¿Por qué arrasó, sin piedad, Claudia Sheinbaum?

Jun 9, 2024

Lo importante, sobre todo, para la oposición, es comprender qué pasó y llevar a cabo una autorreflexión profunda. Aquí pongo algunos temas sobre la mesa que puedan ayudar en este proceso.

Fue una paliza, de proporciones históricas

A una semana de anunciado el resultado electoral, muchos en la oposición no han asimilado lo que ocurrió. Están apenas en la etapa de negación del proceso de duelo, uno que tal vez les va a ser largo.

Las señales de la inminente derrota ahí estaban.

Con tal de no perder la esperanza, el wishful thinking se manifestó de forma grosera en la mente de muchas personas, analistas y hasta especialistas. ¡Xóchitl puede ganar! 

Se aferraron a encuestas cuya metodología era muy dudosa y que eran conocidas por ajustar artificialmente sus resultados para decir que acertaron. Crearon teorías un tanto extrañas sobre cómo podría configurarse todo, las explicaron en pizarrones o en videos sofisticados de redes sociales. 

Ante esa insistencia, algunas personas, que quisimos tomar una postura más mesurada y realista, nos salpicamos un poco. No pensáramos que fuera a ganar Xóchitl pero sí llegamos a pensar que la diferencia podría ser menor a lo que decían las encuestas ¿qué tal 10 o 15 puntitos? Las propias encuestadoras hasta dudaron de sus resultados al cierre, algunas pusieron disclaimers y otras hasta recortaron la diferencia a 10 puntos. 

Pero no, Taddei anunció el resultado preliminar. Había sido una goliza. La más grande desde que hay elecciones democráticas. Nos anunciaba la voluntad del pueblo en las urnas: queremos el segundo piso de la transformación, así tajantemente.

La reacción en la oposición fue diversa y variopinta. Algunos fueron mesurados y autocríticos, otros comenzaron a hablar de un gran fraude, y algunos otros, ya de plano, prefirieron insultar a los electores y hacer comentarios clasistas, comentarios que fueron aprovechados por el oficialismo para generalizar las lamentables opiniones de algunos cuantos a toda la oposición.

Pedro Ferriz y Alazraki afirmaban que si te encontrabas a un «naco» en la sección business del avión, era de MORENA, Aguilar Camín llamó a los votantes de la 4T como de baja intensidad (afortunadamente su colega Javier Tello reviró y criticó mordazmente su argumento). Alguno presumió en redes que no le dio propina al mesero por haber votado por MORENA. Que si los electores eran bien flojos e ignorantes.

Después de los fatídicos sexenios de Echeverría y López Portillo que generaron terribles crisis económicas, México optó por una progresiva apertura económica que se consolidó con las reformas en el salinato y la firma del TLCAN. A este proceso le acompañó otro, que fue lucha tanto de izquierdas como de derechas: el de la democratización del país.

Apertura económica, por un lado, democracia y Estado de derecho por el otro. Era la promesa del nuevo régimen que se inauguraba en los años 90 y que se consolidaba tras la alternancia en el poder en el año 2000. Esta apertura iba a traer empleos, riqueza, movilidad social, libertades para todos. Y, ciertamente trajo algunos beneficios, pero basta ver cómo durante todos estos años el crecimiento económico fue magro, casi al nivel del crecimiento poblacional. ¿Por qué?

La apertura existió, pero esta percepción de que muchos ricos cercanos al gobierno, más oligarcas que emprendedores, se volvieran hipermillonarios, creó una sensación de algo muy injusto: unos se enriquecen de lo lindo mientras que yo no puedo superar mi condición. En realidad no hubo ese Estado mínimo que promueven los liberales, sino más bien eso que muchos llaman crony capitalism o capitalismo de cuates. AMLO supo lucrar con esta indignación (con algunas verdades, otras a medias y otras falsedades), aunque al llegar al poder terminó igualmente beneficiando a Carlos Slim o Germán Larrea. 

A pesar de que se lograron algunos avances institucionales necesarios para ir creando un Estado de derecho, la corrupción fue la norma del día, sobre todo en el sexenio de Enrique Peña Nieto. 

