Después de más de seis meses, o bien, solo seis meses después, se acaba de anunciar la primera vacuna contra el Covid-19.
Evidentemente, esto ocurre en un contexto donde existe una fuerte urgencia y presión (social, política y económica) de detener la pandemia a como dé lugar. La pandemia ha causado estragos económicos, ha afectado intereses políticos y ha creado problemas sociales.
Dentro de esa presión también existen intereses geopolíticos. Las naciones saben muy bien que subirse a ese carro les puede traer muchos réditos, las farmacéuticas también lo saben. Estos intereses (político-económicos) están, en este contexto, alineados hasta cierto punto con los intereses de la gente. Tanto a las élites económicas, políticas, así como la sociedad en su conjunto les urge que haya una vacuna.
Pero ello no quiere decir que dicha «alineación de intereses» sea perfecta, y Rusia es un caso.
En la batalla geopolítica, Rusia dio un golpe mediático al anunciar la primera vacuna creada por el Instituto Galameya. No fueron ni los estadounidenses ni los chinos (como se sugería) quienes lo hicieron, sino los rusos. Hasta tuvieron el descaro de ponerle el nombre de Sputnik-V (en alusión al primer satélite lanzado por la URSS al espacio dentro de la carrera espacial que tuvieron con los EEUU).
Pero luego vienen los problemas: si bien el propio Vladimir Putin asegura que la vacuna es eficaz y otorga inmunidad estable, lo cierto es que los rusos se saltaron los protocolos y el proceso de registro. Esta movida por parte de los rusos ha recibido críticas por parte de la OMS y parte de la comunidad científica.
A diferencia de la guerra espacial que trajo muchos avances científicos, las prisas con el afán de figurar y dar golpes mediáticos pueden causar serios efectos adversos, sobre todo cuando dichas prisas provocan que se salten los protocolos y los métodos para garantizar la efectividad . Que Putin presuma que su hija ha tomado esa vacuna (ni siquiera hay forma de verificarlo, menos en un régimen autocrático) no prueba nada y no puede sustituir a los rigurosos métodos a los que se tienen que someter las vacunas y medicamentos antes de sacarlos al mercado.
Los rusos podrán presumir que sacaron la primera vacuna, pero no necesariamente la más efectiva ni la mejor ni la más recomendable. Puede que en sentido estricto sí hayan sido los primeros, pero antes de darles cualquier aplauso hay que contextualizar y comprender que lo hicieron a costa de los rigurosos procesos necesarios para lanzar una vacuna eficaz y segura.