La Cuba castrista es uno de los mitos que siguen presentes en toda América Latina (e inclusive pueden verse algunas expresiones fuera de ella). Historias heroicas de «luchas de los latinoamericanos oprimidos contra los regímenes autoritarios auspiciados por los Estados Unidos»: el heroísmo del Che Guevara, un personaje tan mítico que hasta el propio capitalismo se lo ha apropiado para vender camisetas o libros y que incluso lo ha portado algún incauto que defiende los derechos de la comunidad LGBT, sin reparar que uno de los rasgos más sobresalientes del Che era su terrible homofobia.
Libros, películas, historias y poemas sobre la revolución cubana han surgido por raudales, casi como Oxxos aparecen y aparecen en las ciudades del país. Algunos intelectuales del siglo XX se encargaron de glorificar al régimen cubano: algunos despertaron del letargo, otros los idealizaron hasta el lecho de su muerte, o bien, la siguen idealizando en vida.
En una tradición muy latinoamericana, se ha construido una narrativa muy sólida y atractiva sobre la «Cuba revolucionaria y socialista» que ha dejado de lado lo que más debería importar: los propios cubanos. Podrá argumentarse que en Cuba no existe pobreza extrema (aunque, en ocasiones, su población parece amenazar caer en ella), pero Cuba es simplemente la prisión más grande del mundo. Muy pocas personas desean ir a vivir a Cuba (los socialistas de clase media-alta de México que tanto la glorifican nunca estarán dispuestos a dejar todos sus privilegios para vivir como un cubano promedio) y, en cambio, muchas personas quieren salir de ella. Muy común es que cuando tienen oportunidad de salir (como los equipos deportivos o médicos), alguno que otro aprovecha para huir en búsqueda de una mejor vida.
A pesar de la evidencia, muchos no desean desprenderse del mito cubano. No tanto porque tengan muchos argumentos a su favor, sino por el mito mismo, porque la narrativa es muy potente y transmiten valores y símbolos en los que creen: esa narrativa que consta del discurso acerca de una Cuba débil que se presenta como víctima de los Estados Unidos y de la cual busca defenderse y resistir. Pero uno de los errores en los que suele caer en la izquierda es pensar que el débil siempre tiene que ser el bueno. Ello es un error porque 1) la realidad suele ser más compleja que una simple disputa binaria entre «buenos y malos» y 2) porque el oprimido, en ocasiones, es capaz de ser opresor y déspota con aquellos que puede controlar. Así como el padre que es explotado en su centro de trabajo puede golpear a su esposa o hijos, así también el régimen cubano restringe severamente libertades que en muchos otros países tenemos por dadas. Igual ocurre cuando algunos sectores de izquierda defienden al régimen iraní de Estados Unidos, con todo lo despótico que es con su población y, sobre todo, las mujeres. Peor aún es este afán por idealizar a los musulmanes (incluso tomando posturas complacientes con las manifestaciones extremistas) sin reparar que muchos de los usos y costumbres se contraponen con los que dicen defender y tienden a ser más opresivos que la cultura occidental a la que sí atacan despiadadamente.
Por ello el mito cubano es fuerte, porque, en esa dialéctica binaria, Cuba es el débil de la historia. Pero esa debilidad es producto, en gran parte, de su sistema económico e incluso de las libertades que restringe a su población. Se argumenta que Cuba está mal a causa del embargo de Estados Unidos (el cual me parece un error de este país y que contradice sus valores liberales) y ciertamente éste ha tenido un efecto negativo sobre Cuba, pero dudo mucho que el embargo sea la razón principal del deterioro cubano. Basta ver el destino que han tenido prácticamente todos los países socialistas. La gran mayoría colapsó producto de las incongruencias intrínsecas al régimen que quedaron en evidencia con la caída de la Unión Soviética. Al caer la URSS, ninguno de los países satélites pudo sostenerse bajo su propio pie. Cuba terminó casi moribunda producto de la codependencia que tenía con el régimen soviético. ¿Por qué tendríamos que pensar que Cuba sería un país próspero si el embargo estadounidense no existiera?
¿Por qué una izquierda que dice defender el bien común, los derechos y la justicia apoya un régimen donde precisamente los derechos son escasos y donde una élite (el gobierno cubano) se enriquece a costa de los ciudadanos? La respuesta es simple, por la preservación del mito.
Esa preservación del mito es la que coloca todos los peros en la discusión: Cuba tiene salud universal, ciertamente, pero ¿de verdad se puede equiparar con los sistemas que existen en Europa, por ejemplo? Cuba tiene educación gratuita para todo el mundo, pero ¿esa educación permite al cubano forjarse una vida propia o tiene que atenerse a las pocas opciones que le da el régimen cubano? ¿Esa educación le dota de pensamiento crítico o, en cambio, es adoctrinado para defender al régimen cubano a capa y a espada? Incluso muchos de sus atributos se ven nublados o atenuados por todos estos puntos sobre las íes. El cubano, se dice, nunca va a morir de pobre, pero solo va a estar poco mejor de eso, y las posibilidades de superar esa condición son excesivamente restringidas.
A este mito se agrega el discurso del bloqueo estadounidense. Los castrofílicos (por llamarlos de alguna forma) argumentan que los cubanos están mal por el bloqueo (casi todas las consideraciones del párrafo anterior no tienen relación alguna con el bloqueo), excusando así a un régimen que ya probado a lo largo de la historia ser ineficiente y, paradójicamente, injusto.
Sería un despropósito afirmar que la economía de mercado es perfecta. No existe sistema o ideología perfecta en este mundo y efectos colaterales o nocivos del capitalismo pueden enlistarse (en cierta razón por ello casi todos los países con economías de mercado cuestan con políticas públicas y seguridad social), pero sí sabemos que la economía de mercado es bastante más eficiente que los regímenes socialistas como el de Cuba para satisfacer las necesidades de los individuos y sabemos que ha sacado a muchísimas personas de la pobreza en el mundo. Tal vez por ello muchos no quieren desprenderse del mito cubano, porque es casi el último resquicio socialista que queda para poderlo plantear como alternativa al capitalismo, en vez de siquiera pensarse alguna forma de organización novedosa.
Es completamente válido cuestionar el bloqueo estadounidense y los efectos que éste tiene. Lo que no es válido es utilizarlo como excusa para relativizar la gran responsabilidad que tiene el régimen cubano sobre las condiciones «semi-miserables» en las que vive su población en aras de defender un mito que la historia ha probado insostenible y falaz.