Se logró crear una democracia meramente formal, con separación de poderes, una suerte de contrapesos: ¡Ya quisiera Dinamarca tener un organismo como el INE! (aunque la verdad no es que los daneses necesiten un organismo tan sofisticado como nosotros sí necesitamos). Faltó, sin embargo, la democracia ciudadana. No se terminó de instaurar una cultura democrática en nuestro país. 

En una sociedad donde un sector de la población vive en la pobreza, donde la desigualdad es acuciante y donde la movilidad social es casi inexistente es muy difícil mantener un régimen democrático. Las democracias consolidadas tienden a existir en países desarrollados, donde la desigualdad es menor y, si esta es más grande, es compensada con un discurso de movilidad social como ocurre en Estados Unidos. Así, era tiempo para que la democracia liberal colapsara o quedara desfigurada en nuestro país si no venía acompañada de crecimiento y cierta mejora de calidad de vida para los que menos tienen. Es el ejemplo de los países latinoamericanos donde históricamente democracias endebles han alternado con dictaduras o con regímenes populistas de izquierda y, en los últimos años, de derecha.

El propio López Obrador dio el primer aviso en el 2006 y nadie hizo caso del mensaje que mostraba inconformidad en un sector de la población. Muchos cuestionábamos que Calderón viera la estabilidad democrática casi como condición suficiente, como si ello y una economía «medio» de mercado fueran a hacer su magia por sí solas. Nunca se preparó a la población para poderse beneficiar de esa apertura. La educación pública (y, en cierto grado, la privada) se mantuvo en niveles poco menos que lamentables. No existió una estrategia del país para entrar de forma competitiva a una economía de mercado. Uno de los errores fue ese. Si se hubiera creado capital humano, mucha gente de abajo habría tenido menos dificultades para dejar su condición y habría tenido menos incentivos para votar por MORENA.

Llegó Peña con un paquete ambicioso de reformas que ciertamente sí aspiraban a ir un paso más allá. Una de las reformas, como la de Telecomunicaciones, sí comenzaron a generar beneficios palpables, sobre todo en el abaratamiento de los servicios de la telefonía celular.

Revistas presentaron al oriundo de Atlacomulco como “el salvador de México”. Sin embargo, los terribles escándalos de corrupción de su gobierno dilapidaron cualquier esfuerzo: poderes fácticos «afectados» por las reformas usaron su poder para acentuar «en infinitum» el descrédito del mexiquense. La inconformidad se hizo tan fuerte que las clases medias le dieron el beneficio de la duda a López Obrador.

Ante un régimen que no terminó de dar lo que prometió, que mantuvo la inmovilidad social y donde la gente de las bases no vieron alguna diferencia significativa en sus ingresos, la consecuencia natural era regresar a lo “bueno por conocido”, a la nostalgia de tiempos pasados.

Nadie va a votar para que a su país vaya mal. Va y vota por lo que cree que es mejor para sus intereses, los de su comunidad y los de su nación. ¿Puede votar de forma contraria a nuestros intereses o del país? Es un riesgo en el que todos podemos caer, porque nadie, absolutamente nadie, tiene la información completa y todos ignoramos algo, pero nadie espera equivocarse. Cada quién elige lo que cree que es lo mejor con base en la información que tiene, su situación actual. Valga, votamos como “Dios nos da a entender”. 

A una persona que no sabe cómo salir de su condición económica de pronto le anuncian que, por las reformas laborales, el salario mínimo que ganaba en la fábrica va a aumentar en términos reales. Que la variación va a ser del 110%. O sea, su ingreso básicamente se va a duplicar (claro, restándole un poco por los efectos de la inflación y demás). Duplicar el sueldo a alguien que gana el salario mínimo implica un aumento significativo en la calidad de vida, le va a llevar más comida a su familia, tal vez puedan salir de vacaciones o ello haga que el hijo no tenga que trabajar y vaya a la escuela. Es oro puro para alguien que todos estos años sintió que su ingreso estaba estancado. Es muy comprensible que vote por MORENA. 

