No son pocas las personas que dicen abanderar causas sociales o presumen construir su trayectoria personal o profesional a partir de ellas: estar del lado de las personas vulnerables: las que menos tienen, de las personas que más sufren, las que se encuentran en la base de la pirámide.
Es cierto que muchas personas lo hacen desde una convicción y preocupación genuina, pero no todas las personas lo hacen por esa razón, e incluso hay quienes son capaces de autoengañarse al punto de hacerse creer que sí hay una convicción genuina cuando el incentivo tiene más que ver con un interés personal.
Abanderar causas sociales es muy redituable para la imagen personal y profesional: la gente que lo hace generalmente es bien vista e incluso admirada por la sociedad (claro, en tanto esas causas no sean incómodas al statu quo). Muchas empresas se involucran en campañas sociales ya no tanto porque sean «deducibles de impuestos» sino porque ello les da una buena imagen: «son humanas, son armoniosas con su entorno». Y es cierto que desde una perspectiva consecuencialista es mejor que ocurra eso a que no ocurra nada: al final es cierto que personas que están en alguna condición vulnerable reciben algún beneficio de ello y pueden afirmar que su calidad de vida es algo mejor que antes.
De igual forma podemos ver a políticos que dicen preocuparse por los pobres y hacerlos su causa (aunque luego se refieran a ellos como «animalitos»), a algunos hombres abanderar las causas del feminismo más que nada para obtener aprobación femenina, así como a algunos emprendedores sociales, como es el caso de Paty Armendariz, que luego muestran una grosera falta de empatía con los que están en la «base de la pirámide».
Pero la diferencia entre el hecho de que una actividad parta de una condición genuina a que no lo haga marca una gran diferencia, porque si los incentivos para participar son distintos entonces necesariamente los resultados también lo serán:
Primero, porque las causas de «dientes para afuera» nunca van a representar una amenaza al statu quo. Los activistas por conveniencia rara vez van a tener incentivo alguno de correr el riesgo que implica generar cambios estructurales, más bien van a buscar «resolver los problemas por encima» solo al punto en que obtengan un beneficio personal. Por poner un ejemplo: un hombre convencido genuinamente de la equidad de género buscará, en la práctica, combatir la inequidad aunque ello signifique que él mismo tenga que ceder mientras que uno que lo hace para obtener aprobación femenina solo lo hará al punto en que logre cumplir con su cometido (que las mujeres le aplaudan, cuando menos) al tiempo que no cederá ahí donde a él racionalmente no le convenga.
Segundo, porque, tarde que temprano, los «defensores de las causas más nobles» que lo hacen por interés propio terminarán expuestos y evidenciados. Incluso, en muchas ocasiones, las cosas terminan cayendo por su propio peso. Eso es justo lo que ocurrió con Paty Armendáriz al mostrar falta de empatía con su colaborador que falleció de Covid, y las cosas se pusieron peor para ella cuando trató de «arreglar» el incidente al insistir de forma muy torpe que sí tenía vocación social porque se notó aún más que lo que realmente le preocupaba era su imagen. Esto termina siendo contraproducente porque, a la larga, terminan deslegitimando las causas que defienden, incluso llevándose «entre las patas» a aquellas personas que sí tienen una convicción genuina.
La diferencia entre el interesado y el que tiene una convicción genuina tiene que ver, claro está, con la real capacidad de empatizar con aquellas personas que dice ayudar. La persona que tiene convicciones genuinas es capaz de ponerse en los zapatos de aquella persona en sector vulnerable o aquella persona que forma parte de una minoría relegada. Ésta persona es capaz de sentir, de alguna forma, lo que las otras personas sienten, y por ello es que está dispuesta a hacer los sacrificios que las personas que tienen un interés propio no están dispuestas a hacer. No es que la imagen personal o la reputación no les importe, tal vez sería ingenuo pensar que no, pero juega un papel más bien secundario. Por ello no es un secreto que muchas de estas personas están ahí porque les ha tocado vivir en carne propia ese sufrimiento o porque, a lo largo de su vida, les ha tocado convivir muy de cerca con las problemáticas que defienden.
La persona con convicciones genuinas es autorreflexiva y autocrítica. No está preocupada (como sí lo hace quien tiene intereses propios) por revisar diariamente cómo es que su actividad incide sobre su reputación personal ni por sobrevenderse como «activista y líder social». Quienes realmente lo son no se preocupan por ello no solamente porque sus incentivos más fuertes no tienen que ver con su imagen personal sino porque su trabajo mismo habla por ellos. Las mujeres y hombres con causas genuinas hablan mucho de lo que hacen pero porque les apasiona, porque tratan de persuadir a los demás e involucrarlos en sus causas. Quienes no, simplemente lo hacen e insisten en ello porque están preocupados por su imagen personal, por lo que el mundo va a decir de ellos y por el beneficio que pueden obtener.
Y la diferencia se nota, y mucho.