Las campañas han comenzado ya. Cientos de candidatos políticos están haciendo todo para llamar nuestra atención y pedirnos nuestro voto para llegar al poder.
Las campañas comenzaron en un clima un tanto extraño. No parece existir mucho entusiasmo entre la población sobre el tema. Es cierto que en las elecciones intermedias la gente suele participar menos, pero esta vez no parece haber nada relevante que despierte el interés (ya ni siquiera desde una perspectiva crítica). En 2009 el tema fue el voto nulo para expresar el descontento hacia la clase política: apenas en 2000 se había terminado de dar la transición democrática y apenas 9 años después ya estábamos decepcionados. En 2015 fueron las candidaturas independientes como una forma de protesta hacia el sistema: Kumamoto por aquí, el Bronco por allá.
Pero en 2018 no hay nada, no existe esa pequeña chispa de esperanza, ni siquiera por lo que tiene que ver con la intentona de frenar o contener a López Obrador. La oposición no entusiasma en lo absoluto, no parece que nadie se sienta representado o arropado por esa cosa llamada «Va por México» que básicamente consiste en la misma clase política contra la que la gente se manifestó en 2009 con el voto nulo y en 2015 con la esperanza puesta en las candidaturas independientes.
Me parece que existe entre la gente una sensación de que las alternativas se acabaron, que todo lo que podía dar la democracia ya lo dio y no hay más. Ciertamente, un sector lo suficientemente grande de la sociedad mexicana sigue manteniendo esperanzas en López Obrador (y posiblemente porque fuera de ello no hay más, porque si no es él no es nadie), pero algunos otros que le dieron el beneficio de la duda se decepcionaron. Y no es que los más férreos antilopezobradoristas sientan esperanzas de que pueden contrarrestar a López Obrador, más bien es un sentimiento de miedo: y tiene sentido que sea así, porque «Va por México» no se ha presentado como una alternativa que inspire (y tal vez no lo pueda hacer por lo dicho anteriormente), solo puede aspirar a ser la refractaria del voto antilopezobradorista: es más como «tenemos que votar por esta cosa rara para que López Obrador no siga destruyendo las instituciones».
El problema es que, a pesar de este agudo desencanto con la clase política, los «políticos de siempre» (incluidos los de MORENA) siguen haciendo lo mismo. En la literatura de ciencia política existe una distinción entre las campañas informativas y las campañas persuasivas: las primeras anuncian las políticas propuestas por un candidato o partido mientras que las segundas buscan persuadir a los votantes más allá de la campaña política con valores, características personales de los candidatos o componentes emocionales. En nuestro caso, las campañas informativas casi brillan por su ausencia básicamente porque la gente siente que los candidatos ofrecen lo mismo y ya nadie les cree. Además, las plataformas en México (a diferencia de Estados Unidos) casi no son ideológicas sino meramente pragmáticas: por eso uno puede ver a MORENA tomando posturas conservadoras al tiempo que el PAN (la supuesta derecha) se sube a la agenda de género y busca parecerse más a los demócratas de Estados Unidos. Existen cada vez menos factores diferenciadores entre los partidos políticos, al punto en que la gente se pregunta incluso cuál es la necesidad de su existencia.
Las campañas persuasivas, por su parte, son de un nivel bastante bajo y parecen tomar como punto de partida hacer lo que sea para llamar la atención de la gente: si no hacen caso y son apáticos, entonces hay que hacer más ruido. Eso ocurre especialmente con los partidos políticos «chicos» que necesitan votos para mantener el registro (y, por tanto, el negocio): por ello es que candidatean a artistas y celebridades, por eso es que son capaces de hacer lo que sea, aunque tengan que humillarse, para llamar tu atención y que sepas que existen.
Las «estrategias de campaña exitosas» se explican mucho por la coyuntura, y si la gente termina decepcionada de esos políticos que les generaron esperanza en campaña, entonces esa misma estrategia de campaña otrora exitosa dejará de funcionar. En este contexto, es muy complicado para los estrategas políticos diseñar una campaña que funcione, porque por más llamativa sea, la gente termina guardando un profundo escepticismo. Por eso es que los partidos pequeños apuestan a las celebridades, porque una campaña informativa será completamente irrelevante para un partido al que nadie le importa porque es visto como un mero negocio o mera entidad satelital al servicio de alguien más y no como un movimiento que busque representar a un sector de la población. Seguramente la mayoría de la gente aborrecerá ese tipo de candidaturas, pero basta con los suficientes incautos o curiosos para mantener el registro: basta que de diez personas que aborrezcan ver a Paquita la del Barrio en la boleta, otras dos voten por ella incluso por morbo, con eso les basta.
Y claro que es triste: es triste que después de años de lucha por trascender la hegemonía priísta en favor de un régimen democrático nos hayamos decepcionado y rendido tan pronto. Más que haber construido una pluralidad partidista efectiva, observamos entidades estériles de representatividad y vaciadas ideológicamente que solo tratan de ganar votos como sea. Y esta campaña electoral, más que cualquier otra, lo ha puesto en evidencia. La falta de cultura política, la grosera asimetría de información (producto, en parte, de cuestiones estructurales) así como un terrible abuso y mal uso de la mercadotecnia política perdiendo de vista lo esencial que es la representatividad nos tienen aquí.