A otra persona, de la tercera edad, que ya tiene 70 años y no puede trabajar, le cae una ayuda de 3,000 pesos mensuales. Para alguien de clase media-alta (que también recibe el apoyo y que, aunque no simpatice con la 4T, va a cobrar con gusto) tal vez no sea una diferencia tan sustancial, pero para los abuelitos que viven en Iztapalapa, Ecatepec o, más aún, en un pueblo de Chiapas, ello marca una gran diferencia. Ese dinerito hasta les puede hacer sentir más dignos porque puede marcar la diferencia entre depender o no de su familia: ¡Ya no somos una carga y ya no tenemos que estar chingando tanto a los hijos!, les puede ayudar a comprar las medicinas que necesitan.

A esas personas poco le importan conceptos abstractos como los contrapesos o la separación de poderes, porque antes que ello primero van las necesidades básicas. ¿Qué prefieres, una Suprema Corte independiente o poder darle una mejor calidad de vida a tu familia? La respuesta es hasta lógica. Podemos no estar de acuerdo pero la decisión se torna, si bien no acertada a nuestros ojos, si comprensible. 

Muchos cuestionamos la sostenibilidad de todos esos programas en el largo plazo. Si bien, puede ser un acierto haber subido el salario mínimo, tampoco lo puedes subir ya más porque genera inflación y escasez de empleos. Los programas sociales requieren que haya dinero en las arcas del gobierno y, para que haya más dinero, es necesaria mayor competitividad y generación de riqueza y difícilmente la va a generar la degradación de la educación que la Nueva Escuela Mexicana va a generar en la población o si crean políticas que ahuyenten la inversión.

Son cosas que les puede ser de “sentido común” a los economistas, a los especialistas en temas educativos o a nosotros los politólogos, pero tal vez no lo sea tanto para las personas cuya principal preocupación es tener que llevar comida a su casa, y menos si no hemos sido capaces de transmitir y promover esos valores y esos conocimientos. 

No se van a desprender de lo concreto, lo que se palpa y se siente, en favor de aquellos valores abstractos que, valga decirlo, su presencia no necesariamente se había transformado en una mejor calidad de vida para ellos.

A esto se le agrega un asunto identitario. López Obrador es o, al menos, se presenta como esa mayoría que ha sido ignorada. Los políticos durante la transición pensaron que podían solucionar todo viviendo en una burbuja, creando modelos econométricos en una oficina de Santa Fe, como si los ciudadanos de a pie fueron meros indicadores (que, por cierto, ni siquiera lograron aumentar considerablemente). Los siempre ninguneados, despreciados, a los que muchos políticos solo le dieron el valor de un voto, ya tenían a alguien que los entendía. 

López Obrador tuvo el gran acierto de recorrer no una, sino dos veces todos los municipios de la República. Eso no viene en ningún manual de campañas políticas, es tal vez producto de una intuición aparentemente más básica, pero muy inteligente. A través de estos recorridos, AMLO conoció a cabalidad la idiosincrasia del mexicano. Tan exitosa fue esta decisión, que después de su derrota del 2018 Ricardo Anaya trató de emularlo en aras de contender en la siguiente elección (recibió muchas burlas por ello, pero yo sostengo que no era mala decisión en absoluto) hasta que tuvo que huir a Estados Unidos.

¿Resultados? López Obrador logró construir una narrativa muy sólida que la oposición nunca supo cómo atacar. La oposición pensó que bastaba con invitar a focus groups a gente que vive en la Narvarte bastaba. La oposición se volvió parasitaria y reactiva de una narrativa que nunca siquiera entendió.

Muchos lo dijimos desde 2018. La oposición necesita entrar en un proceso de profunda autorreflexión, sino el tiempo se los va a llevar a la chingada. No lo hicieron, prefirieron simplemente ser reactivos a todo lo que hiciera o dijera López Obrador. No ofrecían nada, solo no ser López Obrador. Llegó el 2021 que se convirtió en un espejismo porque no les había “ido tan mal”, pero era un engaño que resultó fatídico. La gente, sobre todo en la Ciudad de México tras la reciente caída de la línea 12 y los efectos económicos de la pandemia, votó por ellos solo como una suerte de receptáculo para castigar a MORENA. No fue su triunfo ni una expresión de respaldo hacia ellos, fueron las circunstancias. 

