Veo, con un poco de preocupación, que en algunos sectores progresistas se está volviendo costumbre tratar de silenciar a la persona que guarda prejuicios o incluso que tiene una forma de pensar diferente.
Así, lo que no importa es refutar al opositor, sino evitar que hable porque aquello que dice es o se considera ofensivo. En lugar de ir a la conferencia a confrontar al opositor, se pide a la universidad o institución que se cancele el evento. Si tales libros pueden parecer ofensivos, entonces hay que quitarlos de la biblioteca.
No sé ustedes, pero estos eran justo los terrenos del conservadurismo, los que buscaban censurar contenidos que no eran de «buenos modales», los que buscaban prohibir libros que «promovían el ateísmo» y demás.
Es evidente que cierta dosis de corrección política es necesaria en la sociedad, y como he señalado en este espacio, cuando se incluyen a sectores que antes estaban relegados, las normas de convivencia tienen que sufrir cambios. Es evidente que la gente no está obligada a convivir con personas que pronuncien discursos machistas o racistas, pero otra cosa es negarse a debatir y, en vez de eso, apostar a silenciar o «cancelar» aquella persona cuyo comentario parece ofensivo en vez de refutarla y confrontarla.
La verdad es que toda causa, por más noble que sea, debe estar abierta a la crítica. Al final, cualquier ideología y forma de pensamiento es un sistema, y los sistemas abiertos a la larga suelen funcionar mejor que los cerrados: es su interacción y confrontación con su opuesto lo que los retroalimenta y fortalece, es ello lo que les da un mayor sustento y fundamento.
Al prejuicioso no se le debe censurar, se le debe de refutar. La censura le niega al activista un mayor aprendizaje incluso de su causa misma. Cuando el activista se cierra a lo diferente entonces deja de conocer a su contraparte y solo le queda el recurso de hacer de ella un vil estereotipo que no necesariamente es cercano a la realidad al cual se le juzga de forma mecanicista. Así, cancela la oportunidad de saber cómo persuadir o cómo refutar a su opositor porque deja de conocerlo.
El/la activista dirá: «los otros son machistas, opresores o racistas», pero, por no confrontarse con ellos, entonces no va a saber por qué es racista o machista y asumirá que todos son exactamente iguales. No se dará cuenta que incluso hay diferentes tipos de ellos, que a algunos de ellos los puede persuadir, que algunos no son necesariamente malas personas y que basta con concientizarlos y darles la información correcta, que a otros puede confrontarlos duramente con argumentos y mostrarles por qué su postura es errónea.
Cuando una causa se cierra a esta dinámica, cuando uno no tiene la suficiente tolerancia a la frustración para confrontarse con quien piensa distinto, ésta termina, con el tiempo, degenerándose o volviéndose dogmática. No importa cuán noble sea la causa ni lo bienintencionada que sea.