otra forma si hubiera tenido información completa para decidir o no hubiese sido sugestionada, pero sí podemos decir que en las democracias más funcionales existe una relativa libertad. Sin embargo, en tanto el poder político logra aprender a maniobrar y orientar de mejor forma la intención de voto, sin que eso signifique necesariamente el uso de coerción, podremos decir que el votante estaría perdiendo cierta libertad de elegir, aunque sienta o crea que es libre.