Aclaro: en este texto no voy a hablar mucho de la polémica de la Última Cena, que en realidad no se refería a la Última Cena sino al Dios griego Dionisio, y la dejaré casi de lado. Creo que ahí habrá puntos de vista irreconciliables de acuerdo con las creencias y convicciones de la gente y creo que no hay mucho que agregar más allá del espíritu que se quiso mostrar en esta inauguración.
Haciendo de lado ese hecho, me llama la atención cómo algunas personas terminaron bien fascinadas catalogándola como la mejor de la historia mientras que otros estaban casi espantados diciendo que estuvo muy aburrido, muy gris y que perdieron toda la solemnidad de los JJOO casi nominándolos a los peores de la historia.
No sé cuántos sean de un lado y cuántos del otro, las redes son muy engañosas, pero sí se puede percibir cierta polarización en la forma en que la gente ha estado calificando esta inauguración. Eso, que recuerde, no había ocurrido (al menos a este grado) en alguna inauguración que me haya tocado presenciar.
Tal vez porque nunca había habido una inauguración tan «atrevida».
Me llama la atención no porque me sorprenda dicha reacción, la cual es normal y previsible en un contexto de ruptura. Más bien me llama la atención que esa ruptura haya acontecido y, derivado de ella, se vuelve interesante la reacción de la opinión pública.
Este fenómeno divisivo ocurre con casi cualquier innovación o ruptura. Aunque, con el tiempo, se forme un consenso positivo y se perciba como «una gran innovación», al principio generará opiniones muy divididas. Sucede cuando una banda de música lanza un disco que rompe con su estilo anterior (por ejemplo, Kid A de Radiohead o Achtung Baby de U2), cuando Apple lanzó el iPhone (al principio, muchos se burlaron del nuevo dispositivo) y muchas teorías o descubrimientos científicos generan el mismo efecto.
Dichos quiebres necesariamente confrontan al espectador que tiene ciertas expectativas cuando se sientan frente al televisor. Algunos disfrutan esa confrontación, otros la rechazan tajantemente y no entienden qué está pasando. ¿Dónde está la pista? ¿Dónde están los atletas marchando o caminando?
Muchos (a veces la mayoría) necesitan tiempo para asimilar la sacudida, algunos refunfuñan al principio. Luego, cuando comiencen a asimilar las cosas, algunos le empezarán a encontrar «el saborcito». Ello no quiere decir que el consenso sobre aquello termine siendo favorable: a veces lo es, a veces no. Ante un quiebre, la mayor parte de la gente necesita «adaptarse» al nuevo entorno para poder entenderlo mejor y darle una evaluación más razonada.
El juicio o consenso «final» (si lo llega a haber, porque hay casos en que esa división permanece) lo conoceremos en unos años. Veremos si en las ceremonias de los siguientes juegos venideros se toman algunos de estos elementos de ruptura o no. Si los toman, ello sugerirá una evaluación positiva, si no, tal vez denote que esa ruptura tal vez no fue tan aceptada y que es mejor regresar al estadío anterior. La gente hará comparaciones, contextualizará todo y ahí ya tendremos una visión más clara de lo que nuestros ojos vieron ayer.
Yo agradezco ese atrevimiento, agradezco la impredecibilidad. Hay cosas que me gustaron y otras que no tanto de la inauguración, pero, a través de esa ruptura, la Francia se mostró tal cual es: mostró su cultura disruptiva, de francos quiebres ante el statu quo anterior sin gradualismos ni medias tintas.
Francia rompió con la tradición pero, a la vez, estableció una suerte de dialéctica entre la tradición y la modernidad. Es decir, rompe con la tradición, pero no niega su existencia y la hace dialogar con la modernidad creando una suerte de interesante sincretismo. Un claro ejemplo fue el performance de la banda de Death Metal Gojira acompañados de la cantante de ópera Marina Viotti, haciendo alusión a la decapitación de María Antonieta, Los Miserables y la misma Revolución Francesa.
¿Qué se puede esperar de una Francia que abolió la monarquía sin titubeos; que fue pionera en la separación de la Iglesia y el Estado; que, bajo la dirección de Haussmann, prácticamente demolió parte de París para darle su fisonomía actual (supuestamente para reprimir obreros con mayor facilidad); que vivió el caos de mayo del 68; la París del Moulin Rouge y Juana de Arco; el país donde nació René Descartes, quien marcó una profunda ruptura en la filosofía y el pensamiento occidental, y qué decir de Rousseau o de los filósofos contemporáneos como Michel Foucault y Jacques Derrida, quienes siguen siendo polémicos hasta hoy? Se puede esperar, precisamente, que sea el primer país en inaugurar un estadio en su río, con su cultura, sus monumentos, en su corazón.
Francia se mostró tal cual es: una ruptura. La inauguración fue lo más francesa posible. Vimos a la Francia en todo su esplendor, con todas sus maravillas, vicios, luces y contradicciones.