No somos seres racionales que nos emocionamos, somos seres emocionales con capacidad de razonar
Humberto Maturana
Ahí en las redes sociales, y sobre todo en Twitter (para variar), hay una férrea, acalorada y polarizante discusión sobre la «responsabilidad» que tienen aquellas personas que votaron por López Obrador y hoy se arrepintieron.
Esta se desató básicamente por algunas columnas publicadas como las de Genaro Lozano o la de Jorge Volpi (quien tuvo la osadía de señalar a los opositores como principales culpables de la desgracia de este gobierno). En ellas, hay una insistencia en deslindarse del hecho de que su voto en las urnas pudo no haber sido la mejor achacando todo a la idea de que fue López Obrador quien traicionó a todos, se traicionó a sí mismo y se «derechizó».
De aquí salieron varias discusiones. Unas señalan la arrogancia de estos periodistas e intelectuales quienes, por medio de sus columnas, parecen afirmar: «yo no me equivoqué porque soy inteligente, fue AMLO el que me traicionó». Otras van más allá y hasta responsabilizaron a los que votaron por AMLO de la desgracia, como si no fuera suficiente arrepentirse sin ser sometidos al paredón.
Estas discusiones siempre tienden a gravitar a la siguiente pregunta: ¿sí podía saberse? ¿Si podía deducirse que el gobierno de López Obrador sería tal y como lo estamos viendo?
El tema es complejo y requiere matices. Es cierto que los seres humanos somos torpes para pronosticar el futuro. Son tantas las variables inmiscuidas que nuestra mente simplemente no tiene la capacidad de hacerlo, pero ello no quiere decir que no podamos hacer algunas aproximaciones que puedan incrementar la probabilidad de que hagamos una buena elección. De lo contrario, votar por un político sería prácticamente lo mismo que seleccionar a uno de forma completamente aleatoria.
Por ejemplo, el sujeto que va a elegir entre las distintas opciones puede estudiar los patrones que un dado político muestra, ya sea de su personalidad, su trayectoria política, su rectitud, sus convicciones ideológicas. Cuando se analizan estas características en retrospectiva y se compara con la forma en que el político elegido está gobernando, se verá que hay cosas que sí empatan. Hay alguna coherencia entre el hecho de que AMLO haya mandado al diablo a las instituciones y no haya reconocido derrotas con su afán de destruir instituciones autónomas y concentrar la mayor cantidad de poder. De igual forma, a nadie sorprende que Trump haya desconocido el triunfo de Biden si se analiza su discurso populista y polarizante.
Cuando la gente va a votar, tiende a ser más emocional de lo que está dispuesta a reconocer. Si la gente no tiene el tiempo (y ni la capacidad cognitiva) de analizar a cabalidad todas las variables, entonces estará limita a utilizar atajos heurísticos que le ayuden tomar una decisión acertada y los cuales están condicionados por preferencias ideológicas, suposiciones, prejuicios y demás, así como por diversos impulsos emocionales producto de su entorno. Claro está, por menos preparado esté el sujeto en cuestión o menos interés tenga en el asunto, los atajos heurísticos serán más simples o frívolos, y por más lo esté, tenderán a ser más sólidos, pero siempre de alguna u otra forma falibles.
Como los atajos heurísticos siempre pueden fallar a no, es posible que un atajo heurístico más sólido falle en tanto otro más débil no lo haga. Por ejemplo, una persona que haga una sobresimplificación del siguiente tipo «AMLO es de izquierda, nos va a convertir en Cuba y nos va a quitar nuestras propiedades, ergo, no voto por él» podrá decirse que hizo una buena elección al no votar por él, pero ello no significa que haya hecho una elección medianamente razonada. Por el contrario, sabemos que está equivocada porque no hay señales de que nos estemos convirtiendo en Cuba.
En cambio, una persona que votó por López Obrador al razonar que la clase política vigente está muy corrompida (lo cual es cierto) y que López Obrador representaba la única alternativa de cambio (lo cual es parcialmente cierto) podrá decir que llevó a cabo un razonamiento un poco más sólido que el primero (tampoco es que mucho), pero, a diferencia del primero, se arrepintió. Posiblemente la molestia que tenía con el estado de cosas actual o sus inclinaciones ideológicas hicieron que tomara menos en consideración las alertas (red flags, como se dice popularmente ahora) que empataban con aquello que hoy le molesta.
Es cierto que habían varias señales que podían sugerir lo que hoy está ocurriendo. Tal vez con excepción de la militarización y el ataque a la ciencia, había referencias a la forma actual de gobernar de López Obrador y es cierto que estas se subestimaron. A pesar de ello, me parece un despropósito culpar a las personas que votaron por López Obrador por lo ocurrido dado que:
- No hubo algún dolo en su forma de votar y no deseaban que ocurriera lo que hoy ocurre (tal vez con excepción de quienes se «arrepintieron» porque no les dieron lo que les prometieron desde el poder).
- Se diluye la responsabilidad que debe recaer sobre el Presidente, su gobierno y quienes aplauden sus actos.
- En una democracia la gente es libre de votar por quien quiera e incluso de equivocarse.
Pero, sabiendo que existían varias señales que empatan con la forma de gobierno actual, podemos deducir que su elección no fue la más acertada y que la configuración de los atajos heurísticos de los votantes hoy arrepentidos falló. Algunos opinadores e intelectuales se niegan a reconocerlo ya que consideran que eso pone a su prestigio en tela de juicio y por ello han decidido asegurar que fue AMLO el que se traicionó a sí mismo y el que se «derechizó». Debe señalarse que no aceptar ello implica no retroalimentarse de su decisión, lo cual evitará que tengan un mayor conocimiento en elecciones futuras con el riesgo de ser proclives a volver a optar por personajes similares, ya que si «AMLO se traicionó» entonces fue producto de su voluntad y solo se necesitaría, ceteris paribus, que el nuevo político tenga otra voluntad diferente para sí ser ese «socialdemócrata danés».
Otra cosa es que aquellos que «acertaron» no votando por AMLO también pueden ser proclives a fallar y arrepentirse en un contexto dado porque también operan bajo atajos heurísticos. Que hayan «acertado» esta vez y en este contexto no implica que lo hagan en el otro. Incluso es posible que en otro contexto dado, quienes fallaron acierten (que en retrospectiva piensen que su voto fue el correcto) y que quienes acertaron fallen (que se arrepientan de su voto).
Las únicas personas que nunca correrán el riesgo de fallar en absoluto son aquellas que sepan abstraer a cabalidad todas las variables y logren neutralizar por completo sus emociones e inclinaciones ideológicas: o sea, nadie.