¿Era el autoritarismo la normalidad en México y la democracia fue tan solo un fenómeno temporal?
Los regímenes populistas autoritarios van degradando la democracia de forma muy paulatina y progresiva. Algunos no lo logran, otro sí, pero lo que es cierto es que es difícil ponerse de acuerdo, en los distintos casos, la fecha exacta en que la democracia dejó de existir.
Si en México la democracia termina, es posible que una de las fechas más importantes establecidas para los estudiosos sea el fatídico viernes 23 de agosto.
¿Podría considerarse que la democracia terminó ese día? Sería muy atrevido afirmarlo, pero lo cierto es que en esa fecha ocurrieron dos cosas que comprometieron severamente el andamiaje que permitieron que la democracia, imperfecta como fuera, pudiera sostenerse: esas dos cosas fueron la eliminación de los organismos autónomos y la sobrerrepresentación, la cual seguramente será acompañada por la cooptación del Poder Judicial que se comenzará a gestar con la reforma propuesta en días posteriores.
En este nuevo entorno o nueva normalidad, será difícil esperar que elecciones libres sigan existiendo con tamaña concentración de poder en el régimen. Ya lo único que podría mantener a la democracia con vida es, a falta de cualquier contrapeso, la propia voluntad del régimen (que ellos decidan y acepten la existencia de elecciones justas y libres), y la verdad es que tienen muy pocos incentivos para hacerlo.
La historia muestra que las cosas irán por otro lado. Los regímenes populistas, como bien señala la politóloga Nadia Urbinati, conciben el proceso electoral no como una forma en que los ciudadanos eligen al gobierno que quieren, sino como una suerte de plebiscito donde el régimen se reafirma en el poder. A este ejercicio le suelen acompañar revocaciones de mandato y «consultas ciudadanas» que han ya sido calculadas para que beneficien al régimen ¿Suena?.
Eso es lo que ocurre en países como Rusia (Vladimir Putin), Venezuela (Nicolás Maduro), Hungría (Viktor Orban) o Turquía (Recep Tayyip Erdoğan). Estos regímenes suelen mantener una suerte de fachada democrática para simular o disfrazar al autoritarismo y engañar a los incautos ¿verdad, Diego Ruzzarín?
Estos procesos hacen todavía más sentido cuando son liderados por aquellos que desean crear una profunda transformación o pasar a los anales de la historia, en muchos casos con dejos de nostalgia por un pasado glorioso. El chavismo se contrasta con el pasado inmediato de Venezuela acudiendo a símbolos históricos, Putin busca recuperar la «grandeza» de Rusia y su papel en la geopolítica mundial, López Obrador propone una cuarta transformación que conceptualiza como una «ruptura con el neoliberalismo» pero que tiene una profunda nostalgia por el pasado del priísmo hegemónico.
La ruptura no puede ser un examen del estado de cosas actual. No puede ser una revisión minuciosa de cada elemento para mantener lo que sirve y reformar lo que no. Deber ser ruptura como tal: un rompimiento con todo lo que caracterizó al régimen anterior independientemente de si los elementos que lo componían eran buenos o malos.
Así ocurre con los organismos autónomos. No hay siquiera una crítica a su funcionamiento. No se nos dice en qué áreas el INAI era mejorable. La resolución es simple: son «neoliberales» (lo que se traduce como que pertenecen al estado de cosas anterior) y hay que desecharlos.
Pero esa eliminación no solo es simbólica, obedece a un deseo de concentrar el poder. Los organismos autónomos limitaban el ejercicio y, sobre todo, el abuso de poder del gobierno y diversos actores políticos y económicos: lo obligaban a un mínimo de transparencia (INAI), lo sometían a elecciones justas y libres (INE), evitaban, en la medida de lo posible (aunque no de forma perfecta), las prácticas monopólicas en los diversos agentes económicos (Comisión de Competencia). Esta eliminación amenaza no solo con la concentración de poder en el ejecutivo, sino también en los agentes económicos preponderantes, sobre todo aquellos cercanos al gobierno, fomentando la consolidación de una oligarquía de empresarios que se enriquecen al amparo del poder.
En el contexto actual, es muy plausible que la democracia liberal haya terminado en México. Muchas de las actitudes del gobierno (como su incapacidad de dialogar con la oposición e incluso su indisponibilidad de respetar su existencia) sugieren poca disposición para someterse a unas elecciones donde sean capaces de reconocer el triunfo del adversario. Claro, no es fácil predecir los cómos. No es imposible que, en cierto contexto, estén dispuestos a ceder (cuando sea insostenible aferrarse al poder o no convenga), pero la historia y la ciencia política no sugieren buenas noticias para quienes creemos en la democracia y sus valores.