Pero hoy la línea 12 quedó atrás y la gente siente que su economía está mejor. La economía se recuperó (no de la mejor forma, pero lo hizo), ganan más, la gente mayor recibe apoyos, los jóvenes becas. ¿Cuál fue la respuesta de la oposición? Decir que López Obrador era malo. ¡Genios!

Y bajo esa tesitura, esa visión de burbuja, es que contendieron en la campaña. Tenían algunos buenos perfiles políticos, pero no candidatos competitivos. Luego sintieron que les cayó de sorpresa Xóchitl Gálvez: esta morra es combativa, se pelea con López Obrador, y como nosotros no sabemos hacer nada más que llevarle la contra a AMLO, nos cae como anillo al dedo. ¡Genios!

Aún así, con el repunte que ella tuvo en esos primeros meses después de su aparición en la escena pública, pensamos que podría llegar a ser una candidata relativamente competitiva, aunque yo y muchos otros sosteníamos que seguía estando en posición de desventaja y todavía faltaban muchas cosas para que realmente pudiera competir. La gente hablaba más de ella que de Claudia y las corcholatas (al menos, en redes). Me pregunté si iban a lograr sostener ese hype y la verdad es que no, con el tiempo se fue estancando y así, estancada, es que llegó a la campaña.  

La única (y vaga) esperanza que yo tenía, es que le construyeran una excelsa campaña, pero ya había señales de que no iba a ser así. Después del hype inicial, hubo mucha improvisación, se cometieron errores, hubo muchos cambios, sacudidas, nada sustancial.

La campaña fue asquerosamente mala. Incluso peor que la de Josefina Vázquez Mota, porque Gálvez, como sea, tenía algo de carisma y podía construirse una campaña un tanto más atractiva en torno a ella.

Xóchitl Gálvez cometió errores, ciertamente, pero creo que, con todo, ella fue la menos responsable. La hidalguense tenía una historia de vida que podría haberle ayudado a atraer a gente de ambos lados del espectro político y no supieron siquiera tejer una narrativa en torno a ello. La campaña fue aburrida, solo logró destacar en el segundo debate (y tal vez solo porque dijo lo que quienes somos opositores queríamos escuchar) y no aprovecharon los momentos coyunturales, solo había propuestas desperdigadas que no formaban un arco narrativo y la oferta era: nosotros no somos AMLO o  “no te vamos a quitar los programas sociales”, todas ellas reflejaban parasitismo de la narrativa oficial. Pobre y lamentable. 

Peor tantito, el Frente enfocó sus pilas en Álvarez Máynez. Que si era un esquirol, tal vez, pero todo apunta a que captó más votos que eran para Claudia que para Xóchitl. Es decir, sin él en la contienda tal vez la diferencia hubiese sido más grosera. La oposición le prestó demasiada atención a una candidatura irrelevante e incluso en sus spots se atrevió a parasitar de la narrativa de Máynez, que era, valga decirlo, bastante más sólida que la de Xóchitl.

Los que creíamos que la ventaja de Sheinbaum iba a ser menor a la de las encuestas, no creíamos que la campaña de Xóchitl fuera buena en absoluto. Más bien pensábamos que Claudia iba a recibir una suerte de voto de castigo de un sector de la población por la corrupción, la inseguridad y la relación del gobierno con el narcotráfico. Ello no ocurrió y lo poco que perdió sospecho que se fue a la candidatura de Álvarez Máynez, y meditándolo, ello puede tener una explicación, y tiene que ver con los propios partidos que tampoco estaban en posición de ofrecer algo mejor debido a su historial reciente:

Inseguridad: En el sexenio de Calderón, producto de la guerra contra el narco, la violencia se disparó. Al final comenzó a bajar, pero luego llegó Peña y la disparó a niveles históricos. Incluso al fin de su mandato estaba un poquito peor que ahora.

