Uno de los pilares de la esencia e identidad de cualquier país es la narrativa que se forma en torno a éste: lo que nos contamos sobre México, lo que nos decimos que es. Así, un país no es solo su reconocimiento formal a través de las instituciones y leyes, sino un relato que se construye a través del discurso.
Esta narrativa se construye por medio tanto de los hechos históricos como de su reinterpretación. Esta suele ser promovida principalmente por el Estado pero también por los intelectuales, académicos o distintos medios de comunicación y, a su vez, recibe influencia y es reforzada por los ciudadanos de su país que la propagan en su cotidianidad.
La reconstrucción no tiene que estar apegada a los hechos históricos como tales, lo común es que no sea así: los hechos históricos suelen ser modificados con propósitos políticos o suelen ser contados de tal forma que hagan referencia a ciertos valores que un régimen dado busca promover. Incluso, la falta de información, errores en la interpretación o la deficiencia de su transmisión puede hacer que lo que se narre no sea exactamente aquello que en realidad ocurrió.
Una vez que la narrativa se empieza a construir, ésta misma se retroalimenta a sí misma de tal forma que las partes que la constituyen se consolidan y es cada vez más difícil cambiarlas (eso que algunos politólogos llaman path dependence).
Una de esas partes más consolidadas de la narrativa sobre lo que México es, es la victimización. El sentirnos víctimas de alguien más ha permeado en la narrativa a través de los años e incluso esa idea ha sido promovida históricamente por el Estado para formar una identidad en torno a ello como contraste con el «enemigo» : fuimos víctimas de los españoles o de los gringos.
De esta forma, México es por su contraposición con Estados Unidos o la corona española. El discurso de victimización refuerza la identidad del país porque dicha victimización constata la existencia de nuestra nación.
Dicha narrativa de victimización suele incluir un componente de lucha que hace que el mexicano se sienta orgullosa a pesar de todo: se presenta al mexicano como aquel que fue vencido pero que «nunca se rajó»: no ganamos la guerra, pero «sí le logramos ganar una batalla a los gringos». En los deportes se hace énfasis en la injusticia del árbitro, en el equipo que se quedó en la orilla pero luchó y le complicó las cosas al rival.
Ese relato victimizante se propaga en la cotidianidad sin que la gente repare de donde viene. El famoso #NoEraPenal es prueba de ello. Ante la tragedia, acostumbramos buscar «chivos expiatorios» que expliquen lo sucedido para reafirmarnos en contraposición con ellos, porque el reconocer que la falla estuvo (parcial o totalmente) de nuestro lado golpea nuestro orgullo que es compensado con aquel discurso de lucha, orgullo que funge como mecanismo de defensa ante el temor de que nuestra identidad quede cuestionada o en entredicho.