Dicen por ahí que cuando uno crece se vuelve más conservador. Es un mantra que muchos repiten aunque la investigación tiende a ser más bien compleja y mixta.
De hecho, ese no ha sido mi caso. Aunque desde que me interesé en la política he mantenido posturas relativamente moderadas, creo que, más que cambiarlas, las he madurado. En todo caso, con el tiempo me he vuelto un poco más liberal en lo económico y un poco más progresista en lo social (sin llegar, claro, a esos extremos o corrientes iliberales y dogmáticas que de pronto pululan por ahí). Si bien, suelo ser reacio a clasificarme como una cosa, tiendo a estar cómodo con la idea del socioliberalismo.
Yo sospecho que, conforme uno crece, se va volviendo más bien realista y prudente. A través de la experiencia y el conocimiento, uno empieza a comprender los límites del ser humano, que las utopías son, casi por definición, distopías cuando se pretende llevarlas a la práctica. Quienes tenemos posturas más progresistas que conservadoras mantenemos esa actitud de cambio y progreso, pero nos preguntamos ¿Cuáles son los límites de nuestra condición humana y, habiendo conocido dichos límites, qué cosas podemos cambiar y cómo deberíamos hacerlo?
Y es esa dosis de realidad, ese reconocimiento de los límites, los que pueden establecer las rutas que podemos seguir para incidir de forma positiva.
Porque lo que es cierto es que, a lo largo de la historia, nuestra especie ha cambiado muchas cosas para bien: libertades fundamentales que hoy damos por sentado y no existían, abolición de la esclavitud, mayor riqueza, derechos de la mujer, mayor reconocimiento de las minorías (raza, orientación sexual y un largo etc).
Si se negara la posibilidad de cambio, nuestra especie francamente no habría evolucionado, ni en lo económico, ni en lo social ni en lo cultural y ese es un argumento suficiente para afirmar que siempre habrá un espacio para el cambio. Pero también es cierto es que, el afán de cambio, cuando lleva ese componente utópico e ideológico-dogmático, cerrado a la crítica y al escrutinio, tiende a causar grandes desastres como ocurrió con el nazismo y el comunismo soviético. En este sentido, reconozco el papel de los conservadores como una forma de catalizador de los cambios que las personas de pensamiento más progresista queremos impulsar. Por eso el conflicto es necesario y, por ello, la democracia y sus valores liberales son necesarios.
Las elecciones en México han sido para mí una especie de sacudida intelectual y, quizás, una forma de reconocer límites que antes no veía del todo. Al principio, experimenté una sensación de decepción, pero después de reflexionar repetidamente, esto me ha ayudado a expandir mi mente.
¿Por qué figuras políticas que parecían a muchos un revulsivo en la vida política y que generaron muchas expectativas como Javier Corral, Pedro Kumamoto, el Padre Solalinde y otras figuras terminaron integrándose a un régimen que, en muchos sentidos, representa el regreso de la cultura del partido hegemónico del PRI, con muchas de sus prácticas e idiosincrasia? Es decir, de quienes se asumió podrían representar un progreso en la vida política, se sumaron a un movimiento que a ojos de muchos representa una suerte de regresión.
¿Por qué toda esta ola de participación ciudadana que me tocó vivir en mi ciudad, Guadalajara, y de la que fui parte, casi desapareció y terminó, en su mayor parte, absorbida por el poder político? ¿Por qué, a pesar de que muchos de los indicadores de este régimen son malos, la gente votó por la continuidad? ¿Por qué este régimen democrático por el que tanto se luchó terminó sucumbiendo y no logró dar «el gatazo»? Son preguntas que causan frustración de solo pensarlas, pero cuando uno hace el esfuerzo por responderlas se aprende algo, uno comienza a percatarse de cosas que antes no había considerado.
La respuesta fácil y corta habría sido buscar culpables, mentar madres de aquellas figuras que «se fueron a MORENA», culpar a los electores por «votar mal». Pero uno tiene que reconocer que la realidad es muy compleja, que uno es ignorante de muchísimas cosas, que muchas veces idealizamos a figuras políticas que representan, o parecen representar, aquellos valores con los que comulgamos y olvidamos que son seres humanos que, como todos, buscan satisfacer sus necesidades. Uno luego tiene que reconocer que en el país existen muchas realidades con las que estamos desconectados y nunca nos hemos molestado en conocer.
Es como si México fuera un organismo vivo y yo residiera en uno de sus órganos. Soy muy consciente del órgano del cual formo parte: sé cuándo está fuerte, cuándo enferma y qué necesita. Sin embargo, cuando otro órgano, del cual apenas tengo conocimiento, se enferma, ni siquiera me doy cuenta. Solo lo noto de forma indirecta cuando el órgano al que pertenezco se ve afectado por el desequilibrio causado por la enfermedad del otro órgano.
Al tratar de profundizar y sumergirse en la complejidad de las cosas, uno comienza a entender un poco más la condición humana y, por tanto, sus límites. Queríamos que los políticos que la gente idealizó se mantuvieran siempre en ese tenor cuando la realidad tiende a mostrarnos lo opuesto. Queríamos que personas con ingresos mucho menores, que están preocupados en satisfacer necesidades más básicas y que viven problemáticas que un clasemediero no tiene, estuvieran versados en cuestiones abstractas como la microeconomía, los contrapesos o la separación de poderes, y como no lo estaban, mejor los calificamos de irresponsables y mejor decidimos no darle propina al mesero porque votó por Claudia Sheinbaum.
Pero es el reconocimiento de toda esa estructura como un todo la que nos libera, porque por mejor reconozcamos el todo y entendamos sus límites, podemos tomar mejores decisiones para incidir positivamente en ella. Ciertamente, es técnicamente imposible conocer el todo de forma perfecta porque tendríamos que tener el conocimiento absoluto de todas las cosas, pero abrir nuestra mente y ser crítico con nosotros y con nuestro entorno nos puede ayudar a reconocer que allá afuera hay mucho más de lo que nos es inmediato a nuestra cotidianeidad y de lo cual asumimos un todo que no existe o está excesivamente sesgado.
Y ese abrirse, ese entender que un sistema tiene muchísimas ramificaciones y cuestiones a considerar, conforma una suerte de sabiduría adquirida. Y sí, es posible que sean los momentos de crisis, en los cuales nuestros paradigmas se ven cuestionados y sacudidos, los que nos incentiven a reflexionar sobre nuestra realidad, sobre el funcionamiento de nuestro entorno, sobre el comportamiento de los individuos, sobre las distintas realidades con las cuales la nuestra coexiste.
Lo peor que uno podría hacer es, ante los momentos de crisis e incertidumbre, preferir encerrarse y vivir en una eterna negación que solo traerá resentimiento y desconexión con la realidad.