Narco: hay percepción (y tal vez sustentada) de que los gobiernos anteriores tenían alguna alianza con el narco. AMLO supo magnificar y explotar esto con la figura de García Luna.

Corrupción: El gobierno de Peña fue muy corrupto, y es el antecedente más próximo que había. La polarización que creó AMLO, estigmatizando a quienes lo criticaban e investigaban, hizo que esa percepción de que es un gobierno corrupto se atenuara y de que muchas de las acusaciones eran falsas porque eran «inventos de los conservadores». 

Entonces, según este razonamiento, si las variables «inseguridad», «narco» y «corrupción» me parecen que se mantienen constantes, la oposición no puede ofrecerme nada realmente diferente, y si con este gobierno me va mejor económicamente y me entiende más, voto por este. 

La presencia de los partidos del Frente en la campaña de Xóchitl provocó que fuera más difícil atacar a Claudia por estos flancos, por ello la campaña de Claudia acertó en señalar que Xóchitl estaba arropada por estos partidos. Tampoco es que hayan ofrecido propuestas serias y contundentes para acabar con estas problemáticas.

A esto hay que agregar el hecho de que, a nivel global, existe un creciente descrédito de los partidos tradicionales en favor de aquellos candidatos que son o aparentan ser outsiders. Una de mis hipótesis es que Internet y la sacudida que ha generado en los vasos comunicantes está cambiando las reglas del juego de forma drástica y lo seguirá haciendo (más con la irrupción de la Inteligencia Artificial). Ahondar en este argumento requeriría un artículo aparte.

A pesar de todo esto, muchos tenían la ilusión de que ganara Xóchitl. Las burbujas reafirmaron los sesgos de confirmación. Que si la marea rosa llenó el Zócalo, que si todas en el chat de las comadres de WhatsApp iban a votar por Xóchitl, que si había mucha gente en mi casilla y todo era una fiesta, que todos mis followers en Twitter van a votar por ella. A esos, a los que se hicieron muchas ilusiones, fue a los que golpeó más duro la realidad, y son los que, al día de hoy, menos han sabido manejarla y los que más hablan de supuestos fraudes.

Hoy no pocas personas claman fraude electoral y creen que hay una gran conjura, igual como falsamente lo pensó López Obrador en el 2006. Muchos de sus razonamientos son fácilmente desmontables.

En redes sociales presentaron como prueba del fraude inconsistencias entre las sábanas y el PREP. Esas inconsistencias siempre han existido y, en su gran mayoría, son descuidos o errores de dedo. Las personas que están capturando esa información generalmente están trabajando en friega y muchas veces están cansadas, como lo atestiguan personas que han participado en esos procesos.

El PREP, a su vez, es un mecanismo meramente informativo. Sirve para que, a través de dicho mecanismo, puedas ver los resultados preliminares y cotejarlos para luego poder ser revisados en los cómputos distritales, pero el PREP no sirve para calificar la elección. Hablan de “fraudes hechos con Inteligencia Artificial orquestados por cubanos”, pero no tendría sentido fraudear un mecanismo que no va a calificar la elección y que va a ser confrontado por los cómputos distritales donde personas de todos los partidos cuentan los votos y los resultados de las casillas. 

Argumentan que el INE ya está cooptado porque Guadalupe Taddei, presidenta del instituto, es cercana a MORENA, pero lo cierto es que el régimen no tiene mayoría en el consejo y eso evita cualquier intento de cooptación. El mecanismo de conteo de votos hace virtualmente imposible un fraude a gran escala ¡y menos uno de 30 puntos de diferencia por Dios!

Sin embargo, a pesar de que ya se conoce el resultado de los cómputos distritales, hay gente que sigue necia con estas teorías que, paradójicamente, benefician a un régimen cuya ambición ha sido cooptar al INE. Le están dando más herramientas argumentativas para hacerlo. 

Y más útil es para el régimen cuando el foco opositor debiera estar en el riesgo de sobrerrepresentación sobre la que alerta Ciro Murayama y que supone un serio riesgo para la democracia.

