Del Zoom a la TV Abierta. La brecha tecnológica en la educación en tiempos pandémicos

Ago 29, 2020

Las pandemias siempre pegan más a los que menos tienen. Mientras que las clases medias y altas toman clases de forma remota sin perder calidad, los demás tendrán que conformarse con verlas por TV.

Bien sabido es que la pandemia nos ha prohibido tener clases presenciales.

Y cuando hablamos de ello, lo primero que se nos viene a la mente a quienes formamos de esa minoría privilegiada llamada «clase media» (de igual forma ocurre con la clase alta) son las clases remotas con Zoom, Blue Jeans o Microsoft Teams.

Pero lo cierto es que ese es un lujo que muchos mexicanos no se pueden dar. No solo aquellos que no tienen acceso a Internet, sino muchos otros que sí tienen acceso pero de una forma precaria: aquellos que viven en lugares donde la conexión no es estable o aquellos que tienen Internet solamente en sus dispositivos móviles, los cuales, por cierto, son de gama baja. Ello también es un problema por si habías tenido la «asombrosa idea» de que se conectaran por ese medio.

A todos estos sectores solo les queda una opción: las clases por televisión (esas que se están transmitiendo por Televisa). Y ese mundo es diametralmente distinto a nuestro mundo de «estudios de forma remota con actividades asincrónicas (como se les llama a las tareas en esta modalidad)».

Actualmente estoy viviendo la experiencia de estudiar el primer semestre de la maestría en el CIDE de forma remota, y si bien creo que nada cambia la experiencia de las clases presenciales (la convivencia en persona con tus compañeros-colegas y con los profesores, el hecho de que puede ser más incómodo estar sentado frente a una pantalla que en el aula), la verdad es que funciona bien. No es lo mismo, pero se le parece. La calidad de la educación que uno recibe es similar.

Las clases por televisión son otro mundo. Allí la interacción simplemente no existe y ello es una gran desventaja. El estudiante se convierte en un consumidor pasivo de información que le es dada en una pantalla. Pero ¿qué pasa si tiene una duda? ¿Qué pasa si no entendió bien? A lo mucho, podría echarle una llamada a su profesor, pero no es lo mismo, ya que el recurso visual es indispensable. ¿O cómo es que un profesor podría explicarle por teléfono al alumno cómo resolver una ecuación cuadrática?

Las clases «a distancia» no son una novedad en sí (la novedad es que los colegios que dan clases presenciales hayan tenido que trasladarse a esta modalidad). Experiencia sobre cómo hacerlo hay de sobra (muchas instituciones ya daban cursos en línea a través de plataformas como Coursera o EdX y el reto no va mucho más allá de capacitar al profesorado para que hagan bien su trabajo y acostumbrarse a la modalidad. Las inconveniencias se arreglan en el camino y a través de la experiencia. La interactividad ayuda a que el sistema mismo se retroalimente y vaya mejorando.

Pero con el sistema de clases por televisión no ocurre lo mismo. Éstas tienen una curva de aprendizaje más elevada y, como la dinámica no es interactiva sino pasiva, es más difícil percatarse de qué tan bien o qué tan mal está funcionando, lleva más tiempo.

Es el sistema centralizado (el gobierno) el que carga con la mayor parte de la curva de aprendizaje, y generalmente los incentivos para ello son menores (basta ver la mala calidad de los contenidos preliminares como los del video). Seguramente muchos maestros harán su lucha y pondrán todo su esfuerzo para tratar de auxiliar a los alumnos, pero la brecha tecnológica siempre será un problema.

En las clases remotas el profesor solo tiene que hacer lo que siempre ha hecho pero de forma virtual: no tiene pizarrón pero tiene el iPad. Basta con que esté bien capacitado para que la calidad de la educación sea casi la misma que la clase presencial. De hecho, el profesor puede valerse de muchos recursos tecnológicos que son tan útiles que seguramente van a perdurar incluso cuando regresen las clases presenciales.

En las clases por televisión la dinámica cambia drásticamente. ¿Cómo hacer que el alumno, que ahora no está en un aula sino frente a la televisión, pueda tener un mayor aprovechamiento educativo? ¿Cómo es que deben ser mostrados los contenidos para que el alumno aprenda, no se canse o no se distraiga? ¿Cómo hacer para que la calidad de la educación no caiga dado que el alumno tendrá muchos más problemas para hacer preguntas al maestro y donde la interacción es prácticamente nula? Ello implica todo un replanteamiento de los métodos pedagógicos, lo cual hace la curva de aprendizaje todavía más grande.

Así, la brecha tecnológica trae ganadores y perdedores.

Todos aquellos que tienen la capacidad tecnológica de tomar clases de forma remota no verán cambios drásticos en el aprovechamiento de la educación. Los que no tienen ese privilegio estarán en desventaja. Ya de por sí la educación que reciben los sectores con menos recursos deja mucho que desear.

Imaginemos lo que puede ocurrir cuando a un sistema educativo, ya de por sí problemático, se le despoja de la interactividad y convierte al alumno en un ser pasivo. Éste tan solo debe estar callado mirando la pantalla sin poder preguntarle nada a nadie y mucho menos puede pedir al profesor que repita el problema que no entendió.

Es evidente que el aprovechamiento no va a ser el mismo y la brecha tecnológica acentuará más la brecha educativa, donde los más pobres estarán todavía peor educados. A ellos lo mejor que les podría pasar es que la pandemia termine pronto para que sea el menor tiempo posible el que deban estar pasivos frente a una pantalla a la que no le pueden preguntar nada.