¿Qué va a pasar con la democracia? En resumen, estamos atestiguando un cambio de régimen que dará fin a la democracia liberal de contrapesos. 

Lo que nuestros ojos están viendo es lo que Nadia Urbinati llama una democracia desfigurada, donde ante el descontento de la población con las élites políticas y el desgaste del sistema, un régimen populista se instaura y “parasita” de la propia democracia para crear un discurso donde el líder (o el movimiento) se erige como representante de la voluntad de las mayorías. 

Los movimientos populistas detestan los contrapesos, la rendición de cuentas y el pluralismo político porque son diques que no permiten “hacer valer la voluntad de la mayoría” la cual es en realidad la voluntad propia del líder o movimiento. A los líderes populistas, dice Urbinati, les gusta jugar con mecanismos de democracia directa para hacer sentir a los ciudadanos que son partícipes de la política, aunque dichos mecanismos son utilizados arbitrariamente en beneficio del poder.

Aquí lo hemos visto de forma recurrente en el régimen: la revocación de mandato, la consulta del aeropuerto, el castigo a expresidentes y ahora la “elección popular” de los jueces.

Básicamente estamos viendo el libreto del manual del populista que han usado desde Chávez en Venezuela y Evo en Bolivia, hasta Orbán en Hungría, Erdogan en Turquía, Putin en Rusia o Trump en Estados Unidos, 

Las elecciones no van a desaparecer como piensan algunos, pero se corre el riesgo de tener un “autoritarismo competitivo” donde las elecciones no son concebidas como un instrumento para elegir a los representantes, sino como una forma de reafirmación del poder del régimen actual. 

A diferencia de las dictaduras comunes, los populismos, de acuerdo con Urbinati, se encuentran en un punto medio entre la democracia y el fascismo (aunque caer en una dictadura plena siempre es una posibilidad). A diferencia de una dictadura, el populismo necesita el respaldo de una porción significativa de la ciudadanía y mantener el poder implica mantener dicho respaldo que los legitime. 

El populista necesita que exista una suerte de oposición que pueda controlar y que le sirva para, a través del contraste con ésta (nosotros, el pueblo bueno contra las élites corruptas) mantener la legitimidad ante la gente. A MORENA así le convendrá que el PAN o el PRI sigan existiendo y se “sigan presentando a elecciones” para tener un enemigo que los reafirme.

Esta dinámica es la que hace urgente un proceso de autorreflexión dentro de la oposición tanto política como ciudadana. El mejor escenario para la 4T es que la oposición siga “haciendo lo que hace siempre”, que sea predecible, que sea meramente reactiva a lo que haga la 4T en el poder y que siga viendo la realidad del país desde una burbuja.  

Esta descripción que hace Urbinati del populismo, junto con la idiosincrasia del PRI de partido único podría darnos un viso de lo que vamos a ver en los siguientes años o tal vez décadas del país. No es en lo absoluto, un panorama esperanzador. y si no se toman decisiones económicas acertadas, tal vez no lo sea siquiera para los que hoy han visto mejorar su calidad de vida. 

Tal vez tomará un tiempo para comprender a cabalidad por qué ganó Claudia Sheinbaum de la forma en que lo hizo. En este artículo sugerí algunas razones, pero también habrá muchas otras que se me escapan. Por ejemplo, no pocas personas de clase media e incluso media-alta votaron por Claudia Sheinbaum.

Muchas cosas están en riesgo con el resultado de esta elección, ciertamente. Pero para quienes fungen como oposición (partidista o ciudadana) lo que toca es hacer un profundo ejercicio de autorreflexión en vez de señalar a los votantes o estigmatizarlos o pensar que todo se trató de un gran fraude.

El régimen de la transición hoy ha concluido, eso es prácticamente un hecho. Lo primero que debemos hacer es aceptarlo y prepararnos para lo que viene. 

No gusta, pero fue la voluntad del pueblo, y quien es demócrata debe acatar esa voluntad aunque no se esté de acuerdo con ella.